-Tú no eres el paciente A.
El almacén del pabellón D estaba
completamente a oscuras. Reinaba la calma en un vasto imperio de bultos y cajas
amontonadas con desorden, creando una extraña topografía de caprichosos
promontorios y pasillos estrechos sólo explorados por los gatos callejeros que
vivían allí. Ése era su hogar, y aquellas dos figuras humanas eran consideradas
por la manada como intrusos.
Espantarían a las ratas.
Tras leer aquella misteriosa
nota, Matías no dudó ni un instante en esperar a que cayera la noche para
acercarse al lugar citado en aquel pedazo de papel. El ansia se había apoderado
de él, al igual que un pulpo extiende sus tentáculos y rodea a su presa antes
de devorarla viva.
¿Realmente existía ese tal
paciente A? Ya no sabía si todo aquello era tan sólo un parche que su cerebro
había puesto sin permiso para justificar su demencia, o realmente había una
vida detrás de la letra A. Un corazón que impulsaría la sangre oxigenada en el
pulmón a todas y cada una de las células que conformarían un cuerpo. Pupum,
Pupum.
No. Igual todo era alguna bromita
de Max. Lo cierto es que el nuevo director del centro Alfa era un tipo con
exceso de soberbia, él lo sabía bien, y lo peor de todo, tenía total impunidad para actuar dentro de
aquel maldito manicomio como le diera la gana. Después de todo, la última persona a la que
había visto antes de que la cita llegara a él había sido Max, pero ¿por qué iba
Max a jugar a las adivinanzas con él? ¿Por qué romper varias de las hojas de su
diario? Maldita sea, la cabeza empezaba a darle vueltas.
El tiempo se había hecho denso y
circulaba lento a través del espacio estrecho de su habitación. Desde que se vio
relegado a ser un “paciente” más, la idea de recuperar sus recuerdos le había
martirizado por completo. Daba igual que le hubieran sacado del centro Alfa.
Seguía encerrado en la residencia mental Rosetta, ya no era su casa ni su lugar
de trabajo, era una prisión. Sentía que toda su vida se había ido a pique.
Estaba hundido en aquel manicomio como un pecio que descansa en el fondo del
mar, y el paciente A, podría ser el culpable de que el barco naufragara. Sin
embargo, ahora que tenía al alcance de la mano descubrir la verdad, sentía
pánico. Era ese pánico que acompaña al conocimiento de los rincones más profundos
de nuestro ser. Por un lado sería liberador corroborar que efectivamente,
alguien le robó algunos de los recuerdos sobre un paciente concreto. Pero, ¿y
si aquello nunca hubiera sucedido? Si realmente su mente había traicionado su
conciencia solo podía significar una cosa. Y no quería pensar en ello. No hasta
que llegara el momento de encontrarse en el almacén.
Sus pensamientos trazaban
círculos como buitres que planean alrededor de un cadáver. Una y otra vez su
mente volvía a enfrentar el mismo miedo, era incapaz de evadirse, en su cabeza
estaba proyectado el mapa de una obsesión.
-Tú no eres el paciente A. ¿Qué
quieres de mi?
¡Riiiiiiiing! ¡Riiiiiiiing!
El estridente sonido que despedía
el teléfono, rebotó en las paredes de la habitación que habían arreglado para
acoger al agente Gómez mientras durase su investigación. Éste, sobresaltado,
saltó de la cama de inmediato y se abalanzó sobre el aparato, cogiendo con
torpeza el auricular.
-Gómez al habla.
-Soy Max. ¿Se alegra de oír mi
voz? Estoy seguro de que sí. Todo ha ido según lo previsto, agente. El plan
está en marcha.
-Perfecto. ¿Arrancó algunas de
las hojas de su diario?
-Tal y como me comentó. Aunque
sigo pensando que era totalmente innecesario.
-Era necesario. Ahora Matías
estará aun más nervioso, en los pequeños detalles se encuentra la clave del
comportamiento de las personas. Gracias de todos modos. ¿Qué ocurre con la
información acerca del paciente A?
-El fichero está abajo, en la
recepción. Pregunte a la secretaria por él. Intente ser amable, debe saber que
la señorita Folder es un poco antipática con la gente, bueno, en realidad con
todo el mundo menos conmigo, claro.
-Ya. En fin, lo dicho, muchas
gracias Max. Le mantendré informado. Adiós.
-Adiós.
Aunque pensaba usar a Matías para
manejar la mente de Hugo, Gómez se preguntaba qué relación podría existir entre
ambos. Aparentemente, presentaban dos perfiles completamente distintos, muy
alejados el uno del otro. No obstante, incluso los elementos en apariencia más
inconexos pueden tener un origen común, y su trabajo justo en ese momento era
tratar de reconstruir el puzzle. Para eso le pagaban.
Súbitamente, se vio sentado en su viejo pupitre,
escuchando a su profesora de geología hablar sobre aquel meteorólogo alemán, un
tal Wegener. Por lo visto, buscando la explicación de la formación de los
orógenos, había observado que los continentes, tal y como los conocemos en la
actualidad, encajaban a la perfección si se unían por sus bordes, desarrollando
una teoría que se conoce como Deriva Continental. Fantástico. Resultaba que
hace millones de años, en el Carbonífero, todos los continentes habían estado
unidos formando Pangea. Aunque Wegener nunca fue capaz de explicar
cómo había ocurrido con exactitud, lo cierto es que adivinó un origen común
para algo tan aparentemente inamovible como semejantes masas titánicas de
rocas. Pues bien, ahora Gómez se encargaría de encontrar de qué manera
encajaban Matías y Hugo, crearía su propia teoría, y al fin descubriría algo
más sobre el Proyecto Rosetta.
Había una pieza más que podría
ser determinante a la hora de terminar el puzzle: el paciente A. Si era verdad
que existía un fichero oculto sobre dicho individuo, era indispensable que
investigara todo lo posible sobre él. Se calzó sus zapatos negros, se puso su
impoluta americana gris, y bajó decidido a recoger la información que Max había
dejado para él en la recepción. Por el camino, el agente Gómez recordó su
último encuentro con la recepcionista.
Lo cierto es que Max tenía razón, no era precisamente la mujer más simpática
del mundo, aunque analizando la situación pasada, tampoco Gómez supo tener
mucho tacto con ella. Se lamentó de haber sido tan brusco con ella, lo cierto
es que cuando la prisa apremiaba, no era capaz de pensar con claridad, y mucho
menos de hacer esfuerzos de empatía.
-Hola señorita.
-Buenas, señor Gómez.
-¿Qué tal todo? Parece que hoy
está realmente ocupada.
-Pues sí. Aquí siempre hay mucho
que hacer, y por lo que parece soy yo la se acaba comiendo los marrones.
-¿A qué se refiere?
-Ya sabe, aquí todo el mundo
gusta de trabajar de cara a las personas, pero yo además de atender llamadas y
visitas, tengo que lidiar con todos estos papeles. Pura burocracia. Apasionante.
Así que si no le importa, me gustaría no perder más tiempo hablando con usted.
Tome, aquí está la carpeta que está buscando. Parece confidencial, y el señor
director del centro Alfa insistió mucho en que debía entregársela en mano.
-Vaya. Yo…Gracias.
-De nada. Adiós.
-Hasta luego.
Gómez subió rápidamente las
escaleras hasta su estrecha habitación. El día seguía avanzando a toda
velocidad y debía darse prisa en leer todo lo que había en la carpeta acerca de
ese tal paciente A.
-Tú no eres el paciente A. ¿Qué quieres de mí? ¿Vas a matarme?
De haber sabido lo que contenía
esa carpeta, Gómez jamás la habría abierto. Con esa pequeña acción, había
encendido la mecha, y debía de seguir la chispa con rapidez antes de que se
aproximara a la dinamita y se produjera la explosión. Ahora no podía volver
atrás, al fin había logrado juntar los continentes, pero Pangea resultó ser un lugar poco acogedor.
Número de archivo: WDC447XQ Calificado como Top
Secret.
Resumen ejecutivo del informe final:
Tras haber sido marcado en la nuca, y una vez se hubo incorporado al
proyecto XXY, el director de Alfa, Matías Beloussov, se encargó de una rama de
dicho proyecto, conocida como célula Alevín. Debido a la carga emocional que
acarrea trabajar con pacientes menores de edad, el Sr. Beloussov comenzó a
desarrollar un comportamiento agresivo y perjudicial para el correcto
funcionamiento de dicho proyecto.
Después de varias entrevistas
aseguró que no tenía fuerzas para continuar. Citando palabras textuales; “Las
muertes de aquellos muchachos me están quitando las ganas de vivir. Ya no
encuentro la razón por la que comencé con este experimento. Quiero salir”.
Finalmente, el director del proyecto XXY; Hugo Zarzos Darín, decidió
dejarle fuera debido a su incapacidad para continuar asumiendo las
responsabilidades como coordinador de la célula Alevín. Dado el carácter
secreto del experimento, se procedió a borrar de la mente del Sr. Beloussov
todo recuerdo acerca de la célula Alevín y permitir así que pueda continuar con su otra labor de Director
del centro Alfa en la residencia mental Rosetta.
D/M/A
Fdo: Hugo Zarzos Darín. Director jefe del proyecto XXY