Esa noche dormí mal.
Me desperté con el recuerdo de un
beso abandonado en la calle sobre un tupido y frondoso fondo verde. Estaba
tirado en el suelo, como una colilla consumida con prisa, la cual, una vez
acabada, fue arrojada al césped con cierto desdén. Así me lo encontré, rojo carmín
sobre un trozo de papel higiénico en un parque público.
Me resultó muy curioso que alguien
pudiera abandonar un beso de tal forma y sobre ese tipo de superficie. Principalmente
porque la mayoría de personas suele utilizar este papel para limpiar los
restos de heces de su culo tras defecar. Por otro lado, el viento lo había
volteado con cierta insolencia dejándolo boca arriba, en medio de un raquítico
césped donde los perros suelen aliviarse.
Igual era un mensaje sutil de algún
transeúnte anónimo con cierto sentido del sarcasmo. Podría ser también el
vestigio de algún acto espontáneo de amor entre dos adolescentes de camino a
casa. Estaba en un barrio residencial de las afueras, por lo que esta última
hipótesis podría ser tan falsable como la primera.
Yo en aquel momento llevaba algo
de prisa y el tiempo me gritaba dos metros por delante que acelerara el ritmo o
llegaría tarde. El beso parecía decirme con un grito mudo que no me fuera sin él. Lo miré por última vez de soslayo y apreté el paso, dejándolo
atrás... tratando de alcanzar el tiempo.
Tras darme una ducha para
terminar de despertarme, traté en vano de diluir este extraño recuerdo en el
café de mi desayuno, pero cuando pareció haber desaparecido, surgió de entre
los posos con energías renovadas. ¿Qué demonios hace un beso tirado en medio de
la calle? Sin duda es la clase de pregunta que mi mente no puede apartar a un
lado para continuar con el ir de venir de todos los días, y todos los meses, y
todos los años.
-Vístete rápido que vas a llegar
tarde.- Me gritó el tiempo desde el quicio de la puerta, él ya estaba preparado
para salir de camino al trabajo, pero yo consideré más interesante tomármelo
con calma. Mi abuelo solía decir que hay que vivir despacio y morir deprisa, y
aunque a mí siempre me había parecido una frase estúpida, parecía genéticamente
predestinado a tomármela al pie de la letra, de tal forma que le mandé a la
porra, le dije que ya le cogería algún día, o al revés, qué importa, si yo
tengo ahora mismo cosas más importantes que hacer. Me calcé mis viejas
deportivas y salí de casa en dirección al parque con el firme propósito de
averiguar todos los detalles acerca del beso, ése relevado al olvido en un
parque de barrio residencial en las afueras.
Como era de esperar, cuando
llegué el beso seguía allí, había perdido algo de escarlata, pues no era inmune
a los agentes meteorológicos, pero permanecía por lo demás intacto, con una
suerte de sonrisa estoica.
Lo recogí con cuidado; por
alguna razón pensé que los besos abandonados deben recogerse con cariño y
despacito, para que no se espanten. No sabía cuanto tiempo llevaba a la
intemperie, expuesto a todo tipo de gestos de indiferencia por parte de los
perros que pasean personas.
Ya en mis manos, le susurré en
los labios:
- ¿Quieres contarme tu
historia?