domingo, 4 de diciembre de 2016

Sólo lo echaré de menos cuando lo haya perdido. Capítulo V


"Lo peor del viernes es lo contenta que está la gente. La g-e-n-t-e..."Solía arrastrarme por esa palabra que flotaba estática en mis pensamientos mientras deslizaba mi pierna entre las sábanas. Directamente hacia el mundo exterior... valiente al salir, haciendo las veces de termostato. "Ya no hay vuelta atrás" es lo que solía decirme en ocasiones como esa (y quizá en todas las demás también). Ya no hay vuelta atrás como motor de empuje. Una mentira falaz pero efectiva. Como la promesa de caramelos al niño caprichoso. El niño llora, los padres prometen, los padres incumplen, la pierna sale de la cama, todo acabará mal algún día.
No tenía que trabajar y me había jurado sumarme al jolgorio general ese viernes. Ser uno más. La mañana correría aséptica e indolora por el reloj y sería libre. Claro...
Quizá fuese mejor abandonar toda esa negatividad y volcar mi atención en mi libro.

El agua corría cada vez más rápido, por imposible que eso fuese, al contemplarla desde el Puente. En esta ocasión se paró a pensar en Carol. Carol dando vueltas sin pensar, con los ojos cerrados y las manos en alto, en la pista de baile, sumida en el frenesí. Carol y su sonrisa inseparable, la llama que crecía con las miradas. Carol la que pisaba el acelerador de su Austin 7 y de mi coraz

Lo cierto es que me estaba pareciendo un libro tremendamente malo. Mi mirada se distrajo en la ventana de mi salón mientras me perdía en el sonido silencioso de mis pensamientos. Se trataba de la historia de un suicida. Presunto suicida quizá. Que, sentado en la barandilla de un alto puente americano repasaba los felices años veinte antes de saltar. Si, el crack del veintinueve le había dejado en la ruina, gran sorpresa. A veces empiezas a leer un libro y cuando te has dado cuenta de que odias su historia te preguntas por qué empezaste a leer en primer lugar. Lo cerré y observé con detenimiento su lateral, calculando lo que llevaba leído y lo que aún tenía por delante. Había leído menos de la mitad. Suspiré y empecé a jugar con las hojas, abanicándome, viendo las letras pasar ilegibles, respirando ese olor a libro manoseado. Tuve la tentación de echar un vistazo al futuro, traicionar al ingenuo escritor que puso la tinta en ese orden para no ser violada de otra manera. Sólo un vistazo rápido.

El sol se llevó el calor y llegaron las nubes que jugaban a tapar la luna. Luz gris que jugueteaba en el distante río. Asomé un pie.
-Lo siento... mamá -murmuré patético. Me agarré a la viga de metal un segundo. ¿Cómo podía ser tan arquetípico? el suicida que se disculpa de su madre antes de saltar. Pero lo que de verdad me atormentó es si acaso eso importaba. Si tendría que medir bien mis últimas palabras ante mi solitaria presencia. Como si, en busca de un orden místico, tuviese que complacer las expectativas de

Había avanzado casi cien páginas y tan solo había despegado un pie de la barandilla del puente. Pensándolo mejor decidí que quizá pudiese hacer algo bueno con ese viernes. Convertirlo en algo diferente y especial. Siempre había personas a las que ver. No pasaría nada. Un par de comentarios sobre cuánto tiempo sin verme y todo normal. Eran buenas personas, casi todos, sería agradable, habría risas y alcohol. Tendría mi asiento reservado, por así decir.
Me levanté y el libro cayó al suelo desde mi regazo. No me molesté en recogerlo. Me puse mi chaqueta y abrí la puerta, que arrastró algo por el suelo. Era un sobre. Contenía una nota. Reconocí la letra al instante.

Todavía me acuerdo de ti. 

La puerta se quedó abierta. No recuerdo cuánto tiempo. El libro en el suelo. La nota en mi mano. Así acabó el viernes.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Sólo lo echaré de menos cuando lo haya perdido. Capítulo IV


El jueves se abría paso con la suavidad con la que el cuchillo recogía la mantequilla, y como una marea de felicidad, avanzaba ganando cada milímetro cuadrado de la tostada con precisión. Un esmero casi quirúrgico, matemático e inevitable, como el lento avanzar del reloj en la pared de la cocina.

El sueño se escondía detrás del crujido del pan, y sin previo aviso, se colaba por mi garganta, alimentando mi estómago de imágenes que aún estaban por venir.

Gravity is the force of attraction exerted by a celestial body upon an object at, or closer to its surface. It is directly proportional to the celestial body’s mass.”

Hoy, me volvería a enamorar en el tren, perdería el hilo de la novela que estoy leyendo para recorrer la curva de la oreja de la chica que se esfuerza por no morir aplastada entre los pasajeros.

“First of all there was a nebula. The gas and dust in the nebula started to concentrate and revolve due to their own gravity.”


Inevitablemente, me preguntaría por su edad. Su libro favorito y sus series de referencia. Su pelo bruscamente recogido, dibujaría un garabato de finos cabellos que reflejan su alocada personalidad. La disparidad en su forma de vestir, me invita a imaginármela delante del espejo, convencida de que arreglarse lo justo, la ayudaría a caminar con seguridad. Sin duda, pensaría, no tiene novio.

The rapid rotation caused the nebula to take on the shape of a flat disk called a protoplanetary disk.”

Me sentiría especial por ser la única persona del tren en disfrutar del lunar que demanda dos puntos suspensivos más bajo su boca. Y me creería astronauta y pirata que navega por las constelaciones del resto de sus lunares desconocidos. La cogería de la mano y andaríamos sin rumbo por el extrarradio.

Me diría que le gusta el centro, pero que los alquileres están imposibles y que en el parque de enfrente de su casa cantan las abubillas y yo desearía saber donde anidan sus anhelos.

“The matter at the centre of the disk suffers higher temperatures and pressures so nuclear reactions started to occur, forming a star.”

Sentiría crecer la hierba en el vagón, bajo mis pies descalzos, y la luz seguiría resbalando por su piel de paisaje del Salvaje Oeste. Enormes estepas sobre las que conducir un Cadillac descapotable, tratando de atravesar la llanura para ver morir el Sol en algún lugar conocido, como Los Ángeles o la Bahía de San Francisco cualquier sitio con mar valdría mientras pudiésemos agarrar los últimos rayos de sol antes de que borren la línea azul sobre la que se esconden nuestros miedos no existiría nada excepto el tiempo empujándonos empujándonos empujándonos.

“The materials that remained in the disk started to collect together and form larger and larger bodies called planetesimals. The largest started to attract the others towrds them. These smaller planetesimals crashed into the larger ones and were absorbed by them.

This is how the bodies became bigger and eventually form planets.”

Comprobé que había metido el móvil, la cartera, y las llaves en el bolsillo del abrigo, y salí de casa.


Al atravesar el quicio, no supe distinguir si era el jueves el que me atravesaba a mi, o era yo el que cruzaba por su verde seno.

martes, 18 de octubre de 2016

Sólo lo echaré de menos cuando lo haya perdido. Capítulo III

Miércoles.

En el despertar se mezclaba el incipiente cansancio de la semana y la esperanza al final del túnel. Los miércoles la vida comenzaba a a definirse. Ya quedaba menos para el viernes. Levanté mis setenta kilos más los cincuenta adicionales que las cinco horas de sueño robado habían acumulado sobre mi pecho. Últimamente las mañanas costaban demasiado.

Arrastrarse, respirar, mirar, agacharse, arrastrarse. La letanía de la trinchera. Los días habían perdido su forma, pasaban en una procesión de extremidades mutiladas, sangre reseca y cadáveres. Sólo había dolor, hambre, sed y vísceras, como un macabro infierno abriéndose paso por el campo de batalla. En su mente sólo había un objetivo: llegar al túnel. Era mejor no pensar en lo que esperaba ni en lo que dejaba atrás. Él estaba pero no era. Lo único que existía era aquella boca en la tierra dispuesta a engullirle y su voluntad de llegar a ella. Era una sombra, un soplo de existencia.

Mientras comía los cereales con mi leche y mi tazón, imagen congelada a través de los años, intentaba animarme pensando en el jueves, en cómo podría decir "mañana es viernes" y cómo éste daría paso al ansiado fin de semana. En la oficina todo se reducía a aquello, a esperar que la semana pasase lo más rápido posible. Viviendo dos de cada siete días, los otros cinco una mezcla de autómata y alma purgativa, así era la vida moderna para la mayor parte de la gente, un abismo temporal en el que caían la mayoría de sus horas, aplastadas al fondo del pozo, y fuera, en otro plano, los fines de semana y las vacaciones como ínfimas migajas con las que pasar hambre hasta desvanecerse.

Terminé mi desayuno, tarde, y corrí a través del amanecer hasta el tren, que con la prisa de las personas que se apelotonaban contra mí me dejó a tiempo para trastabillar hasta mi cubículo. Puntual una vez más.

Consiguieron llegar hasta la trinchera enemiga justo cuando los obuses limpiaban la suya. La estampida le envolvió en una marea de cuerpos sudorosos, machetes, culatas y pólvora. Se transformó en ira, miedo, instinto de supervivencia. Golpeaba, disparaba y apuñalaba sin saber quién era amigo y quién no. Dejó de sentir. Una cantidad indeterminada de tiempo pasó, y cada persona que caía muerta a su alrededor hacía menguar su determinación.

Cuando el sol se puso las fuerzas le abandonaron. Estaba listo para darse por vencido. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba solo y de que apenas podía mantenerse en pie. Cayó de rodillas entre los gemidos agonizantes de los soldados que desde las paredes de la trinchera luchaban por respirar. "¿Por qué?", pensó.

Exhausto, me dejé caer sobre el sofá al llegar a mi casa, el cual crujió de manera desagradable bajo mi peso. Mi mente, vacía, ordenó a mi mano que cogiese el mando y encendiese la televisión. Como todas las tardes, fui incapaz de sostener cualquier pensamiento durante un par de horas. Los días en los que estaba especialmente cansado podía notar cómo los pedazos de mí mismo que habían desaparecido durante la jornada iban ahora recomponiéndose. Según me recuperaba, el televisor iba volviéndose estridente, molesto, hasta que tenía que apagarlo.

Había veces que aparecía en la cama sin transición alguna, incapaz de acordarme de cómo había llegado allí. Tampoco es que me importase. Aquella noche, antes de abrir el libro, abrí el cajón donde estaba tu peine y metí la mano. Incapaz de llegar a tocarlo, lo cerré de un golpe y me dejé llevar por la historia y el sueño.

Estaba paralizado en un ilegible rictus. Imaginó que debería dormir, intentar recuperar fuerzas, pero no quería. Palpó su maltrecha camisa hasta encontrar lo único que llevaba encima. Duro, metálico, frío y a la vez lo único que desprendía calor en aquel condenado lugar. Aún era capaz de recordar, aunque con esfuerzo, los ojos llorosos de su mujer al dárselo. Se sintió existir, y con la existencia fue consciente de lo que había hecho, de a lo que había sobrevivido. Pensó en volver a su esposa, en retomar una vida que ahora parecía imposible, y no encontró alegría alguna en ello. Sólo veía muerte, putrefacción y culpa. Fantasmas. Supo, con absoluta certeza, que no podría volver a ser feliz, y con manos temblorosas cogió una de las muchas pistolas que yacían ensangrentadas sobre el barro. La apoyó contra su sien, y mientras apretaba el gatillo sintió que estaba haciendo lo correcto.

"Mañana será jueves".