jueves, 23 de febrero de 2012

Beso. (III)

Yo pensé: "En la nada no se puede correr.", y sin embargo allí estaba, y por estar dejaba de ser nada.

Ella pensó: "Lo sabe o lo sabrá. Lo tiene.", y sus pensamientos resonaron en el vacío. O quizá me los trajo el tiempo en volandas, como un malicioso regalo, sólo para su disfrute.

El rojo de su vestido ondeaba y vibraba sobre sus desnudos talones. Las tiras de sus sandalias soportaban a duras penas la flexión de sus pies, la dureza de un suelo que se iba materializando a cada uno de sus pasos; que se desintegraba tras ellos. Entendí que no la alcanzaría, y que no me hacía falta. Era ella, así que en algún momento volvería a verla. No podía huir durante la breve eternidad de su vida. Paré, y el tiempo continuó corriendo mientras miraba hacia atrás y se burlaba de mí; su dedo índice en alto, su boca abierta en una macabra sonrisa de colmillos y carne. Se alejó, en pos de un rojo cada vez más diluido, menos saturado, y me quedé atrás. En el pasado.

Sentía el sudor recorrer mi frente desde las cejas hasta mi pelo, escondiéndose de vuelta en su madriguera. A cada respiración mis ojos luchaban por escapar de mis órbitas, cegándome con líneas negras de luz. Poco a poco fui calmándome, y el mundo se recompuso a mi alrededor. El césped, ya alejado, apareció sin su habitual verde. Los edificios eran más grises que de costumbre, el cielo se había olvidado del azul. Las personas parecieron materializarse del polvo, todas albinas, y comenzaron a caminar con total normalidad, aunque sus rostros no mostraban emoción alguna, sus ojos sólo miraban al frente. Frágiles estereotipos sin humanidad.

Un miedo profundo me asaltó, trepando por mi brazo hasta llegar a mi pecho. El beso. Levanté la mano y allí seguía el papel, pero el beso había desaparecido. Quise llorar, sin saber por qué, pero mis lágrimas nunca habían sentido curiosidad por ver lo que había más allá de mis párpados. En un mundo que ahora se había vuelto sepia, comencé a caminar sin rumbo definido. Caminé entre masas informes que sólo cobraran vida cuando centraba mi atención en ellas. El mundo parecía un hueco rellenado por mi cerebro, como si hubiese lo que se suponía que debía haber y no lo que realmente había en él. Entre la bruma de mi difusa tristeza sentí una presencia en mi mente, algo que presionaba por colocarse al frente y hacerse notar. Al principio me costó creerlo, pero cuando se subió encima de los demás pensamientos y se agitó para llamar mi atención no pude negarlo. Era el beso.

"No estás en el papel."

"No existo... aún no..."

"¿Entonces cuándo existirás?"

"En el ahora..."

Supe entonces que mi presencia en aquel mundo sepia tenía un motivo. Que estaba allí por algo. El beso me había dicho "mira", y la había visto a ella. Pensé en el rojo del vestido, del mismo color que los labios impresos, el mismo que ella usaba. "Celos". ¿Sería ése el porqué?

Levanté la mirada y me encontré en una gran plaza llena de gente. Apenas se podía respirar. Me fijé en el mercado que había en el centro de la misma, y vi colores: rojo, verde, amarillo... Incluso el cielo había recuperado su azul en esa zona, y se extendía casi hasta el horizonte. Entré, y las personas recuperaron sus expresiones, sus voces, sus ruidos, aunque algunas parecían luchar contra el gris que subía por sus piernas, o cubría parte de su rostro. La tristeza desapareció y la sustituyó el desasosiego, hasta que finalmente la sorpresa se instauró cuando, al darme la vuelta, me vi a mí mismo.

A mí con ella.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Beso. (II)

"Celos..."


Como una breve sonata, esa palabra resonó en mi mente unos instantes y aparté el pedazo de papel, asustado, de mi oído. No puede ser. En ningún momento pensé que fuese posible. Tan sólo me movía con la rareza del día; raro, para así perder de vista al tiempo un momento. 
Pero nunca pensé que los besos hablasen. 


Con un ligero rubor por caer en el ridículo, acerqué de nuevo el frágil trozo de celulosa a mi oído... 


nada. Mi imaginación y mi euforia por huir del tiempo me habían gastado una broma pesada. Nada era real salvo el beso.


Doblé en cuatro mi tesoro y lo guardé en la mano, y la mano en el bolsillo, como quien guarda algo importante pero no quiere que se note. Caminé mucho tiempo sin pensar. Procurando no mirar a nadie a los ojos para que no descubriesen mi secreto. "Los ojos siempre te delatan" dijo el tiempo. "Ya lo sé" contesté bruscamente sin darme la vuelta. Ya conocía esa socarrona sonrisa de "te pillé" que tanto me irritaba. Pero seguí caminando. Hasta llegar a donde las casas son ruinas pero la gente aún sigue ahí. "Te has pasado", le dije al tiempo. Sólo una risita me indicó que seguía tras mis pasos. Yo no era nadie, ni una mota de polvo en el desierto. Y el tiempo estaba dispuesto a hacérmelo entender cada día de mi vida. Sólo que esta vez algo fue diferente. Algo cambió dentro de mi bolsillo, dentro de mi mano. Algo empezó a arder con violenta vida.


Saqué la mano del bolsillo y la abrí. Desdoblé el pliego y acaricié el beso con la yema de un dedo. Ardía. Con cuidado, y sin preguntar nada, volví a acercar la rubrica de esos labios a mi oído.


"Mira"


Obedecí... levanté la vista. Y todo se detuvo. 
La gente ya no caminaba, ni hablaba, ni lloraba... ni lloraba, el polvo, antes azotado por el viento, se encontraba estático en el aire, y hasta podía sentir cómo las ruinas habían detenido su autodestrucción erosiva. Todo estaba quieto. Todo. ¿Todo?


Me di la vuelta despacio, para no arruinar el momento. Era el movimiento en lo estático; sólo se me ocurría moverme despacio. Hasta que lo vi. Vi su sonrisa socarrona y sus ropajes aparentes: todo quedo. Su reloj de bolsillo paralizado en medio de uno de los balanceos juguetones que se traía con sus dedos. El tiempo.
Congelado.


No tuve tiempo de saborear mi victoria. A pesar de todo, no todo estaba quieto. De forma que los eventos se sucedieron sin remedio. El beso había dicho "mira", y entonces la vi. Vestida de rojo, asomándose desde una columna antigua y gris. No pude hablar con ella, al menos no todavía


Salió corriendo. Y yo tras ella. En mis manos algo ardía. Quizá el beso. Quizá una palabra. Quizá:


"Celos..."