jueves, 23 de agosto de 2012

Civilización - Capítulo Sexto


Por supuesto, existía una conexión clara.

O no; sacar conclusiones de manera precipitada, por muy evidentes y excluyentes que parecieran ser, era uno de los primeros errores que les enseñaron a erradicar en sus años de academia.
Recordaba perfectamente aquellos dos círculos de tiza sobre el profundo verde de la pizarra. El profesor unió con una flecha el suceso A con el suceso B. Existía una relación de causalidad entre ambos, que él mismo se había encargado de demostrar. No bien hubo terminado de unir ambos elementos, el profesor preguntó si sabían lo que era una red. Los alumnos rieron, borrachos de autoconfianza y sabedores de su elevada inteligencia. Cómo no iban a saber lo que era una red. Esa pregunta era insultante.
-Sabrán pues, que la causalidad lineal es un evento poco explicativo para entender el universo.

Con su parsimonia habitual, el profesor pintó con la fina barrita de yeso un nuevo círculo con una visible X en su interior. Posteriormente, unió con dos flechas el nuevo elemento a los dos anteriores formando un curioso triángulo que parecía recordar un sencillo mapa planetario.

-Podrán observar, que lo difícil no es hallar la relación entre varios sucesos visibles, y que en un principio parecían YA relacionados. Lo complejo es, sin lugar a dudas, descubrir el suceso o elemento oculto que otorga una coherencia multidimensional a la investigación. A ese elemento o suceso, lo llamamos el elemento X.  En ocasiones se pescan muchos más peces gordos con una red que con una simple caña de pescar. Ustedes son los que deben saber cuándo es el momento de usar cada una de las herramientas que aquí se les presentan.

Sin duda su profesor causaba todo tipo de opiniones en la academia, muchos adoraban su sencillez, otros detestaban sus estúpidas clases, repletas de teorías de dudosa fiabilidad.

Al Inspector Suárez no le había ido nada mal siguiendo las enseñanzas y consejos del viejo profesor. A pesar de su corta edad, su perspicacia y habilidad para desentrañar las más barrocas tramas habían catapultado su carrera en el departamento de homicidios. Se trataba de un hombre sencillo, no era para nada ambicioso pese a lo que su trayectoria profesional pudiera dar a entender. El puesto de Inspector estaba bastante mal remunerado para la cantidad de horas de trabajo que había que dedicar a los casos, por no hablar del apartado burocrático, aburrido y tedioso, el cual Suárez odiaba profundamente. Es por ello que accedió al puesto a cambio de poder seguir haciendo el trabajo de campo, la parte del curro que le apasionaba en realidad. Para ser un buen profesional, pensaba Suárez, su trabajo requería mancharse las manos y meterse lo suficiente de lleno en los casos, tratando siempre de mantener una distancia prudencial que le permitiera analizar los hechos con perspectiva.

Ahora se encontraba ante un nuevo caso, y el gran número de pistas y hechos que parecían conformarlo, más allá de generar en él un efecto de optimismo, le causaban cierta intranquilidad. No podía ser tan fácil. Pocas veces lo era, y cuando se trataba de casos tan sencillos, no se los encargaban a él.
Durante las últimas dos semanas habían aparecido 6 cadáveres de ungulados descuartizados en varios puntos que no parecían tener ninguna relación entre sí. Era cierto que había un denominador común en todas aquellas carnicerías, pero por desgracia para los pobres animales, nadie hubiera investigado oficialmente todo aquello (podría ser tan sólo una broma macabra de algún cazador) si no fuera porque esa misma noche habían encontrado un séptimo cadáver a las afueras de Fuenteclara.

Y en este caso no se trataba ni de un ciervo ni de un corzo, sino de una mujer.

-Se llamaba Linda Catalina Morato, Señor. Tenía 41 años y aunque nació en el pueblo, vivía y trabajaba en la capital. Aquí tiene su cartera; está todo, DNI, tarjetas de crédito, algo de dinero en efectivo y una foto de la Virgen de las Nieves. Está casada con un tal Gregorio Oza, pero no hemos logrado localizarle. Pobre señora, menudo estropicio…¿Había visto alguna vez algo así?

La verdad que había visto muchas cosas peores, y odiaba comenzar a acostumbrarse a ver materializado los más oscuros impulsos del ser humano. Auténticas obras de arte grotescas, todas ellas preparadas meticulosamente, todas ellas planeadas con frialdad y con algún sentido. Sentido que él tenía que buscar para poder entender mejor al asesino y poder así darle caza. En cualquier caso, no se trataba de un homicidio sin precedentes, éste, como tantos otros, buscaba dejar un mensaje alto y claro a todo el que tuviese la desgracia de contemplarlo.

-¿A qué hora encontraron el cadáver, y quién lo encontró?-Pregunto escueto el Inspector Suárez.

-Sobre las 22:13, Señor. El alguacil había salido a poner unos carteles sobre las fiestas de este año y se la encontró tal cual está, Señor. Está bastante tocado, Señor. Menudo susto se llevó, imagínese Señor.

-Gracias agente, puedo imaginármelo. ¿Algún testigo?¿Nadie vio ni oyó nada?

-No Señor.

-Encuentren a su marido. Esto es todo, ahora déjeme a solas.

A primera vista parecía existir una gran similitud entre los restos descuartizados de los animales y el de la señora Morato. Todo ello unido a que los lugares donde se encontraron los ungulados estaban muy próximos al pueblo, hacía pensar que existía una conexión clara.
Era bastante plausible que así fuera, era posible que hubiera un patrón común entre todos aquellos sucesos, y que el elemento de unión fuera nada más y nada menos que el presunto homicida. No obstante, Suárez desconfiaba mientras seguía cavilando y apuntando sus pesquisas en su libreta de bolsillo. De momento los principales sospechosos eran el alguacil y su marido; Gregorio.  

Mientras continuaba concentrado buscando pistas en la zona del crimen, llamaron de la Central. Habían interrogado al alguacil. Parecía inocente, pero pasaría la noche allí por si el Inspector Suárez quería hacerle alguna pregunta más, el marido de la víctima seguía desaparecido, aha, todo apuntaba a un acto más de violencia de género, sí sí, con ciertos matices sádicos, pero el caso estaba casi resuelto, gracias Central, ¿algo más?, seguid buscándole. Adiós, adiós.
El cielo oscuro amenazaba tormenta una vez más, había estado lloviendo toda la semana y por suerte la policía científica ya le había ayudado a recoger todas las posibles pruebas. Podía llover todo lo que fuera necesario. Había que agradecer al cielo que no se hubiera descompuesto hasta que la zona había quedado milimétricamente analizada y limpia. Había que agradecerle también que dejara la tierra húmeda, pues el asesino había cometido el error fatal de dejar impresas las huellas de sus botas…

El Inspector Suárez se preguntaba cómo podría haber cometido semejante fallo. De ser el alguacil o el marido, sólo tendrían que buscar entre su calzado buscando la identidad de dichas marcas. Llamó a la central para que tomaran medidas del calzado del alguacil, y ordenó que buscaran en los alrededores del pueblo cualquier calzado abandonado.

De momento todo iba sobre ruedas, sólo tenía que esperar a que alguna de las suelas de las botas de los dos sospechosos coincidieran con las marcas impresas en el lugar del crimen y caso resuelto.

Llamada de la central: Hemos analizado el calzado del señor alguacil. Está limpio.

El tiempo pasaba, y la noche se colaba por el horizonte despacio, deshaciéndose gota a gota en una lluvia lenta pero que comenzaba a encharcar las callejas no asfaltadas de Fuenteclara. El Inspector Suárez, esperaba en el asiento del conductor de su coche patrulla mientras los dos agentes de la policía local roncaban dentro de su vehículo 4x4. Estaban esperando noticias de las patrullas que habían salido hacía más de 5 horas en busca y captura del marido de la señora Morato.


Llamada de la central: Lo tenemos. El sospechoso está detenido y se dirige hacia usted, llegará en 30 minutos.


Greg descansaba tumbado bocarriba, dejando que las gotas disfrutaran  deslizándose por la topografía de su cuerpo como adolescentes en un parque acuático. Esta semana su alma había encontrado la paz que buscaba, y esto no era más que el principio de una nueva vida. Sus deseos comenzaban a lijar los barrotes de su conciencia y parecía que iban a llevar el sabotaje de su alma a buen puerto. Al fin.

Pero la magia quedó hecha añicos por un potente frontal que le alumbró directamente a los ojos, cegándolo. De entre los arbustos aparecieron dos forestales y otro par de policías, que sin preguntar se limitaron a esposarlo y acusarle del asesinato de su mujer. Otra vez la ironía llamaba a la puerta de su vida, pues cuando había liberado parte del alma, resultaba que su cuerpo quedaba encadenado.


Por algún motivo desconocido, muchas veces los captores de delincuentes ponen en entredicho su ética, sometiendo a éstos a crueles actividades y diversas torturas. No fue una excepción el caso de Greg. Antes de llevarle ante el Inspector, decidieron que contemplara de nuevo su macabra obra de arte...

jueves, 9 de agosto de 2012

Civilización - Capítulo Quinto


[...]

El fuerte sonido de la lluvia amortiguaba su llanto. El reguero de sangre se abría paso entre la tierra, mezclándose con ella, alimentándola. Las gotas de agua creaban pequeñas ondulaciones en el charco rojizo que se iba formando, diluyendo su intenso color hasta convertirlo en un trémulo rosa. Sus manos temblaban, su rostro estaba desencajado. Sorprendido por permanecer aún consciente hundió sus dedos en el barro. Escuchó un trueno sin poder ver el relámpago que lo acompañaba y buscó prácticamente a tientas el improvisado puñal que le había servido de arma homicida. Algo había cambiado en ese pequeño trozo de espejo ahora que la sangre lo había bautizado. Cuando al observarlo se encontró con su propio mirada supo que aquél era el punto sin retorno, supo que a partir de entonces sus recuerdos dejarían de molestarle. Entendió que él no era ningún psicópata con un hambre incontrolable de matar; él simplemente había llegado de una manera racional a la conclusión de que en esta época en la que comunicarse era algo tan sencillo, tan poco elaborado, necesitaba devolverle el valor a este concepto. Así, no naciéndole de sus impulsos, no podía pretender coger un arma cualquiera y poder matar a la primera persona que se propusiera. Necesita una progresión, un proceso de aprendizaje. Por otra parte, siendo sincero consigo mismo, la muerte en sí no era el objetivo de sus acciones, sino que era un paso necesario para lo que pretendía alcanzar: el arte de la comunicación.

Cansado, con una sonrisa bobalicona, se tumbó boca arriba y admiró la luna, que en un intento de mantener una conversación sin distracciones apartó la lluvia y se presentó en todo su esplendor. A su alrededor pequeños cúmulos de nubes danzaban agitadas, a veces tapándola, a veces coronándola. Un agradable aire que le recordaba a la suave brisa del mar agitó los pelos de su cuerpo, que desnudo agradecía el descanso del agobiante calor del verano. Extendió los brazos y disfrutó del momento. Aún quedaba mucha noche por delante, tenía tiempo suficiente para terminar su primera obra. Aún sonriente, sintió cómo los pensamientos iban desapareciendo de su mente hasta vaciarla por completo, y en extraña sicronía el cielo también se vació de nubes. Quedó un insondable azul oscuro en el que la luz de la envidiosa luna no dejaba ver ninguna estrella. Respiró y sintió sus pulmones llenarse, por primera vez en su vida, de un aire incorrupto. La muerte, limpia e inocente, había purificado aquel claro. El aire continuaba acariciándole, mimándole. Sintió ganas de masturbarse, y asqueado las reprimió al instante. Ése no era el lugar para tener una erección, para sentir nada sexual. Ligeramente perturbado, con la perfección del momento rota, se levantó.

Miró el cuerpo de su víctima, tendido majestuoso en el suelo, y decidió que era hora de crear. Caminó hasta la bolsa y cogió la sierra. Una a una fue cortando sus extremidades y su cabeza, tomándose tiempo para que el corte fuese lo más limpio posible. Si quería dejar un mensaje, debía ser lo más claro posible. Estaba comenzando, así que no quería nada trascendente o complejo. La letra alfa serviría. Cogió la pala que había tirado a un lado y cavó un círculo alrededor del torso para no tener que moverlo. Con él como base, y haciendo uso de las extremidades, logró formar la letra que quería. A pesar de su simpleza era mucho más bella de lo que había imaginado. Acercó una piedra y la rama alargada que había traído y se sentó frente a su primera obra, absorbiendo todos sus detalles según iba limando la rama y afilando su punta.

Es difícil decir cuánto tiempo pasó así, pero es seguro afirmar que, olvidando poco a poco su breve incidente, fue entrando de nuevo en el vacío. Comenzó a chispear, y cualquiera que le hubiese visto desde lejos hubiera jurado que las débiles gotas se quedaban suspendidas a su alrededor como un aura de serenidad. Cuando tuvo una primitiva lanza entre las manos, clavó la cabeza en ella y ésta en la tierra, de forma que los inertes ojos quedasen contemplando su sencillo mensaje. Aprovechando que todas sus herramientas estaban mojadas, las limpió con unos trapos, tarea que resultó ser muy sencilla gracias a que no había sangre coagulada ni seca. Mientras recogía fue poniéndose de nuevo las manos de Gregorio, la piel de Gregorio, el rostro de Gregorio. Sólo era un disfraz. El claro volvió a estar en el bosque entre Fuenteclara y Fuenteoscura, su coche volvió a estar aparcado cerca de la carretera y su víctima volvió a ser un corzo. En el amanecer el mundo volvía a ser el mismo de antes, pero él no. Y con él cambiaba todo.

[...]

En el coche Linda siempre ponía esa emisora asquerosa en la que entre cientos de anuncios intercalaban alguna canción prefabricada que insultaba a la música. Por eso no le gustaba viajar. Era asombrosa la capacidad que su mujer tenía de convertir un viaje de cincuenta kilómetros en una interminable tortura. "¿Estarán bien los niños con tu madre?" "¿Cogiste las otras llaves?" "Pues me han dicho que ahora la Conejera dejó al Rubén y está liada con el hijo del Chino" "Creo que vuelvo a tener juanetes" "Cuando llegue tengo que limpiar la casa, que estará llena de polvo" "Bla" "Bla" "Bla" Intentaba aislarse de ella, ignorar su voz, pero hablaba tan alto que le resultaba imposible. No le dejaba tiempo para pensar en lo que haría.

Cuando finalmente llegaron a Fuenteclara, justo a la hora de cenar, Gregorio se excusó diciendo que le dolía la cabeza y necesitaba dar una vuelta para despejarse. Lisa le comentó lo raro que estaba últimamente y que no pensaba dejarle irse solo. "¿No estarás pensando en hacer alguna tontería?"

- No, necesitaba venir, necesito pasar un tiempo alejado del ruido, en la naturaleza.- necesitaba oírse, sentirse, liberarse.

Sin pararse a escuchar la réplica de su mujer subió al trastero y cogió lo que ceyó que necesitaría sin saber qué era lo que iba a hacer allí. Sólo veía armas a su alrededor. Una sierra, una pala, un martillo, una hoz oxidada, un rastrillo. Lo cogió todo. ¿Mataría a alguien? Quién sabía. Quizá no hiciese nada, quizá su pequeño paseo no sirviese para nada.

Abrió el garaje y metió todo en la parte trasera del todoterreno que guardaban allí. Lo arrancó sin problemas y comprobó que aún tenía bastante gasolina. Se sintió bien. Se sintió seguro. Se sintió pequeño.

Era domingo, y como siempre su padre le dejó sentarse en el asiento delantero de la furgoneta. Detrás iba la escopeta. Con el ruido del motor comenzaron los pasodobles que les acompañaban hasta el bosque. Aunque tardaban menos de veinte minutos en llegar, Gregorio se ponía nervioso y necesitaba aguantar las ganas de orinar. Su padre no era una persona muy comunicativa, por lo que aquellos extraños momentos de unión, de compartir algo con él, le resultaban emocionantes. Cuando el coche se internó en el camino de tierra supo que quedaba poco, y sustituyó los nervios por las ganas de correr.

Al llegar, y mientras su padre limpiaba, armaba y cargaba la escopeta, tenía algo de tiempo para correr y saltar por el claro en el que aparcaban. Imaginaba que estaba en algún sitio encantado y que sólo estaba a salvo si permanecía alejado de los árboles, pues allí vivían todo tipo de monstruos. Hombres con cuernos, con dientes, con garras. Hombres pequeños con alas y hombres grandes de un solo ojo. Él, rama en mano, intentaba combatirlos con poca eficacia. Pero eran criaturas listas, y sabían que debían mantenerse alejados del arma de su padre, por eso nunca le pasaría nada si iba a su lado. Después de lanzarse al suelo y dar una voltereta, se levantó mareado, y dando tumbos deambuló hasta poder quedarse quieto. Cuando la hierba dejó de ondular, tenía un corzo rebuscando en la tierra a escasos metros de él. Parecía estar acostumbrado a la presencia humana y no tenerle miedo. Como si ignorase que la temporada de caza acababa de empezar. Fascinado por la valentía del animal, dio un paso, y al posar el pie retumbó un ensordecedor disparo.

No sabía muy bien cómo había llegado hasta allí, y se sentía liviano, como si hubiese llevado siempre un abrigo metálico que por fin se quitaba. En su mano tenía la antigua escopeta de su padre, y a su alrededor estaban desperdigadas por el suelo las herramientas que había traído. Se dio cuenta de que estaba desnudo, y de que no estaba solo. Como una aparición, un corzo con el hocico enterrado levantó la cabeza para mirarle. Entre la lluvia sólo pudo ver dos profundos pozos oscuros. Carentes de chispa y de interés. Esta vez no sintió atracción. Encajó la culata en su hombro. Sabía que el arma estaba cargada aunque no recuerda cuándo ni cómo la cargó. Apuntó. Con la lluvia la pólvora podría haberse echado a perder, pero en el fondo poco importaba si funcionaba o no. Disparó.