martes, 9 de agosto de 2022

[4] Invitación


¿Un bosque?

¿De verdad?

Helena. Nunca supiste responder de forma justa a nuestras bromas. Ahora estoy sentado ante una laguna tan vieja que parece no haber importado a nadie en décadas. Las lunas (la de verdad y su reflejo) hacen que todo se vea claro, sobre todo la columna de humo que escala hacia ella a nuestra espalda. “¿Cómo esperas que vuelva ahora a casa?” y me doy cuenta de que le acabo de hablar en voz alta a una cabeza de mirada vacía apoyada en un tocón frente a mí. El pelo pegajoso le tapa media cara. La piel se podría haber visto menos blanca, de no ser por el foco selenita que hacía las veces de tramoya, apuntador y público en este escenario lúgubre y sepulcral. No me veo con energías para empezar a andar en cualquier dirección, así que me quedo sentado. Tal y como me encontré. A ver si, con un poco de suerte, llegas para acabar esto que has empezado.

- ¿Te da miedo el autoestop? -farfulla la cabeza.

- ¿Acaso escuchas algún coche? Tendría suerte si apareciesen los bomberos. -Respondo sin separar la vista del agua negra e inmóvil.

- Si quieres saber mi opinión, creo que la situación se te ha ido de las manos.

- Mira quién habla. -Replico. Siempre pensando que una respuesta mordaz a tiempo (¿de qué?) te saca de cualquier apuro. Siempre pensando que el humor te va a elevar a un escalón intelectualmente superior.

Lanzo una piedra que hace que aparezcan un par, unas diez, cientos, miles, millones de ondas en el agua. Me quedo mirando.

¿Y si encontrase la forma de que pasase algo sin que ninguno de los tres supiera a dónde iba a ir esta historia? Siempre ha sido igual. Siempre uno de los tres ha ido recogiendo las migajas de los otros dos. Siempre ha habido lo que dura un parpadeo de negrura verdadera. De espacio infinitesimal en la que nadie agarraba el volante de nuestra cabeza. Siempre había un tira y afloja entre dos extremos. O bien la cuerda estaba dividida en tres lazos y tirar de esas tres distancias equidistantes no tenía ningún sentido físico. Rara vez soplaron los tres vientos en la misma dirección. Bueno… Sí. En el entierro de mamá. Pero no más. El interés ahora -pienso, y viéndonos en esta encrucijada- radica en introducir un factor externo. Y si yo me marcho, pero dejo entrar a la voz de esa cabeza que me mira como una naturaleza muerta capaz de emocionar, en ese espacio vacío que tan solo controla nuestro cuerpo. Y si pasase eso. Por fin una voz externa, neutral, controlando nuestros pasos y nuestras acciones. Y si no supiéramos cuánto tiempo iba a pasar. A dónde hubiéramos ido. Qué hubiéramos estado haciendo. Y si lo hiciésemos pasar todas y cada una de las veces que dejamos paso al siguiente. Qué pasaría entonces. ¿Estaríamos por fin los tres igualados? ¿Dejaríamos de ver venir la deriva de nuestros pasos? Nuestra historia nos ha traído hasta aquí. Hasta este punto en el que unas ondas hacen que el satélite baile en la superficie negra de un agua que alberga algún resto de una persona recién descuartizada. Yo creo que no está mal. Pero podemos dar el siguiente paso: Voy a meter esta cabeza en mi mochila. Voy a callar junto a ella. Hasta que ella no tenga que callar. Porque sin mí. Sin nosotros. No iría a ninguna parte. Y entonces vea el papel que le toca cumplir en esta historia. 

Habla, cabeza, ahora. Guía. Decide. Improvisa. 

Por favor. Haz algo. Pero sácanos de aquí. A los tres. Y dile al siguiente. De alguna manera, que no fui yo. Dile que yo no quería llegar a esto. Empezar esto. Pero aquí estamos. Y hemos llegado juntos. Yo solo quiero eso. Yo solo quiero que estemos los tres de acuerdo. Mirando en la misma dirección. Juntos. Como cuando se fue mamá. 

Entonces espero. Y entonces pasa algo.

jueves, 30 de junio de 2022

[3] Hombres

Voy en el coche y algo suena en el maletero; algo huele en el maletero. El camino lo conozco. Sé a dónde quería ir. Lo que llevo detrás es una incógnita. Freno, sabiendo antes de que el coche pare que la sorpresa no será grata. Sólo espero que no sea única y exclusivamente para mí.

"Respira, ya sabes cómo son." Por desgracia.

La mal iluminada carretera que lleva a mi casa es siempre silenciosa. En la madrugada profunda hay una calma imposible, una ausencia de ruido que no tiene cabida en el siglo XXI. Me ayuda a calmarme, a pesar de no saber por qué estoy nerviosa. Sé que están ahí, expectantes, sabedores de que no me acordaré de nada. Son un par de pervertidos, de inadaptados y asquerosos que no saben lidiar consigo mismos. Un par de hombres.

Saco el vaper y le pego un par de caladas. Siempre funciona. El océano me inunda, las olas del THC me arrullan y me dejan pensar. Me hago caso, respiro. El aire es frío y limpio. Siempre parece más puro cuanto menor es su temperatura, como si fuese a limpiarme la cabeza hasta que sólo quedase un campo nevado. Blanco hasta el horizonte, hasta fusionarse con el cielo. Reúno la fuerza suficiente para abrir el maletero, y el campo se tiñe de rojo.

Bolsas de basura. Mi nombre en ellas. Helena. El olor casi me hace vomitar. Sé lo que hay dentro. Estoy harta de convivir en un mismo cerebro con dos psicópatas, dos hijos de su padre siguiendo una larga tradición de putos hombres solucionando los problemas con violencia. ¿Me trata mal? Le matan. Oh, mis protectores. Quién les ha pedido ayuda. Estoy segura de que les divierte y les excita a la vez. Conscientes de que jamás pueden tenerme, se aseguran de que no tenga a nadie. Esta vez de manera definitiva. Muerto.

"Joder." Muerto.

Y claro, me dejan a mí para terminar de limpiar, para hacerme cargo de sus "travesuras". Les encerraría en un psiquiátrico si en el proceso de hacerlo no me estuviese encerrando a mí también. ¿Quién coño se creen que son? Ni teniendo el mismo cuerpo repugnante son capaces de conceder que puedo defenderme por mí misma. Que puedo librar mis propias batallas. Que si realmente se merece una hostia, soy yo la que va a dársela.

"¡Joder!" Golpeo de forma automática la carrocería de mi coche y me hago un daño que no siento.

Sus ropas de macho me queman. Me quito sus pantalones con mil bolsillos, su camisa de franela y su camiseta interior de tirantes y las tiro en el coche. Aparto una bolsa y debajo de ella están mis vaqueros, mi camiseta y mis Converse. Parece que el olor aún no las ha impregnado. Doy otra calada que no hace nada.

No sé si han pasado cinco minutos o cuatro horas, pero aún es de noche. Aún no hay nadie. Soy consciente de que tengo que lidiar con esto, porque ellos son yo y a la policía le va a dar igual lo que les diga. La cabeza es lo importante, lo demás puede arder. Abro una bolsa, vomito, y para cuando llego a la cabeza mi cerebro está ensordecido y ciego. Deja de procesar nada. Cojo la "L", meto la camiseta interior en el depósito de gasolina y con un mechero le prendo fuego al coche. Quemo sus ropas, soñando con que ellos también arden, con que nunca más volveré a despertarme en el postapocalipsis de sus pulsiones, con sus aullidos retumbando en mis tímpanos.

Me adentro en la arboleda, camino al río, rezando por llegar antes de que alguno de ellos despierte. Algún día podré ser yo. Yo, por siempre. Pero ahora tengo una cabeza de la que ocuparme.


sábado, 29 de enero de 2022

[2] El Teléfono



¿Cuánto tiempo llevará vibrando sobre la mesa? Se retuerce al ritmo de un tono neutro, seguramente el que venía por defecto cuando lo compré. Me imagino al equipo de desarrollo tecnológico afirmando con la cabeza al escuchar ese tono entre una batería de posibles candidatos a ser el sonido bandera del smartphone. Parece claro que estaban muertos por dentro.


Pienso que se pueden morir muchas cosas. Otras hay que matarlas. Hago una lista mental:

-La dignidad de una manzana, a la que han puesto dos pegatinas, como para reafirmar su condición, su marca. Cómo es posible que se le pueda tratar de poner etiquetas al pecado original.

-La gris piel del asfalto, cuando una niña abandona su lazo rojo sobre él al volver del colegio. Demasiada poesía para un lienzo tan pobre.

-Tu sonrisa, ahora seguro que tapada por una mascarilla, azul, negra o blanca, qué más da si ningún color podría ser telón para semejante espectáculo. Pero ya basta. He prometido que no volvería a mencionarte, o no, puede que hayan sido ellos, que también soy yo. No es fácil vivir tres vidas simultáneamente, a veces me duelen los huesos por dentro.


Leo la palabra muerte, tremenda, sus seis letras unidas, vistiendo de significado la única certeza de la vida, y sin embargo, tan inofensiva como palabra…¿por qué la habré escrito? 


Pueden morir tantas cosas, como el tono del teléfono, pues perdido en mis pensamientos, como de costumbre, se ha ahogado, se desvaneció sin dejar rastro. No ocurre lo mismo con la sangre que rodea mis pies. Mantiene el calor de la vida, me giro buscándola en su mirada, pero no, ya nada. Se habrá ido al mismo sitio que el tono del móvil, con tu sonrisa. Igual están bailando juntas.


El caso es que no siento nada, me conozco, lo he matado para observar mi otra reacción, pero yo sé más sobre mí, de lo que saben ellos, todo este numerito para que yo ahora no sienta absolutamente nada, ni siquiera asco de tener los pies en un charco de sangre en expansión, ni siquiera la pereza al pensar que tendré que limpiar el cuarto a conciencia y deshacerme del cuerpo. Lo haré y punto. 


Se ha muerto y punto. Bueno no, lo he matado yo. 


Lo he matado y punto. 


Y ahora mientras descuartizo el cadáver, lo meto en bolsas negras, seis bolsas negras, una por cada letra. Seis letras unidas, vistiendo de significado la única certeza en mi vida.


H

E

L

E

N

A


Tengo que volver a verte, y explicarte lo que pasó. Y así es como me encuentro al volante, camino de tu casa, y con seis bolsas de basura que contienen lo que antes fue vida, fragmentada, sin significado ya, como un puzzle macabro para frikis de la anatomía, en el maletero de mi coche. No siento lástima, no siento nostalgia, no siento nada, hay muchas cosas que se pueden morir, hay muchas cosas que puedo matar.


Pero tu sonrisa...eso no.


El teléfono seguía sonando cuando abandonó la habitación, limpia ya, vibrando, iluminando el techo con una luz azul. En la pantalla, dos iconos, rojo y verde, entre ellos, una palabra de seis letras.

martes, 28 de diciembre de 2021

[1] Morituri Te Salutant

 

¡Espera! No lo cojas todavía.

 

 

Sobran las palabras.

Sobra el ruido y sobra la furia. Sobra el tiempo perdido… aunque no sobra el tiempo por perder.

Sobran las palabras vacías que este escribe ahora. No cuesta trabajo verlas aparecer una tras otra, una tras otra. Palabras encadenadas que acariciar con la vista y dejar atrás. Inocentes en soledad, pero capaces de crear, destruir o sencillamente… dibujar filosofía barata. Ahí están todas, disponibles, dispuestas: como si esperasen su turno al otro lado de un lugar sin nombre. Listas para saltar a esta realidad que ahora lees.

Hubo un tiempo en el que parecía que sobraban las ideas en esta cabeza. Ahora sobra el vacío. Pero aquí estamos. Una vez más.

Siempre fuimos tres. Nunca por elección, ni siquiera por auto convicción. Sencillamente es difícil saber cuál de nosotros fue el primero y cuál no el último. Justo ahora recuerdo las palabras “triple trastorno de identidad disociativo”. De pequeño me divertía canturrearlas. A los doctores no parecía hacerles gracia. Pero qué más da. Sin las otras dos partes yo no sería quien soy. Y sin estas palabras, vosotros nunca seríais lo que seréis o dejaréis de ser en algún momento. Se solapan realidades sobre realidades cada vez que tuerzo un renglón sintáctico o sináptico. De la nada, el algo. Dividido en tres partes ordenadas. Tal y como siempre ha sido.

Tal y como debe ser.

Pero todo esto ya se ha contado antes. Es por eso por lo que digo que sobran las palabras.

Un hecho trivial: Hoy soy yo el que oye resonar las teclas en las paredes blancas de esta habitación y dejaré de serlo en el momento en el que pulse la última tecla. Es lo único de lo que puedo estar absolutamente seguro ahora mismo. Pero no hay vértigo. No hay caída al vacío. Y es que, entre estas líneas, no existe el vacío existencial que provoca la palabra muerte en cada mortal. Sí; yo también pienso en la muerte de vez en cuando. Pero al igual que tantas otras veces, volveré. Y me gustará saber qué ha pasado mientras no estaba. Mientras uno de los otros dos haga lo que considere necesario para que esta historia siga adelante.

Yo, de momento, distraigo mis oídos con el débil gorgoteo de la sangre de ese hombre que se aferra al último hilo de vida que le queda. Justo detrás de mí. El charco caliente acaba de tocar mi talón derecho mientras su agonía termina. ¿Quién era? Os preguntaréis cualquiera de los dos cuando escriba la última palaba y -en lo que dura un parpadeo -ya no esté aquí y ocupéis este lugar. Me da igual quién de los dos sea el que siga aquí… Después de mí.

Solo tiemblo de emoción al pensar en ese momento en el que leas estas palabras y mires a tu espalda, en el suelo. 

Y veas mi… regalo.

Un cadáver, una habitación vacía con un viejo ordenador. Tú. Y poco más.

¿Demasiado cruel?

Ah, espera. Un teléfono acaba de empezar a sonar. Se suma un elemento. El juego se complica. Tengo que avisarte de alguna manera de que no lo cojas todavía. Antes de leer mis palabras.

Ahora sí. Deja que te diga que estoy muy contento de volver a tenerte de vuelta. Seas quien seas. No nos hemos visto nunca y, sin embargo, no puedo ser más sincero al desearte…

Buena suerte, amigo mío.

Ah, y déjame que la escriba una vez más. Porque no hay dos sin tres. ¿Verdad?

Muerte.

viernes, 1 de junio de 2018

Yo. V



Ella fumaba con la mirada perdida. Tercer cigarrillo. Sólo la mitad y al cenicero. Eso que hacía cuando las cosas no iban bien, cuando no quería hablar ni hacerse notar. El pulso no temblaba, eso era bueno.

Algo es algo. Yo siempre fui la optimista. Pero... ¿Y ahora qué? Cuando me rompí la pierna por cuatro lugares diferentes aceptamos la situación con humor. Iba a ser un cambio temporal en nuestras vidas. Y lo fue. No fue fácil. Pero las risas, las bromas...
Pero ahora su cara era una promesa de eterna gravedad. Había tantas cosas que quería preguntarle: seguía sin saber cómo había podido rescatarme de ese infame hospital. Pero no me atrevía a hablar.
No así.

Así que reinaron los cigarrillos a medias y el silencio.

Y cayó la noche. Y velé en el sofá mientras ella velaba en la cama.
Y cuando la madrugada pesó demasiado escuché cómo cogía las llaves del coche.

-Voy encendiendo el motor, date prisa.

La carretera se fue iluminando mientras los edificios escaseaban, la radio emitía un suave ruido blanco que no llegaba a molestar como para que ninguna de las dos la apagásemos. Nos conducía hacia el norte por carreteras secundarias. El gris polución se fue tornando azul eléctrico según nos alejábamos de todo. De todo lo demás. Empecé a entender lo que estaba haciendo. Pero no dije nada.

No hasta que vi las vacas. Rumiantes en la distancia, a la orilla de un río. Ajenas a todo. Plácidas. Pero nunca completamente felices.

-Vaca Blanca, vaca blanca...

Silencio.

-Vaca marrón, va...

-Vaca negra. -los ojos, tras las gafas, clavados en la carretera. Esperanza entre las raíces de sus pensamientos. Solo nosotras entendíamos ese juego.

Silencio. Ahora ya reconocía el camino.
Se había prometido que no volvería nunca a esa cabaña. Recuerdos dolorosos, venganza de su familia.. nunca consegui averiguarlo. Lo único cierto es que era un lugar maravilloso.
Y que ella lo odiaba.

-Al menos esta vez puedo andar...

¿Una sonrisa?
Quizá lo imaginé, pero en ese momento hubiese matado por ver su sonrisa. Decidí no hablar más durante el resto del trayecto. Mientras tanto, las vacas se sucedían.

Ajenas a todo.




jueves, 1 de marzo de 2018

Yo. IV

Qué extraña sensación, parecía que todos habían encajado este cambio como si no fuese más que eso, un cambio, una permuta, convertirme en otra cosa como el que muda su casa, su vida lejos de su origen y, sin embargo, yo... yo sentía que el mundo se deshacía entre mis manos, un viaje eterno al Hades, una inmensa soledad que golpeaba cada vértebra y arremetía con fuerza contra la espalda.

Ella había venido a buscarme, cómo explicarle, qué decir. Al final del pasillo su firme figura me miraba al ritmo de mi paso lento. Poco a a poco, iba descubriendo mi nueva forma. Mi cuerpo ya no era el que ella conocía, tampoco yo lo conocía aún, ahora era un hombre.

Recorrí el pasillo hasta que pude sentir su aliento en mi boca, de frente en el silencioso túnel. Me miraba con sospecha, con pequeños choques de respiración, con desasosiego y, aún, con amor, reconociendo, bajo la piel, los rincones de reposo, el hogar, el deseo intenso del tiempo juntas. Los años vividos salieron a flote, no fue fácil afrontar el ruido, distinguir los verdes del paisaje, pero siempre estuvimos unidas.

Ahora, de regreso a nuestra casa, largo el día pesa sobre mi cabeza, el escáner visual, la mirada incesante de la gente, el reflejo en el espejo del baño y el temblor de la barbilla. El frío hospital, la luz quemando mis pupilas y cada estrella que explota sobre la tierra deshaciendo mi rostro, adentrándome en otra puerta.

La casa está fría y desordenada, las horas de inquietud se hacen patentes sobre la cama, en el sofá y entre las mantas. Reconozco el olor, la cara de la luna detrás de la ventana. Ella deja el abrigo en la silla, reconozco sus manos alrededor de mi cuerpo extraño.




miércoles, 22 de noviembre de 2017

Yo. III

Cuando recuperé el aliento, el doctor me ayudó a sentarme en una pequeña sala de espera, y me tendió la revista que llevaba en la mano.

-Es natural que se sienta tan desconcertad… tan desconcertado.- El lexema se quedó flotando en el aire buscando un cable a tierra, y lo cierto es que la –o, tardó en empujarlo hacia el suelo, violentamente, y sin miramientos. La mente me daba vueltas, ahora suavemente, como una hoja atrapada en la poza de un río. “Tranquila, respira hondo, al fin y al cabo, la esencia es la misma, lo único que ha cambiado es el final del adjetivo”.





¿Sólo el final? Recordé a mi profesora de lengua y literatura, enseñándonos a analizar morfológicamente las palabras. Lexema, morfema, adjetivo calificativo. Género y número. Sujeto y predicado… ¿Sólo el final?

“¿Sólo el final? ¿Por qué no cambiarlos a Sujeta y Predicada entonces? ¿Pero qué dices?” Notaba el desconcierto, ahora como una delgada grieta que se iba abriendo paso sobre los cimientos del hospital,  los matices que cabían en una sola letra estaban empezando a borrar los ejes sobre los que se había diseñado y construido mi universo. “Universa”.

-¿Se encuentra bien?. Asentí, algo ensimismado aún. “Deja de pensar cosas estúpidas, no te vuelvas loca analizando las palabras, al fin y al cabo, son solo eso, palabras.”

Palabras. Abrí la revista por el final, y una impresionante foto de una supernova estallando me invitó a leer un articulo sobre la materia que constituye el universo. Recordé a mi profesor de Biología afirmando que, efectivamente, somos polvo de estrellas. El artículo venía a confirmar dicha afirmación. Tras la muerte y renacimiento de la segunda generación de estrellas, se crearon los elementos químicos que constituyen la materia viva. CHONP. Las palabras me hacían viajar por la historia del universo hasta morir en la génesis y evolución de la vida, qué irónico. Poco a poco, me fui tranquilizando, leer siempre había sido un ejercicio de relajación.

Todo ser vivo está formado básicamente por el mismo tipo de átomos, sin embargo, existen inimaginables formas de vida diferentes…¿Dónde se esconden los matices, pues? ¿Dónde está la frontera entre la esencia y los adornos que marcan las diferencias?

Tras unos milquinientos millones de años de existencia, la vida, esos átomos, CHONP, se reorganizarían para crear algo que para los científicos sería una auténtica revolución: el sexo. Los organismos, ya no tendrían que autoduplicarse, dejarían de ser clones y aparecería una nueva forma de dar continuidad a esa materia viva. Lo más curioso de todo; que la aparición de dicho fenómeno sería fruto del azar…

¿Fruto del azar? “Entonces ¿qué cojones me ha pasado a mí? Qué es lo que ha sucedido con mi cuerpo, ¿soy la misma en esencia? ¿El mismo grupo de átomos reorganizados sutilmente, para gastarme una broma macabra? Dudo mucho que el universo haya alcanzado ese nivel de complejidad, y ni siquiera sé si todo esto tiene, después de todo, ni pizca de gracia.”

Cerré la revista. Son sólo palabras, sólo palabras. Génera y númera. Adjetiva calificativa. Lexemo y morfemo. Átomas, CHANP. Qué mas da.

Una enfermera apareció de la nada, cortando de lleno mi pensamiento circular. Me indicó que pasara a la sala del final del pasillo.


-No hace falta que llames, te están esperando.