viernes, 27 de enero de 2012

Beso. (I)


Esa noche dormí mal.

Me desperté con el recuerdo de un beso abandonado en la calle sobre un tupido y frondoso fondo verde. Estaba tirado en el suelo, como una colilla consumida con prisa, la cual, una vez acabada, fue arrojada al césped con cierto desdén. Así me lo encontré, rojo carmín sobre un trozo de papel higiénico en un parque público.

Me resultó muy curioso que alguien pudiera abandonar un beso de tal forma y sobre ese tipo de superficie. Principalmente porque la mayoría de personas suele utilizar este papel para limpiar los restos de heces de su culo tras defecar. Por otro lado, el viento lo había volteado con cierta insolencia dejándolo boca arriba, en medio de un raquítico césped donde los perros suelen aliviarse.

Igual era un mensaje sutil de algún transeúnte anónimo con cierto sentido del sarcasmo. Podría ser también el vestigio de algún acto espontáneo de amor entre dos adolescentes de camino a casa. Estaba en un barrio residencial de las afueras, por lo que esta última hipótesis podría ser tan falsable como la primera.

Yo en aquel momento llevaba algo de prisa y el tiempo me gritaba dos metros por delante que acelerara el ritmo o llegaría tarde. El beso parecía decirme con un grito mudo que no me fuera sin él. Lo miré por última vez de soslayo y apreté el paso, dejándolo atrás... tratando de alcanzar el tiempo.





Tras darme una ducha para terminar de despertarme, traté en vano de diluir este extraño recuerdo en el café de mi desayuno, pero cuando pareció haber desaparecido, surgió de entre los posos con energías renovadas. ¿Qué demonios hace un beso tirado en medio de la calle? Sin duda es la clase de pregunta que mi mente no puede apartar a un lado para continuar con el ir de venir de todos los días, y todos los meses, y todos los años.

-Vístete rápido que vas a llegar tarde.- Me gritó el tiempo desde el quicio de la puerta, él ya estaba preparado para salir de camino al trabajo, pero yo consideré más interesante tomármelo con calma. Mi abuelo solía decir que hay que vivir despacio y morir deprisa, y aunque a mí siempre me había parecido una frase estúpida, parecía genéticamente predestinado a tomármela al pie de la letra, de tal forma que le mandé a la porra, le dije que ya le cogería algún día, o al revés, qué importa, si yo tengo ahora mismo cosas más importantes que hacer. Me calcé mis viejas deportivas y salí de casa en dirección al parque con el firme propósito de averiguar todos los detalles acerca del beso, ése relevado al olvido en un parque de barrio residencial en las afueras.

Como era de esperar, cuando llegué el beso seguía allí, había perdido algo de escarlata, pues no era inmune a los agentes meteorológicos, pero permanecía por lo demás intacto, con una suerte de sonrisa estoica.

Lo recogí con cuidado; por alguna razón pensé que los besos abandonados deben recogerse con cariño y despacito, para que no se espanten. No sabía cuanto tiempo llevaba a la intemperie, expuesto a todo tipo de gestos de indiferencia por parte de los perros que pasean personas.

Ya en mis manos, le susurré en los labios:

- ¿Quieres contarme tu historia?