jueves, 30 de junio de 2022

[3] Hombres

Voy en el coche y algo suena en el maletero; algo huele en el maletero. El camino lo conozco. Sé a dónde quería ir. Lo que llevo detrás es una incógnita. Freno, sabiendo antes de que el coche pare que la sorpresa no será grata. Sólo espero que no sea única y exclusivamente para mí.

"Respira, ya sabes cómo son." Por desgracia.

La mal iluminada carretera que lleva a mi casa es siempre silenciosa. En la madrugada profunda hay una calma imposible, una ausencia de ruido que no tiene cabida en el siglo XXI. Me ayuda a calmarme, a pesar de no saber por qué estoy nerviosa. Sé que están ahí, expectantes, sabedores de que no me acordaré de nada. Son un par de pervertidos, de inadaptados y asquerosos que no saben lidiar consigo mismos. Un par de hombres.

Saco el vaper y le pego un par de caladas. Siempre funciona. El océano me inunda, las olas del THC me arrullan y me dejan pensar. Me hago caso, respiro. El aire es frío y limpio. Siempre parece más puro cuanto menor es su temperatura, como si fuese a limpiarme la cabeza hasta que sólo quedase un campo nevado. Blanco hasta el horizonte, hasta fusionarse con el cielo. Reúno la fuerza suficiente para abrir el maletero, y el campo se tiñe de rojo.

Bolsas de basura. Mi nombre en ellas. Helena. El olor casi me hace vomitar. Sé lo que hay dentro. Estoy harta de convivir en un mismo cerebro con dos psicópatas, dos hijos de su padre siguiendo una larga tradición de putos hombres solucionando los problemas con violencia. ¿Me trata mal? Le matan. Oh, mis protectores. Quién les ha pedido ayuda. Estoy segura de que les divierte y les excita a la vez. Conscientes de que jamás pueden tenerme, se aseguran de que no tenga a nadie. Esta vez de manera definitiva. Muerto.

"Joder." Muerto.

Y claro, me dejan a mí para terminar de limpiar, para hacerme cargo de sus "travesuras". Les encerraría en un psiquiátrico si en el proceso de hacerlo no me estuviese encerrando a mí también. ¿Quién coño se creen que son? Ni teniendo el mismo cuerpo repugnante son capaces de conceder que puedo defenderme por mí misma. Que puedo librar mis propias batallas. Que si realmente se merece una hostia, soy yo la que va a dársela.

"¡Joder!" Golpeo de forma automática la carrocería de mi coche y me hago un daño que no siento.

Sus ropas de macho me queman. Me quito sus pantalones con mil bolsillos, su camisa de franela y su camiseta interior de tirantes y las tiro en el coche. Aparto una bolsa y debajo de ella están mis vaqueros, mi camiseta y mis Converse. Parece que el olor aún no las ha impregnado. Doy otra calada que no hace nada.

No sé si han pasado cinco minutos o cuatro horas, pero aún es de noche. Aún no hay nadie. Soy consciente de que tengo que lidiar con esto, porque ellos son yo y a la policía le va a dar igual lo que les diga. La cabeza es lo importante, lo demás puede arder. Abro una bolsa, vomito, y para cuando llego a la cabeza mi cerebro está ensordecido y ciego. Deja de procesar nada. Cojo la "L", meto la camiseta interior en el depósito de gasolina y con un mechero le prendo fuego al coche. Quemo sus ropas, soñando con que ellos también arden, con que nunca más volveré a despertarme en el postapocalipsis de sus pulsiones, con sus aullidos retumbando en mis tímpanos.

Me adentro en la arboleda, camino al río, rezando por llegar antes de que alguno de ellos despierte. Algún día podré ser yo. Yo, por siempre. Pero ahora tengo una cabeza de la que ocuparme.