miércoles, 13 de febrero de 2013

Cadáveres. Quinto suspiro


“La infelicidad es solo una ilusión”.

Delfos llevaba despierto más de veinte minutos, pero la mañana, recién parida, le mantenía atrapado en el colchón. Descansaría boca arriba un rato más.

 “Un artificio bastante fácil de conseguir  en la actualidad”,

El sol aún se encontraba muy por debajo de la línea de horizonte que dibujaban los rascacielos de la ciudad, que como un serrucho de filo irregular, cortaban el frío cielo casi ya vacío por completo de noche. El mecanismo de la metrópoli nunca descansaba, pero era a primera hora de la mañana, cuando se notaba el aumento de actividad más notable. La noche seguía siendo un pequeño refugio de descanso para la gran mayoría.

“Es irónico, es muy posible que yo sea un portador de infelicidad ahora mismo”,

La fuerza de la costumbre le llevó a girarse bruscamente para buscar su calor al otro lado de la cama. Sin embargo, no encontró nada aparte de la estela de su propio calor que se extinguía dulcemente hasta el borde mismo del colchón. A Thalía solía gustarle pasar las noches frías muy arrimada a él para recibir su calor. Ahora que ella no estaba, esa energía se perdía, precipitándose sin ser aprovechada por su piel. Su piel…

“Conocer a fondo la infelicidad humana tiene sus ventajas, y después de tantos años, creo que comencé a imaginar que no podría alcanzarme, pero resulta que sí…Soy uno más”,

Salió de la cama y acompañó sus estiramientos matinales de varios bostezos, la mañana aún estaba muy presente en él. La terminaría de matar con una ducha y un buen café.  La ducha podría tomarla en casa, el café, al no tener cafetera, debería esperar hasta estar completamente vestido y aseado. Le apasionaba el expresso de la cafetería que había en la acera de enfrente de su edificio. Cuando no tenía encargos, le gustaba pasarse la mañana observando el ir y venir de la gente a través de los cristales, con una buena tacita de café como única compañía.

Por desgracia, estaba a punto de comenzar un trabajo, y es al principio del mismo cuando menos tiempo tenía que perder. No dejaría que todo aquello le sobrepasara, haría un trabajo limpio y perfecto, como siempre, y después, después es posible que abandonara esa vida para siempre. Viviría sin miedo a la infelicidad, abandonaría la superficie para sumergirse en lo profundo y sucio de vivir solo.
No era el único en la historia, es más, se podría decir que su siniestra labor llevaba acometiéndose desde los albores de la humanidad.

“Y seguirá así hasta que el mundo deje de existir”,


No solían ser recelosos con el cuerpo. De hecho, no solían poner ningún pero, tan sólo era importante que el contenido fuera el acordado. Ni más, ni menos. Curiosamente esa no era la peor parte, lo más costoso era encontrar al portador. Hoy en día, es prácticamente imposible colarse en un cementerio. La época de los profanadores había pasado a mejor vida. Tampoco era sencillo colarse en las morgues y salir con un cadáver de allí sin ser visto por nadie, borrar los registros, no dejar huella.

Cuando llegó a la morgue del Hospital Santa Teresa, aún tenía cierto regusto del café abrazado a la lengua. Era allí donde uno de sus contactos le había dicho que podría conseguirle algo. En efecto, Oriol llevaba trabajando en la morgue más de veinte años, y aunque cuando le conseguía un cuerpo era de los buenos, nunca podías saber si te dejaría plantado en el último momento.

“Ese es el problema de las personas  ignorantes. La duda siempre lo retrasa todo”,

Sí. Oriol desconocía lo que Delfos hacía, pero quería pensar que no era nada perverso. Parecía un tipo tranquilo, sin embargo su frialdad a la hora de llevar ese tipo de asuntos era precisamente lo que en ciertas ocasiones, le llegaba a turbar. Entonces sus principios morales echaban el candado y cancelaban el favor. Aquel hombre que recogía cadáveres como el que intercambia cromos en un parque, le causaba un enorme desconcierto. Los ojos siempre fijos en lo que hacía, sin mostrar la menor grieta por la que se colase un sentimiento oscuro o depravado.  

Sí. Estaba decidido, no volvería a cogerle el teléfono nunca más. Ya no podía preguntarle qué hacía con los cuerpos, se sentiría demasiado estúpido después de permitir que se los llevara sin más durante años y años. Esta sería la última vez que lo viera. Qué demonios, ni siquiera tenía por qué ayudarle esta última vez. No sería la primera vez que le dejaba plantado. Sería la última.

Tras más de una hora y media de retraso, las sospechas de Delfos acerca del plantón se convirtieron en verdad irrefutable. Conocía a Oriol, era un buen tipo, uno de esos que dejan que la vida les arrastre sin dar el mínimo golpe de remo.  

“Pobre Oriol, está claro que se ha vuelto a arrepentir. Me hubiera gustado despedirme de él.  Qué demonios, que se pudra, no tengo ganas de ver a nadie. Me pregunto si seré yo una de esas personas, si tan solo me dejo llevar por las circunstancias…”,

Estaba harto.