Ahora Greg se sentía en cueros.
Su piel había perdido el color, era trasparente y la mirada del peluquero podía
penetrar a través de ella como los rayos de sol invaden el cielo después de una
tormenta. Y el temporal de emociones había dejado unas finas marcas en su
alma, las cuales ahora quedaban a la
vista de su hipotética víctima.
-No te quedes ahí pasmado. Se
suele condenar el hecho, no el deseo. Venga, deja las tijeras en su sitio.-Dijo
el peluquero con una sonrisa vaga en la mirada. Parecía divertirle lo patético
de la situación.
-¿Qué?
-Claro hombre, y después de todo
yo también he pensado en clavárselas en la yugular a muchas de las marujas
insoportables que vienen aquí a cortarse el pelo. Luego recuerdo que son ellas
las que me pagan, y prostituyo mi deseo. La tragedia se convierte en comedia.
¿Lo pillas? Esa frase es buena, ¿no crees?
La verborrea compasiva de aquel
cretino no hacía otra cosa más que aumentar el grado de repugnancia que sentía Greg. Debería haber actuado cuando
tuvo tiempo. Debería haber convertido a aquel
indeseable en una auténtica obra de arte. Una obra que hablara alto y
claro, de tal forma que cualquier persona pudiera entenderla. Sin embargo, lo
único que parecía ser capaz de comunicar un mensaje, era el oscuro fondo de sus
ojos
-¿No crees, eh?-Repitió con
insistencia aquel parias del mundo del estilismo,-No estoy molesto ¿sabes? En
realidad me alegra que te pases por aquí. A estas horas ya no tengo mucho
trabajo, y me gustaría comentar con un oyente objetivo y ajeno a mi vida, un
par de teorías que vengo construyendo últimamente. Me gusta reflexionar
mientras hago mi trabajo, el problema es que no puedo compartir mis
pensamientos con mi clientela dado su nivel intelectual, pero tú pareces
distinto.
Greg dejó caer las tijeras al
suelo. El sonido del metal al chocar contra el suelo interrumpió a su
interlocutor, que lo miró de nuevo con cara de sorpresa.
Continuar allí durante un segundo
más sólo contribuiría a reforzar su idea de que aquel peluquero era un
desgraciado. Un alma solitaria rodeada de multitud de gente sin inquietudes, un
vagabundo deseoso de comprensión y rodeado de vacuidad. El paisaje era
demasiado familiar.
-¡Eh, amigo! ¡Espere!, no me ha
dejado terminar…
Terminarle era la única y
verdadera razón que le había llevado a entrar en ese lugar, y ahora que sus
intenciones se habían desinflado, su deseo de asesinar era tan sólo un globo
abandonado en la esquina de una fiesta de críos. Quería salir de allí lo más rápido
posible. Ya ni siquiera sentía vergüenza, sólo impotencia y frustración.
Por desgracia, ya se había visto
en muchas más situaciones como ésta.
La primera vez, él era muy joven,
pero podía recordarlo a la perfección. Su madre, sin dar explicaciones, se
había presentado en el piso del abuelo de Greg y tras empujar a su hijo al otro
lado del umbral, y añadir que se pasaría a recogerlo al día siguiente, cerró la
puerta sin despedirse.
El piso del abuelo de Greg era un
espacio diseñado para albergar la soledad de su vejez, y aunque apenas tenía el
mobiliario justo para acomodar a una persona, Greg se sentía a gusto allí. Su abuelo era un hombre rudo,
terco en palabras y con pocos modales. Pero eso no suponía ningún problema, tampoco
él era muy charlatán.
El viejo tenía un pequeño televisor en el
salón que hacía de nexo entre los dos. No hacía falta malgastar saliva teniendo
la T.V encendida hasta la hora de dormir. Y en eso consistían las visitas de
Greg a su abuelo, un silencio emocional sostenido por el estrepitoso ir y venir
de voces y melodías que provenían de aquel aparato. La jornada maratoniana de
televisión acababa a las 12 en punto, momento en el cual el abuelo mandaba a
Greg a dormir a la habitación contigua al salón. Era una habitación muy pequeña,
con una cama siempre deshecha y un taburete de madera en la cabecera, donde
Greg apilaba su ropa antes de acostarse.
El abuelo, sin embargo, no se iba
a la cama inmediatamente, disfrutaba quedándose dormido en su viejo sofá
mientras veía algún programa de caza. Toda una retahíla de imágenes macabras
desfilaban por el monitor: jabalís perseguidos por perros que no paraban de
ladrar y que eran acorralados hasta su trágica muerte, ciervos descuartizados
para ser trasportados mejor, perdices y patos cayendo en picado tras ser alcanzados
por multitud de perdigones... Greg espiaba al otro lado, observándolo todo por
la pequeña rendija que existía entre la puerta y el marco (nunca dejaba la
puerta cerrada del todo).
Era normal que a los diez minutos el abuelo
empezara a roncar de manera colosal. Sus ronquidos emulaban el sonido de una
sierra oxidada cortando huesos secos. Era el sonido más molesto que el muchacho
había escuchado en su vida. Lo irritaba y producía en él una sensación de alteración
responsable de su insomnio. Pero lo peor no era el sonido, lo peor era que no
entendía por qué su abuelo tenía que roncar de esa manera. ¿Cuál era el mensaje
de aquel ruido nasal tan desagradable? Greg se lo hubiera preguntado a su madre,
pero no le hubiera hecho caso. La comunicación con ella era nula, y a su abuelo
le daba miedo preguntárselo. El resultado era que no entendía nada de aquello,
y le generaba una sensación de ansiedad que terminaba por desquiciarlo.
Ese día en concreto, Greg pensó
en estrangular a su abuelo. Cerró los ojos y pudo ver de forma precisa como se
acercaría por detrás, mientras ese pobre viejo siguiera roncando, para con un
fino cordón rodear su cuello y apretar con fuerza hasta que cesara su
respiración. No se sintió mal por imaginar algo así. Era una manera de
solucionar el problema y de comunicarle a su madre lo molesto de la forma de
dormir de su abuelo. Todo quedaría resuelto. Todos podrían comprender sin
problema el sentido de un acto así.
Se acercó de puntillas hasta el viejo y cuando ya estaba preparado para
perpetrar el crimen, su abuelo, al soltar el aire por la boca, ese aire que
tanto ruido había hecho al entrar en su pecho, emitió un sonido agudo, como el
maullido de un gato. Al principio Greg no prestó atención a esta nueva melodía,
pero una vez rodeado su cuello con el fino cordón y a medida que apretaba con más fuerza, su abuelo al tratar de respirar,
entonaba ese extraño y melancólico canto de sirena, que consiguió por hacer
temblar el corazón de Greg. Pensó en cachorritos de gato, indefensos, maullando
para llamar a su mamá. Y fue incapaz de seguir. El impulso inicial, esa certeza
fija en su mente, se había desvanecido y había sido sustituida por unas ganas
enormes de llorar. Abandonó y corrió a esconderse en la cama.
Lo más curioso es que su abuelo ni se inmutó, y siguió
roncando, esta vez emitiendo el mismo sonido áspero y de volumen ciclópeo como
de terremoto catastrófico de siempre.