miércoles, 22 de noviembre de 2017

Yo. III

Cuando recuperé el aliento, el doctor me ayudó a sentarme en una pequeña sala de espera, y me tendió la revista que llevaba en la mano.

-Es natural que se sienta tan desconcertad… tan desconcertado.- El lexema se quedó flotando en el aire buscando un cable a tierra, y lo cierto es que la –o, tardó en empujarlo hacia el suelo, violentamente, y sin miramientos. La mente me daba vueltas, ahora suavemente, como una hoja atrapada en la poza de un río. “Tranquila, respira hondo, al fin y al cabo, la esencia es la misma, lo único que ha cambiado es el final del adjetivo”.





¿Sólo el final? Recordé a mi profesora de lengua y literatura, enseñándonos a analizar morfológicamente las palabras. Lexema, morfema, adjetivo calificativo. Género y número. Sujeto y predicado… ¿Sólo el final?

“¿Sólo el final? ¿Por qué no cambiarlos a Sujeta y Predicada entonces? ¿Pero qué dices?” Notaba el desconcierto, ahora como una delgada grieta que se iba abriendo paso sobre los cimientos del hospital,  los matices que cabían en una sola letra estaban empezando a borrar los ejes sobre los que se había diseñado y construido mi universo. “Universa”.

-¿Se encuentra bien?. Asentí, algo ensimismado aún. “Deja de pensar cosas estúpidas, no te vuelvas loca analizando las palabras, al fin y al cabo, son solo eso, palabras.”

Palabras. Abrí la revista por el final, y una impresionante foto de una supernova estallando me invitó a leer un articulo sobre la materia que constituye el universo. Recordé a mi profesor de Biología afirmando que, efectivamente, somos polvo de estrellas. El artículo venía a confirmar dicha afirmación. Tras la muerte y renacimiento de la segunda generación de estrellas, se crearon los elementos químicos que constituyen la materia viva. CHONP. Las palabras me hacían viajar por la historia del universo hasta morir en la génesis y evolución de la vida, qué irónico. Poco a poco, me fui tranquilizando, leer siempre había sido un ejercicio de relajación.

Todo ser vivo está formado básicamente por el mismo tipo de átomos, sin embargo, existen inimaginables formas de vida diferentes…¿Dónde se esconden los matices, pues? ¿Dónde está la frontera entre la esencia y los adornos que marcan las diferencias?

Tras unos milquinientos millones de años de existencia, la vida, esos átomos, CHONP, se reorganizarían para crear algo que para los científicos sería una auténtica revolución: el sexo. Los organismos, ya no tendrían que autoduplicarse, dejarían de ser clones y aparecería una nueva forma de dar continuidad a esa materia viva. Lo más curioso de todo; que la aparición de dicho fenómeno sería fruto del azar…

¿Fruto del azar? “Entonces ¿qué cojones me ha pasado a mí? Qué es lo que ha sucedido con mi cuerpo, ¿soy la misma en esencia? ¿El mismo grupo de átomos reorganizados sutilmente, para gastarme una broma macabra? Dudo mucho que el universo haya alcanzado ese nivel de complejidad, y ni siquiera sé si todo esto tiene, después de todo, ni pizca de gracia.”

Cerré la revista. Son sólo palabras, sólo palabras. Génera y númera. Adjetiva calificativa. Lexemo y morfemo. Átomas, CHANP. Qué mas da.

Una enfermera apareció de la nada, cortando de lleno mi pensamiento circular. Me indicó que pasara a la sala del final del pasillo.


-No hace falta que llames, te están esperando.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Yo. II


Mi cerebro es una amalgama de pensamientos dispares. O de abstacciones informes. Duele. Todo mi ser está reajustándose a una imposibilidad. Choco con un par de personas, las cuales caen al suelo por la fuerza del impacto. Miro a mi alrededor y me siento un gigante. "¿Está usted bien?". Las personas se levantan, me miran enfadadas, noto como me miden, me evalúan, y deciden que es mejor no meterse en problemas. Continúan sin más. Observo mis manos peludas, grandes. Quiero estar sola. ¿Solo?.
Accedo a un callejón, donde logro pararme y respirar, mi espalda contra la fría pared de ladrillo. Tanto mi camisa como mis pantalones me aprietan, me asfixian. ¿Qué hacer? No tiene sentido alguno. ¿Cómo voy a ser un hombre? ¿Qué clase de trama absurda es ésta? No, no es un sueño, ni una pesadilla. Estoy. Soy. Pero, ¿qué o quién soy? Duele.

Controlo la respiración, el ritmo cardíaco. Mi consciencia se adapta a marchas forzadas, pero ya consigo articular más de dos frases de forma congruente entre el maremoto de ideas. Pienso en la mañana, en el día anterior, la semana anterior y todo está borroso. Como si me estuviese olvidando de quién era para poder aceptarme. Apenas me acuerdo de despetarme y vestirme. Intento, con todas mis fuerzas, pensar en el espejo mientras me lavaba los dientes, en la persona que en él había, pero está fuera de foco. La cartera. Busco en mis bolsillos y no la encuentro, ni ningún documento de identidad. La sensación de confusión permanece y hace que me cueste razonar.
Una idea toma forma, brilla y se solidifica. He de ir a un hospital. Es lo único que tiene cierta lógica, que me aporta cierta serenidad. Allí sabrán qué hacer. Sea lo que sea, pase lo que me pase, no hay duda alguna de que es algo biológico, médico. Desde luego no es magia. Sin dinero ni documentación, y con el aspecto que tengo, nadie va a querer ayudarme, así que aprovecho el momento de claridad para localizarme y pensar en hospital más cercano. Veinte o treinta minutos como mucho.

El Sol se asienta en el cielo mientras camino y las nubes toman volumen en la ya establecida mañana. Sé que la gente se fija en mí, así que yo continúo mirando hacia arriba, esforzándome en ignorar el mundo a mi alrededor, en ignorarme. El viento mueve las copas de los árboles, y en el baile de las hojas hay algo que me calma, que casi me devuelve a mi infancia. Mi nombre es... La sensación se esfuma y vuelve el desasosiego. Cierro los ojos, respiro hondo, y al abrirlos ya estoy en el hospital. He tardado mucho menos de los esperado.
Al entrar me dirijo a recepción, donde una enfermera se extraña al verme. La veo coger el teléfono y llamar a alguien. Antes de que nadie me atienda, un doctor menudo, sudoroso y con la respiración entrecortada se me aproxima con la mano extendida y una amplia y desigual sonrisa en la boca.

¿Puedo ayudarle en algo?

Intento responder pero la voz me sale ronca y a borbotones. No sé ni lo que he dicho ni si me ha entendido.

No se preocupe, venga conmigo, le atenderemos en seguida.

Sin pensar en lo extraño de la situación le acompaño, confiando en que al fin lograré aclararme. Mantengo a raya las dudas, la incertidumbre, las posibilidades. Siento que si doy rienda suelta a mi mente terminaré volviéndome loco, así que me fijo en el raleante pelo del doctor y su cojo andar. Se coloca a mi lado, poniendo su mano en mi brazo, y me pregunta algo que apenas entiendo. Caminamos por un pasillo largo, blanco y luminoso, y las bombillas del techo comienzan a deslumbrarme. Parece eterno. Me tropiezo con nada y evito caerme apoyando mi mano contra la pared. El pasillo se tambalea, se retuerce, chilla. Un grito agudo, intenso, que parece venir de todas partes y que me anula por completo. Siento naúseas, mareo, estoy en el suelo. El doctor tiene algo en la mano.

Oscuridad.


miércoles, 13 de septiembre de 2017

Yo. I


Identificación, por favor.

Digo mi nombre, alto y claro. Nunca lo había pronunciado mejor. 

Error de reconocimiento. Por favor, repita su nombre, alto y claro.

La ironía me hace sonreír. No mucho, alguien podría verme y se preguntaría de qué me estoy riendo. Alguien de dentro del edificio. Quizá podrían no dejarme entrar. Saldrían con palos duros de goma a preguntarme qué estoy haciendo. La fila de gente se impacienta detrás de mi. Borro la sonrisa y vuelvo a probar. 

Error de reconocimiento. Pasando a escáner visual. Por favor, manténgase quieto ante la cámara.

Siento un frío intenso ante la oscura esfera de cristal que me evalúa en silencio. Por un momento noto como si detrás del visor me observasen con atención y curiosidad. No un programa que tenga que decidir si dejarme entrar o no; tampoco una persona encargada de ese sistema secundario de reconocimiento de caras tristes y sin color en una vieja pantalla, en una vieja habitación. Algo fuera de lo mecánico y lo humano que ha interferido con la máquina. Entonces soy consciente por un instante del silencio en el que ha quedado todo envuelto durante un fragmento de mi tiempo... para luego continuar con los pitidos de los coches y los impacientes miembros de la cola que chistan y comentan en voz queda.

Con cariño, para los cuellos de sus abrigos: la masa inquieta.

Tiendo a pensar en este tipo de cosas a menudo, sobre fuerzas invisibles e inexplicables que me observan allá donde esté, haga lo que haga. Pero nunca lo había pensado -ni sentido- con tanta intensidad como en este momento; un momento en el que me hallo en absoluta tensión. Intentando acceder a un lugar del que he olvidado para qué vine en primer lugar. ¿Qué estoy haciendo aquí?
La máquina se ha cansado de hablar y escribir en la pantalla. Ahora oigo un estridente sonido que indudablemente indica a voces que algo va mal. El alarido artificial es continuo y hace que tarde en reparar sobre lo que aparece en pantalla.
Entonces miro y observo el rostro en blanco y negro de alguien que no soy yo, que fija su mirada en la mía ausente de sentimientos... o quizá desbordado de ellos. Por un momento el rostro me resulta familiar, como si me hubiese acompañado toda la vida, al siguiente segundo pienso que no lo he visto nunca y por último siento que si apartase la vista de él lo olvidaría para siempre. Y entonces, como si estas tres sensaciones no quisieran ocupar el mismo espacio, la imagen empieza a desdibujarse. La cara se desenfoca y lentamente empieza a dividirse en tres, tomando diferentes caminos. Tres gestos estáticos que parten en direcciones desconocidas. Despacio. Sin molestar. Cuesta apartar la vista.

Y entonces, todo acaba.
La pantalla duerme. Se acaba el chirrido de la máquina. Cesan los pitidos y las quejas. Las puertas se abren. Los guardas dan la espalda. Ya nada importa. La gente calla mientras cuida sus asuntos. Sin hacer ni un ruido. Siento la inevitable invitación de seguir adelante. Todas las piezas se han colocado para dejarme paso. Solo el eco de mis pisadas en el suelo de mármol rompen la paz. Pero a nadie parece importarle.
El enorme vestíbulo no ofrece indicación alguna pero una puerta de madera oscura me hace pensar que me dirijo al cuarto de baño. Necesito secar el sudor de mi frente con urgencia. 
Meto la cabeza bajo el grifo tras asegurarme que no hay nadie más en la aséptica y perfumada estancia. Niego, vuelvo a sonreír. Quizá esté soñando. Pero es todo demasiado real. Tanto, como si todo tuviese al fin sentido. 
Mi gesto se tuerce cuando me yergo. No puedo creer lo que veo. Ante mi, en el espejo que ocupa toda la pared: el rostro extraño. Ese que no soy yo me mira y se mueve en perfecta sincronía con mis gestos. Copia mi mirada de horror incrédula. Siento las gotas frías recorrer mis mejillas al mismo tiempo que las suyas son recorridas. Ocupamos el mismo espacio y el mismo tiempo. Pero no somos la misma persona. No podemos serlo. 
Me tiemblan la barbilla y las manos. Le tiemblan la barbilla y las manos. Nos tiemblan las barbillas y las manos. Cuando pensaba que no podía ocurrir nada más extraño veo lo que antes me pareció un efecto óptico en una pantalla artificial: esa imagen de esa persona en mi reflejo que se empieza a separar en tres espectros lentamente.
"¡No!" grito cerrando los ojos y dándome cuenta que alguien ha podido oírme. ¿Qué clase de pesadilla es esta?

Y al abrir los ojos. Repetición. Otra vez. Exactamente lo mismo. Reflejo, sorpresa, lenta separación en tres caminos desde el origen.
No quiero saber lo que ocurre si aguanto demasiado la mirada. Abandono ese lugar corriendo, sin saber a dónde ir. Decido escapar del edificio. Abandonar las calles, la ciudad, el país, el planeta... no lo sé.
-¿Caballero? -increpa alguien cuando voy a atravesar la puerta en busca de libertad. -Se le ha caído esto.

¿Caballero?

Entonces... es real. Ha ocurrido. Es demasiado constante y certero como para ser un mal sueño. Admito lo imposible. Por algún motivo absurdo e inexplicable..


He dejado de ser una mujer. 




jueves, 20 de abril de 2017

Solo lo echaré de menos cuando lo haya perdido. Capítulo VII (Fin)

Domingo.

Me dijiste muchas cosas, pero recuerdo nítidamente aquellas que fueron mentira, o aquellas que nunca llegaste a pronunciar, palabras que mi imaginación elevaba como un vilano, buscando un lugar donde caer,  y germinar, mi corazón, supongo. No sé. No…

“In the deepest ocean
The bottom of the sea Your eyes They turn me Why should I stay here? Why should I stay?”
Follow where you lead
Your eyes
They turn me”

Algo sobre ser más valientes, claro. Y yo seguía pensando que valiente era mi forma de pensarte en círculos, como un sacacorchos infinito e incansable que se abría paso a través de tu mirada. Estabas contenta de que hubiese aparecido por allí. Yo empezaba a preguntarme si los átomos existían solo para esculpir tu boca, si algún día dejaría de prestar más atención a lo que pasa detrás de mis ojos, que a lo que ocurre delante de ellos…pero todas esas palabras que no dijiste… ya empezaban a florecer. O a marchitarse, no sé. Yo…

“I'd be crazy not to follow

Me hubieran bastado dos: “ven conmigo”, o incluso, una : “vete”.  Y me quedé esperando toda la noche a verlas brillar. Las busqué en conversaciones con tus amigos, tus compañeros de piso, tus conocidos, las busqué en la luz de la cocina, que tartamudeaba en fría lengua universal. Pero aquella fiesta parecía una guerra, y ahora creo que todos los que coincidimos allí esa noche, buscábamos algo.

“Turn me on to phantoms
I follow to the edge of the Earth
And fall off
Everybody leaves
If they get the chance
And this is my chance”

En algún momento, te acercaste con un libro usado. Me dijiste “léelo”. Y tu mirada fue una noche cálida, acogedora y placentera, pero negra al fin y al cabo.  Me abrazaste, y  puede que sea lo único que sí dijiste.

"I get eaten by the worms
Weird fishes
Get towed by the worms
Weird fishes"

Ahora estoy aquí sentado, en el borde del universo conocido, jugando con las miradas que sí intercambiamos, y las siento como humos que se levantan sobre un campo de batalla lleno de flores, sin un solo cadáver, y pongo en tu boca hecha de átomos palabras que no lo están, pronunciadas o no, ya da igual...

I’ll hit the bottom
Hit the bottom and escape
Escape

Cojo el libro, buscándote en su forma, su color, su olor…siento que sigo pensándote en espiral, y nos encuentro, riendo en el título:

 “Solo lo echaré de menos cuando lo haya perdido”

viernes, 24 de febrero de 2017

Sólo lo echaré de menos cuando lo haya perdido. Capítulo VI

Me desperté resacoso, sin nada de alcohol en mis venas. Febril, sin virus alguno en mi organismo. Un sarpullido invisible pero inaguantable recorría mi brazo derecho y todo mi cuerpo temblaba en una suerte de convulsión leve pero constante. Abril me había escrito. Sin levantarme cogí el portátil de la mesa de noche, abrí el navegador y me puse a mirar en su perfil.

Era humo, era muro.
Una mentira intrascendente,  una catástrofe iridiscente.

Esa noche daba una fiesta en su casa a la que yo también estaba invitado, una semana de mucho trabajo y estrés le pedía desahogarse por todo lo alto. Abril cansada, manta, gato y una serie en el televisor. Abril trabajando. Abril arreglándose. El martes estaba contrariada por las noticias de algún país lejano. El jueves había tenido que llevar a su gato al veterinario. Hoy se sentía especialmente triste. ¿Cómo, si no, explicar la nota? Era la única manera posible de que se hubiese acordado de mí. Un momento de debilidad, un tonto error.

Retazos de un dolor,
imposible.
Recuerdos de un amor.

Deshacerme
en paralelo.

Mis articulaciones crujían y dolían ante la mera perspectiva de tener que fingir simpatía, elocuencia y empatía por personas que día a día odiaba. Nadar entre el mar muerto de sus amigos para llegar hasta ella. Luchar, escalar. Toda la semana siendo otra persona para tener que ponerme un disfraz nuevo. Si tan solo pudiese negarme, dejarlo ir. Si su mirada no estuviese grabada en mis retinas y sus labios en los míos, si mis huellas dactilares no fuesen las suyas y de mi ropa hubiera desaparecido la horma de sus abrazos. Pero lo están, lo son. No había escapatoria alguna de aquello.

Excusas adornadas de confeti,
rojo sangre, entelequias.

Desapareció la puerta de mi casa, el ascensor, la entrada de metro, los rostros, decenas por parada, los carteles, los destellos, la gente, más gente, los golpes, las diculpas, el humo, el ruido, las calles. las bocinas, los motores, el ruido, las prisas, el ruido, el ruido, el ruido. Apareció tu portal. Apareció tu puerta. Apareció tu timbre. Apareciste tú.