lunes, 26 de diciembre de 2011

El Demonio y sus Detalles (X -y final-)

El niño se acurrucaba contra la esquina tembloroso, sabedor de los horrores que acababa de cometer. El hombre grande se alzaba imponente ante él, e imaginó que si alguna vez veía a Dios debía parecérsele mucho. En su cara había una lucha manifiesta entre el triunfalismo y el miedo. Como si aún no hubiese procesado lo que realmente acababa de ocurrir y en su mente siguiese fija la idea de que su experimento había funcionado. El niño sabía todo aquello porque no era tan estúpido como creían, y en el tiempo que llevaba encerrado había madurado mucho más de lo debería. Pero nada le preparó para aquello. Levantó la mirada y por primera vez se fijó en la chapita que relucía en el pecho del hombre grande. Entre la sangre salpicada pudo leer su nombre: Hugo Zarzos. El hombre que le había convertido en un autómata asesino.


El agente Gómez casi sintió pena por la masa informe que como una tortuga dada la vuelta se revolvía en el suelo. El Gobierno nunca se andaba con minucias a la hora de asegurar sus activos, prueba de lo cual era el cepo que se había cerrado sobre las piernas de Hugo. Éste gemía mientras se iba dando cuenta de que cuanto más se movía, más daño le hacía el cepo, por lo que finalmente decidió quedarse quieto. En sus ojos había un brillo nuevo, en su rostro gestos que desde que Gómez lo vigilaba no habían tenido cabida. Algo importante había cambiado en él.

- Lo recuerdas, ¿verdad?

- Recuerdo que soy un barrendero.

- Sé que me estás engañando. Ya no tienes la mirada perdida como antes.

- ¿Y qué si lo recuerdo? Si me borré la memoria era para que nadie lo supiese, ni siquiera yo. ¿Crees que te contaré lo que descubrí?

El principio era el centro de todo. La "A" que te permitía recitar el resto del abecedario, que daba pie a la cancioncilla que para aprenderlo nos metían en la cabeza de pequeños. El comportamiento de las personas sólo podía modificarse hasta cierto nivel a través de las pequeñas alteraciones en su entorno, y los resultados no eran suficientes. Tenían que conseguir más. Lo que Hugo no pensó hasta que llegó Matías es que la consecuencia de su estancamiento no era el proceso en sí, no era una incorrecta elección de los elementos que debían ser trastocados, si no que era la persona. Para que toda la personalidad cayese ante los detalles, para poder programarla y controlarla, había que irse al principio. Al comienzo de la canción.

Matías corrió confuso detrás del agente Gómez hasta que tropezó con la escoba que Hugo había dejado caer poco antes. Seguía sin acordarse de lo que significa el paciente "A", pero la idea de que fuese una vía de investigación dentro del proyecto XXY tenía mucho sentido para él. Sentía que por primera vez no le habían mentido, que no había nada extraño en su pasado. Que nadie le había robado los recuerdos mientras dormía. Se levantó y cogió la escoba, y caminó hasta la silueta de Gómez, que se encontraba de pie con la pistola en la mano, apuntando a la mole de Hugo en el suelo, ambos iluminados por los deslumbrantes focos de vigilancia. El frío jugueteaba con el vaho que el aliento de ambos desprendía.

- Mírate, en el suelo, atrapado con un cepo, ¿crees que no tengo el permiso del Gobierno para hacer TODO lo que sea necesario para que hables?

- No tienes ni idea. Si supieses todo lo que se puede hacer con esta información, lo que supondría... Si quisiese podría hacer que me liberasen a cambio de la promesa de que lo contaría todo, y después podría escapar y que no me encontrasen jamás.

- Si eso fuera así, ¿por qué no lo haces entonces?

- Porque no debería caminar libre.

La célula Alevín debía ser secreta. Lo que allí se arriesgaba jamás se entendería dentro de la burocracia estatal. Por supuesto, si los experimentos funcionaban todos estarían encantados de oír las buenas noticias, pero si algo salía mal podía imaginarse a la perfección los rostros horrorizados, los aspavientos y la fingida indignación por haber usado a niños como ratas de laboratorio. Sólo necesitaban el permiso del jefe del departamento de investigación gubernamental. A partir de ahí todo sería extraoficial.

Los resultados fueron concluyentes desde el principio. Bajo la supervisión de Matías, Alevín I progresaba de la manera esperada. Su obediencia iba siendo cada vez mayor y comenzaba a no necesitar razones para acatar determinadas órdenes. Los pequeños objetos cotidianos cambiados de sitio, los conceptos cuyo significado parecía variar de la noche a la mañana, las modificaciones en los nombres, en los lugares; todo ello notas de una bella sinfonía que se desarrollaba sin imperfecciones. El control de la voluntad se desplegaba inexorablemente.

Matías se puso detrás de Hugo para poder ver la cara del agente Gómez. Estaba tranquilo a pesar de la situación. Creía tener todo el control, con su presa atrapada y la información que quería en la punta de los dedos. Pero Matías sabía, sin razón alguna, que eso no era así. Que Hugo estaba justo donde quería estar.

- ¿Quieres saber lo que sé? ¿Quieres que te cuente el gran descubrimiento que Matías y yo hicimos mientras trabajaba en la célula Alevín? No es más que un refinamiento de lo que ya sabíamos.

Un día Matías apareció en casa de Hugo con el pelo revuelto y oliendo a alcohol. "Lo he descubierto, he descubierto el por qué. Generar stress mediante la manipulación de los detalles ayuda, pero no es la clave. Todo este tiempo íbamos a ciegas. Estábamos acertando, pero sin saber realmente cómo acertábamos. Era pura suerte. He visto lo que hace. El control absoluto. Nadie debería poder hacer esto, es horrible." Entró en la casa tambaleante y se tiró sobre el sofá. "No quiero saberlo. Quiero olvidarlo."


- ¿Y decidistéis borraros la memoria, sin más, en vez de utilizar ese conocimiento? No tiene sentido. Sabes algo más que no me estás contando.


- Está bien, si tanto te interesa te lo diré. Pero te costará muy caro.


Matías comenzaba a ver formas borrosas en el fondo de su mente, palabras que se agrupaban y daban sentido poco a poco a su pasado. Lo primero que recordó fue la casa de Hugo.


Hugo se sorprendió de que Matías quisiese activar el protocolo Olvido. Se había creado para casos extremos en los que algún componente del equipo de investigación de Alevín filtrase información al exterior. Todos tenían implantes camuflados como tatuajes que eventualmente podrían activarse para hacer que perdiesen todos sus recuerdos desde la fecha en la que entraron a formar parte de la célula. Pero antes de activar el implante de Matías necesitaba saber qué había descubierto. "Está bien, pero antes necesito que me cuentes tu gran revelación." "Trato hecho, pero te aviso de que después de ver lo que hace tú también querrás olvidar." Por los ojos de Hugo pasó un atisbo de duda que Matías no supo ver, y el gesto afirmativo que hizo con la cabeza le pareció lo suficientemente convincente. "Verás, la clave es la debilidad. Un error de diseño."


- Un error de diseño que tenemos todos los seres humanos. Una grieta en nuestra mente, en nuestra personalidad, que permite acceder a nuestra capacidad de decisión. Mediante los detalles se debilita a la persona, se hace más vulnerable, y después se usan ciertos estímulos, enfocados, que nos permiten tomar el control.


El agente Gómez tardó un poco en entender lo que le estaba diciendo. El Gobierno no le había informado de alcance real de las investigaciones de Hugo, y por supuesto no le había dicho nada sobre la participación de Matías. Ahora un abismo de incertidumbre se abría ante él. Recordó los rumores que hablaban sobre espías perfectos, sobre la obsesión del Presidente por asestar un golpe definitivo a la reducida oposión a su partido. Rápidamente sobrevoló las implicaciones, las consecuencias. Si todo aquello era verdad...


Debía probar que lo que Matías le había dicho era cierto. Que efectivamente se cumplía tal y como le había asegurado. El protocolo Olvido ya estaba en marcha y los agentes acababan de llevarse a un Matías en coma para dejarlo en su hogar. Aprovechando que se había quedado solo, cogió un abrigo y volvió a las instalaciones del proyecto XXY. Según Matías, Alevín I estaba preparado; sin querer habían convertido la cancioncilla del abecedario en su disparador. Hasta ahora no se habían dado cuenta porque la usaban (variándola ligeramente cada vez) como un elemento más de sus experimentos.


De camino al laboratorio Hugo se saltó todos los semáforos, superó todos los límites de velocidad, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo. El sudor corría por su frente en gordas gotas de obsesión y su mente estaba fija en la idea de demostrar lo que ahora sabía. Cuando llegó no quedaba nadie del personal y la seguridad automática estaba encendida. La desactivó y corrió hasta la habitación de Alevín I. Encendió los altavoces y la melodía comenzó a sonar. Ahora debía decidir qué acto le convencería de que el control no tenía excepciones.


El agente Gómez, perplejo, no estaba convencido con las explicaciones.


- ¿Y no había un registro de lo que fuisteis haciendo? ¿En ningún sitio quedaron grabados los resultados de los experimentos?


- Claro que sí, pero el protocolo Olvido lo borró todo. Lo planificamos a la perfección para que así fuera.


- ¿El protocolo Olvido?


En uno de los anexos aún quedaban algunos chimpancés con los que habían estado probando diferentes sustancias estimulantes que ayudasen a acelerar el proceso del dominio de la voluntad. Los habían ido sacrificando después de darse cuenta de que sus efectos eran muy limitados, pero un par de ellos todavía seguían vivos. Sacó a uno de la jaula y lo llevó hasta la habitación de Alevín I. De fondo, la canción del abecedario sonaba por segunda vez. Sin pensar, Matías ordenó al niño que matase al mono.


- Es el protocolo en el que se detallaba el proceso de borrado de la memoria. Y cuando se activaba sobre el jefe del proyecto, es decir, sobre mí, también incluía la destrucción de cualquier evidencia sobre las investigaciones que se habían llevado a cabo. Después de todo, si algo salía mal la célula no había existido nunca.


A partir de la casa de Hugo, de la noche en la que había descubierto la clave del proceso, Matías había reconstruido el resto de su vida desde su entrada al proyecto XXY. La obsesión que se apoderó de él, las noches sin dormir, la excitación que le dominaba. Lo recordó todo. Y comprendió que cuando Hugo contó sus descubrimientos al agente Gómez había trazado una línea perfectamente definida uniendo los eventos que debían ocurrir aquella noche.


El niño, desapareciendo todo atisbo de inocencia de su mirada y sus gestos, se abalanzó sobre el chimpancé, mordiéndole el cuello.


Matías levantó la escoba y la dirigió con fuerza hacia la cabeza del agente Gómez. Éste, demasiado fijo en Hugo, no pudo esquivarla. Se rompió al chocar y le tumbó. Su pistola cayó al suelo, y Matías ya estaba esperándola cuando llego allí. La cogió y apuntó a la cabeza del agente.


El chimpancé se debatía entre chillidos agudos, frenéticos, pero el niño parecía haber desarrollado una fuerza sobrenatural sin previo aviso. Mordió y desgarró repetidas veces la peluda piel del animal hasta alcanzar la carne. La sangre manaba a borbotones del cuerpo del animal, salpicando a un Hugo de ojos intensamente perturbados.


Los guardas apostados en la torre de vigilancia, que habían ido perdiendo el interés paulatinamente por lo que abajo ocurría al ver que el agente tenía la situación controlada, reaccionaron al ruido demasiado tarde. Alcanzaron a ver cómo Matías disparaba a Gómez en la cabeza y se giraba para apuntar a Hugo. Sacaron sus armas y dispararon también.


- Menos mal que te acordaste a tiempo, no sé que habría hecho si no.-dijo Hugo con una sonrisa en la cara, consciente de que aquellas eran sus últimas palabras.


Cuando el animal cayó al suelo, inerte, su cuello destrozado, Hugo comenzó a comprender lo que acababa de pasar. Y entendió a Matías. Lo que había hecho era inhumano, un control así sólo inspiraba los más abyectos actos de aprovechamiento y vileza. Tenía que activar el protocolo Olvido en toda su extensión. Todo debía desaparecer. Mirar a los siniestros ojos de Alevín I le convenció de ello.


Los disparos de los guardas se produjeron al mismo tiempo que el de Matías, por lo que cuando éste se desplomó, a su alrededor sólo quedaron dos cadáveres.


Sacó su móvil y accedió al servidor de emergencia. Inició la secuencia de destrucción del complejo y después el borrado de su memoria. Si sobrevivía no quería recordar nada. "Quédate aquí", dijo a Alevín I mientras cerraba la puerta.


Un hombre grande y gordo, desorientado, salió del recinto y miró a su alrededor, sin saber qué estaba ocurriendo. La música del abecedario sonaba aún cuando la explosión comenzó, empujando al hombre y lanzándolo contra el suelo.


Ahora sí, el protocolo Olvido se había completado.

jueves, 8 de diciembre de 2011

El Demonio y Sus Detalles (IX)

Las manos de Hugo dolían de tanto barrer. Había llegado un punto en el que barrer hojas, nieve o sus propias pisadas era imposible de distinguir. Cuando empezó a hacerse de noche ya había empezado a gruñir al son de las cerdas que arañaban el suelo mientras su oronda barriga se bamboleaba a un lado y al otro. Fue el sudor enfriándose en su frente lo que le indicó que ya no estaba moviendo los brazos con sentido alguno. Se quedó parado y miró a su alrededor como si acabase de materializarse en un lugar desconocido. Se encontraba en frente de una serie naves de un solo piso -cinco, para ser más exactos- con las primeras letras del alfabeto repartidas en cada uno de ellos.
La noche era ahora cerrada y la visión era espeluznante. Lo único que se distinguía con claridad eran esas letras rojas iluminadas por unas pequeñas e indicativas farolas. El resto era noche, silencio e invierno.
El sonido de la madera de la escoba al chocar contra el suelo fue atronador y pareció querer resonar eternamente, aunque Hugo no le hizo caso. Era uno de esos momentos de claridad en los que recordaba quién era. O quién creía ser.
Intrigado, se acercó al edificio que mostraba con timidez la letra A. Acarició el frío metal de la puerta y empezó a caminar de lado a los edificios rozándolos con los dedos. Acariciando algo nuevo y desconocido. Como un recuerdo olvidado que la mente se empeña en rescatar. Algo detuvo su avance. Justo cuando sentía la puerta metálica bajo la letra D creyó oír algo en el silencio de la noche. Quizá una voz. Alguien preguntaba algo, detectó el tono, pero no las palabras; por lo que decidió rodear la nave en busca de algún resquicio por el que hurgar. Pues ese era su deber como científico.  
Siempre hay una rendija, y esta vez no iba a ser diferente, la pared trasera del edificio consistía en gruesos cristales translúcidos que deformaban la visión de lo que quiera que hubiese dentro. En este caso eran dos figuras; dos personas hablaban a la luz de una tenue bombilla. Afortunadamente, uno de los pequeños cristales cuadrados que cubrían la pared se había fragmentado por una esquina, por lo que pudo oír la conversación.

VOZ 1: 
Señor Beloussov, tranquilícese. No estoy aquí para hacerle daño. (por el sonido de la voz, parece sonreír con fuerza, quizá nervioso) ¿Puedo llamarle Matías? Yo soy el agente Gómez. Trabajo para el gobierno. Le pido que se calme.

MATÍAS:
¿Que me calme? (casi gritando, con voz nerviosa) ¿Dónde está el paciente A? ¿Quién es usted? ¿Por qué me apunta con una pistola?

AGENTE GÓMEZ:
Matías... escuche: nadie va a salir herido de aquí si contesta una serie de preguntas. Estamos juntos en esto, créame. Usted ha venido aquí buscando al paciente A. Yo tengo las respuestas. Pero necesito que se calme y se siente. Entonces guardaré la pistola.

MATÍAS:
(silencio largo, se oyen jadeos de uno de los dos hombres, las figuras permanecen estáticas tras el cristal) Está bien. (una figura se mueve y se sienta despacio, la otra empieza a relajar un brazo) ¿Qué quiere de mí?  

AGENTE GÓMEZ:
Colaboración. Quiero que me diga todo lo que sepa y pueda recordar de un paciente.

MATÍAS:
¿Qué paciente?

AGENTE GOMEZ:
Hugo Zarzos Darin.

MATÍAS:
(silencio meditabundo) Es... un paciente de Rossetta. Un buen hombre. Se le reconoce por ir barriendo sin ton ni son... y por la visible gordura. Aún hace el esfuerzo de llamarme Director. Un buen hombre... si.

AGENTE GÓMEZ:
(con insistencia) ¿Nada más?

MATÍAS:
No entiendo por qué todo el mundo está tan obstinado con sacarme información de ese hombre.

AGENTE GÓMEZ:
Verá... hace algún tiempo, el señor Zarzos nos arrebató algo que pertenecía legítimamente a mis sup... al gobierno. Tan solo tratamos de recuperarlo. Y creemos que su pasada relación con este señor nos puede ser de gran ayuda.

MATÍAS:
¿Nuestra relación en el pasado? ¿De qué me habla? No conozco demasiado a Hugo, ni siquiera le traté cuando yo pertenecía al equipo profesional.

AGENTE GÓMEZ: 
No le hablo del internamiento del señor Zarzos... sino a cuando trabajaba con usted. 

MATÍAS: 
¿De qué habla? No entiendo nada.

AGENTE GÓMEZ:
Señor Beloussov... (el tono de voz cambia, de lo oficial a lo íntimo) debo informarle de que antes de pasar a residir en este complejo como paciente mental, su memoria fue modificada. Por su propia petición expresa, he de añadir. Mi trabajo consiste en recabar esa información. Es de vital importancia que recuerde, necesitamos los detalles que nos hagan conocer al señor Zarzos, ya que los procedimientos rudimentarios no funcionan...

MATÍAS:
(guarda silencio, aunque la figura que estaba sentada se levanta a base de ridículos estertores)

AGENTE GÓMEZ:
Matías, puede que en algún momento descubriese una marca extraña en alguna parte de su cuerpo. Es todo parte del proyecto. El paciente A que esperaba encontrar esta noche... no existe. 

MATÍAS:
(la figura que se acaba de levantar corre hacia la otra y la empuja contra la cristalera haciéndola chocar con un estruendo) ¿¡Que clase de broma es esta!? ¿Han estado vigilándome? ¿Por qué me están haciendo esto? ¡Yo era una persona normal! Ni siquiera quiero recuperar mi antiguo puesto.  ¡Que se lo quede el hijo de perra de Max! Sólo quiero salir de aquí, ¿entiende? ¿Con quién tengo que hablar? ¿Por qué no paran de relacionarme con ese gordo paranoico? 

AGENTE GÓMEZ:
(con esfuerzo, como si estuviese siendo agarrado por el cuello) Señor Beloussov... ¡Matías! Suélteme... ¡le juro que no es por usted! Usted es sólo la pieza clave del rompecabezas. ¡El que nos interesa es Hugo! Es... por... Alevín...

MATÍAS:
¿Cómo dice? ¡Repíta eso!

AGENTE GÓMEZ:
Ale... ¡Alevín! La célula Alevín. ¿Le dice algo ese nombre?

MATÍAS:
(parece irse liberando la tensión del forcejeo, empieza a balbucear, pero algo le detiene) ¿Qué ha sido eso?

Ambas figuras se dieron la vuelta hacia el cristal. Quietas. Escuchando. 
Hugo no se había dado cuenta, pero en el transcurso de la conversación sus uñas habían empezado a arañar la cristalera y sus dientes estaban rechinando con ira. Hasta el punto de hacerse sangre en los dedos, hasta el punto de hacerse oír. Ahora lo recordaba todo. Todo lo que había borrado de su mente hacía años había vuelto en un instante. Como un chasquido. Con esa palabra... "Alevín". Él lo sabía todo.
Y ahora dos figuras borrosas empezaban a alejarse para salir por la puerta y atraparle. Y tenía que impedirlo. 
Echó a correr en dirección opuesta, hacia una gran planicie de hierba nevada que se perdía en la oscuridad. Nunca había corrido tan rápido. Nunca había usado su resistencia física para proteger algo tan valioso: sus recuerdos. Aunque, al parecer, no corría tan rápido. "¡Es él! ¡Es Zarzos!" Oyó a su espalda. "¡Deténgase!". Pero siguió corriendo hasta poner a prueba su corazón. Hasta que el vaho que vomitaba hizo a sus ojos llorar. Hasta que empezó a ver la blanca luz al final de la oscuridad. Esa luz que le atraía como si fuese un insecto. Un moscardón fatigado añorando la eléctrica muerte de la lámpara mata-mosquitos. "ATENCIÓN, SE ESTÁ ACERCANDO DEMASIADO A LA VALLA, DÉ LA VUELTA" pero Hugo no podía escuchar mas allá de sus latidos redoblando "AVISO, SI SIGUE AVANZANDO SERÁ INMOVILIZADO, DETÉNGASE" pero Hugo sólo sentía el frío abrazo de la nieve en sus pies y pensaba que debía seguir moviéndolos. 

Entonces algo golpeó el aire como un latigazo. Entonces algo mordió su pierna. Algo pintó de rojo el blanco. Su cuerpo cayó como una montaña derrumbada y llenó su boca de hielo hasta la garganta. 
Entonces no pudo hacer más que escuchar los pasos crujientes en la nieve que se acercaban con urgencia hacia él.