miércoles, 26 de marzo de 2014

Cadáveres. Último Suspiro.

Como un autómata, ausente su ser de sentimiento, se internó en la salita iluminada por la luz del amplio salón que la precedía. La puerta se cerró a sus espaldas y la penumbra inundó su visión. Olía a rosas y a formol. O quizá sólo oliese a formol y él se estuviese imaginando las rosas.

- ¿Dónde estamos?.-preguntó la hermana de Talía.

Delfos sabía que no estaban, o al menos que aquel sitio no existía. Igual que no existía Marte, ni la espalda de Venus, ni Hades. Sabía que sólo intentaba justificarse una idea terrible que llevaba días atormentándole. Pero ella era real, y le estaba hablando, y no sabía qué responderle. Estaba desaprendiéndolo todo, y sentía que si aquella locura continuaba un par de horas más no sabría ni responder a un simple "hola".

- Delfos, ¿por qué me has traído aquí?

No entendía a qué se refería. Su cabeza empezaba a dolerle y sentía naúseas. La oscuridad era opresiva, le apretaba su pecho, le silenciaba la garganta. No intentó hablar porque sabía que no lo conseguiría. Estaba en el suelo. Sintió el frío mármol enfriándole la columna vertebral.

- Respóndeme, tengo miedo.

Algo en él se puso en pie y pudo ver con nitidez la silla, las piernas de ella, los ojos de Talía rodeados por unos rasgos jóvenes, inmaculados. Adelantó la mano para acariciarla mientras lo que quedaba de Delfos seguía luchando. Su cuerpo estaba relleno de plomo.


- Por favor, para.

Unos sollozos rompieron el silencio, y siguieron ininterrumpidos mientras aquel pedazo de él cesó su caricia y aproximó sus labios a los de ella. Fue sólo una brisa rozándolos, introduciéndose en ellos. Recorrió sus pensamientos, sus temores y sus fantasías. Se quedó en estas últimas y se vio a sí mismo encima de ella la noche del funeral. Sintió su confusión y excitación, su culpable consuelo.

El cuerpo de Delfos sufrió convulsiones. Dos ligeras sacudidas que movieron sus extremidades mientras un pétreo destino se extendía desde su estómago.

- No sigas...

Se recreó en aquella imagen de ellos dos juntos y la estimuló. Ella empezó a ceder cuando se supo descubierta. Él lo había visto y no había marcha atrás. Se sentía una mala persona por haberlo querido, por seguir queriéndolo, por ceder al éter que la recorría. Dejó de importarle la habitación, el no saber cómo había llegado hasta allí, y dejó que la esencia de Delfos la llenara. Susurró, gimió, se perdió en la infinitud de la oscuridad hasta comprender que nunca volvería a experimentar nada como aquello.

La piedra cubrió su cuerpo, y su conciencia se apagó mientras su esencia buscaba un hueco entre los recuerdos y la voluntad de la hermana de Talía. Todo había terminado, y ya no había tiempo para arrepentirse. Sabía que tenía que dejar de existir, fundise con ella y desaparecer. Dejar que el mundo continuase sin él. Llevaba demasiado tiempo muerto.

La hermana de Talía no se extrañó cuando la luz se encendió sola, como si hubiese vuelto tras un apagón. Tampoco cuando vio el cuerpo de Delfos deshacerse en ceniza, o cuando las montañas de libros que plagaban la habitación le hicieron comprender que estaba en su habitación. Caminó hasta la puerta y, sin cerrarla al salir ni apagar las luces, salió a la calle. No llovía, y el amanecer de aquel día se parecía más que nunca a un atardecer, de un rojo irreal que cubría el limpio cielo. Un paso tras otro, fue alejándose de la casa de Delfos, y andando pasaron las horas, pero el Sol parecía no moverse. Finalmente, salió de la ciudad y un frío pero placentero aire de lluvia le hizo respirar hasta llenarse los pulmones. Estaba intentando decidir cómo se sentía cuando una vibración en su bolsillo le hizo perder la concentración. No recordaba llevar el móvil con ella. Metió la mano en el bolsillo y la sacó con el teléfono en ella. Era pequeño, plegable, y al abrirlo observó que sólo tenía un botón para contestar. No podía marcar, ni colgar. Lo miró incrédula, incapaz de reconocer la melodía que sonaba. No sabía de quién era ese teléfono, ni en qué momento había llegado a su bolsillo.


"So death created time to grow the things that it would kill,
and you are reborn, but into the same life
that you've always been born into."
Rustin Cohle, True Detective