jueves, 24 de noviembre de 2011

El Demonio y sus Detalles (VIII)


-Tú no eres el paciente A.


El almacén del pabellón D estaba completamente a oscuras. Reinaba la calma en un vasto imperio de bultos y cajas amontonadas con desorden, creando una extraña topografía de caprichosos promontorios y pasillos estrechos sólo explorados por los gatos callejeros que vivían allí. Ése era su hogar, y aquellas dos figuras humanas eran consideradas por la manada como intrusos.

Espantarían a las ratas.

Tras leer aquella misteriosa nota, Matías no dudó ni un instante en esperar a que cayera la noche para acercarse al lugar citado en aquel pedazo de papel. El ansia se había apoderado de él, al igual que un pulpo extiende sus tentáculos y rodea a su presa antes de devorarla viva.
¿Realmente existía ese tal paciente A? Ya no sabía si todo aquello era tan sólo un parche que su cerebro había puesto sin permiso para justificar su demencia, o realmente había una vida detrás de la letra A. Un corazón que impulsaría la sangre oxigenada en el pulmón a todas y cada una de las células que conformarían un cuerpo. Pupum, Pupum.

No. Igual todo era alguna bromita de Max. Lo cierto es que el nuevo director del centro Alfa era un tipo con exceso de soberbia, él lo sabía bien, y lo peor de todo,  tenía total impunidad para actuar dentro de aquel maldito manicomio como le diera la gana.  Después de todo, la última persona a la que había visto antes de que la cita llegara a él había sido Max, pero ¿por qué iba Max a jugar a las adivinanzas con él?  ¿Por qué romper varias de las hojas de su diario? Maldita sea, la cabeza empezaba a darle vueltas.

El tiempo se había hecho denso y circulaba lento a través del espacio estrecho de su habitación. Desde que se vio relegado a ser un “paciente” más, la idea de recuperar sus recuerdos le había martirizado por completo. Daba igual que le hubieran sacado del centro Alfa. Seguía encerrado en la residencia mental Rosetta, ya no era su casa ni su lugar de trabajo, era una prisión. Sentía que toda su vida se había ido a pique. Estaba hundido en aquel manicomio como un pecio que descansa en el fondo del mar, y el paciente A, podría ser el culpable de que el barco naufragara. Sin embargo, ahora que tenía al alcance de la mano descubrir la verdad, sentía pánico. Era ese pánico que acompaña al conocimiento de los rincones más profundos de nuestro ser. Por un lado sería liberador corroborar que efectivamente, alguien le robó algunos de los recuerdos sobre un paciente concreto. Pero, ¿y si aquello nunca hubiera sucedido? Si realmente su mente había traicionado su conciencia solo podía significar una cosa. Y no quería pensar en ello. No hasta que llegara el momento de encontrarse en el almacén.

Sus pensamientos trazaban círculos como buitres que planean alrededor de un cadáver. Una y otra vez su mente volvía a enfrentar el mismo miedo, era incapaz de evadirse, en su cabeza estaba proyectado el mapa de una obsesión.


-Tú no eres el paciente A. ¿Qué quieres de mi?



¡Riiiiiiiing! ¡Riiiiiiiing!

El estridente sonido que despedía el teléfono, rebotó en las paredes de la habitación que habían arreglado para acoger al agente Gómez mientras durase su investigación. Éste, sobresaltado, saltó de la cama de inmediato y se abalanzó sobre el aparato, cogiendo con torpeza el auricular.

-Gómez al habla.
-Soy Max. ¿Se alegra de oír mi voz? Estoy seguro de que sí. Todo ha ido según lo previsto, agente. El plan está en marcha.
-Perfecto. ¿Arrancó algunas de las hojas de su diario?
-Tal y como me comentó. Aunque sigo pensando que era totalmente innecesario.
-Era necesario. Ahora Matías estará aun más nervioso, en los pequeños detalles se encuentra la clave del comportamiento de las personas. Gracias de todos modos. ¿Qué ocurre con la información acerca del paciente A?
-El fichero está abajo, en la recepción. Pregunte a la secretaria por él. Intente ser amable, debe saber que la señorita Folder es un poco antipática con la gente, bueno, en realidad con todo el mundo menos conmigo, claro.
-Ya. En fin, lo dicho, muchas gracias Max. Le mantendré informado. Adiós.
-Adiós.

Aunque pensaba usar a Matías para manejar la mente de Hugo, Gómez se preguntaba qué relación podría existir entre ambos. Aparentemente, presentaban dos perfiles completamente distintos, muy alejados el uno del otro. No obstante, incluso los elementos en apariencia más inconexos pueden tener un origen común, y su trabajo justo en ese momento era tratar de reconstruir el puzzle. Para eso le pagaban.

Súbitamente,  se vio sentado en su viejo pupitre, escuchando a su profesora de geología hablar sobre aquel meteorólogo alemán, un tal Wegener. Por lo visto, buscando la explicación de la formación de los orógenos, había observado que los continentes, tal y como los conocemos en la actualidad, encajaban a la perfección si se unían por sus bordes, desarrollando una teoría que se conoce como Deriva Continental. Fantástico. Resultaba que hace millones de años, en el Carbonífero, todos los continentes habían estado unidos formando Pangea.  Aunque Wegener nunca fue capaz de explicar cómo había ocurrido con exactitud, lo cierto es que adivinó un origen común para algo tan aparentemente inamovible como semejantes masas titánicas de rocas. Pues bien, ahora Gómez se encargaría de encontrar de qué manera encajaban Matías y Hugo, crearía su propia teoría, y al fin descubriría algo más sobre el Proyecto Rosetta.


Había una pieza más que podría ser determinante a la hora de terminar el puzzle: el paciente A. Si era verdad que existía un fichero oculto sobre dicho individuo, era indispensable que investigara todo lo posible sobre él. Se calzó sus zapatos negros, se puso su impoluta americana gris, y bajó decidido a recoger la información que Max había dejado para él en la recepción. Por el camino, el agente Gómez recordó su último encuentro con  la recepcionista. Lo cierto es que Max tenía razón, no era precisamente la mujer más simpática del mundo, aunque analizando la situación pasada, tampoco Gómez supo tener mucho tacto con ella. Se lamentó de haber sido tan brusco con ella, lo cierto es que cuando la prisa apremiaba, no era capaz de pensar con claridad, y mucho menos de hacer esfuerzos de empatía.

-Hola señorita.
-Buenas, señor Gómez.
-¿Qué tal todo? Parece que hoy está realmente ocupada.
-Pues sí. Aquí siempre hay mucho que hacer, y por lo que parece soy yo la se acaba comiendo los marrones.
-¿A qué se refiere?
-Ya sabe, aquí todo el mundo gusta de trabajar de cara a las personas, pero yo además de atender llamadas y visitas, tengo que lidiar con todos estos papeles. Pura burocracia. Apasionante. Así que si no le importa, me gustaría no perder más tiempo hablando con usted. Tome, aquí está la carpeta que está buscando. Parece confidencial, y el señor director del centro Alfa insistió mucho en que debía entregársela en mano.
-Vaya. Yo…Gracias.
-De nada. Adiós.
-Hasta luego.

Gómez subió rápidamente las escaleras hasta su estrecha habitación. El día seguía avanzando a toda velocidad y debía darse prisa en leer todo lo que había en la carpeta acerca de ese tal paciente A.


-Tú no eres el paciente A.  ¿Qué quieres de mí?  ¿Vas a matarme?


De haber sabido lo que contenía esa carpeta, Gómez jamás la habría abierto. Con esa pequeña acción, había encendido la mecha, y debía de seguir la chispa con rapidez antes de que se aproximara a la dinamita y se produjera la explosión. Ahora no podía volver atrás, al fin había logrado juntar los continentes, pero Pangea resultó ser un lugar poco acogedor.


Número de archivo: WDC447XQ                            Calificado como Top Secret.

Resumen ejecutivo del informe final:

Tras haber sido marcado en la nuca, y una vez se hubo incorporado al proyecto XXY, el director de Alfa, Matías Beloussov, se encargó de una rama de dicho proyecto, conocida como célula Alevín. Debido a la carga emocional que acarrea trabajar con pacientes menores de edad, el Sr. Beloussov comenzó a desarrollar un comportamiento agresivo y perjudicial para el correcto funcionamiento de dicho proyecto.

Después de  varias entrevistas aseguró que no tenía fuerzas para continuar. Citando palabras textuales; “Las muertes de aquellos muchachos me están quitando las ganas de vivir. Ya no encuentro la razón por la que comencé con este experimento. Quiero salir”. 

Finalmente, el director del proyecto XXY; Hugo Zarzos Darín, decidió dejarle fuera debido a su incapacidad para continuar asumiendo las responsabilidades como coordinador de la célula Alevín. Dado el carácter secreto del experimento, se procedió a borrar de la mente del Sr. Beloussov todo recuerdo acerca de la célula Alevín y permitir así que  pueda continuar con su otra labor de Director del centro Alfa en la residencia mental Rosetta.


D/M/A                               Fdo: Hugo Zarzos Darín. Director jefe del proyecto XXY












miércoles, 9 de noviembre de 2011

El Demonio y sus Detalles (VII)

En la cabeza del agente Gómez aún resonaba la idea que había tenido tras la última entrevista con Hugo: usar el delirio del Proyecto Rossetta en su favor. Pero no era una de estas revelaciones que se muestran como un conjunto cohesionado, en las que todas las piezas están ya encajadas y sólo queda enmarcar el puzzle; esta vez había partido de un puzzle sin referencias y gracias a esta idea al menos tenía la imagen que debía conseguir. Aún estaba intentando localizar las esquinas. Con su diminuto escritorio en su diminuta habitación prestada de la enorme mansión de la colina lleno de papeles, apenas era capaz de pensar. Demasiada presión. Querían resultados ya. Querían información. Pero él sólo llevaba allí una semana, ¿de verdad esperaban que un paciente que llevaba más de un año en el centro Beta recuperase su cordura por arte de magia con su mera presencia?

Gómez era un especialista en sujetos con problemas psicológicos. A pesar de carecer de estudios, por sus contactos logró entrar como asesor a un hospital de mala muerte, donde su buena mano con los pacientes "difíciles" le granjeó rápidamente muy buena reputación entre los doctores. Estos supieron ver la habilidad innata que poseía para comprender cómo funcionaba la mente de las personas y gracias a su insistencia y recomendaciones pudo asistir a la Universidad Hermana, donde consiguió una modesta beca que junto con el sueldo de su trabajo en el hospital le permitió costearse la carrera de psicología. Aquellos años siempre los recordaba con nostalgia; nunca en su vida supo ni volvería a saber con tanta claridad qué quería hacer y hacia dónde se dirigía. No era un estudiante brillante, pero durante su periodo de prácticas pudo demostrar su gran capacidad para tratar con pacientes. Esperaba que su buen trabajo le consiguiese un puesto en aquel psiquiátrico, pero el Gobierno tenía planes distintos para él. Volvía a estar a la deriva.

No le apetecía recordar los años que siguieron hasta llegar a la Residencia Mental Rossetta hacía escasos días, así que se concentró una vez más en la universidad. Los compañeros, el estudio, las banales preocupaciones. Se dio a sí mismo unos minutos de tregua mientras navegaba en calma, oyendo las olas de los árboles, la brisa de las tardes de otoño. Cuando regresó a la habitación seguía sin tener nada claro, pero aún así ya no sentía la presión. Ya podía pensar. Desde su ingreso en Rossetta, Hugo había sido destinado directamente a la zona de apartamentos cerca de los límites del enorme complejo, conocida oficialmente como Centro Psiquiátrico Beta. Por la información que desde arriba le habían proporcionado, dentro de aquel lugar había cuatro zonas o centros principales: Alfa, Beta, Gamma y Delta; en cada una destinaban a los pacientes en función de su importancia. El día que llegó no pudo comprender lo que veía cuando sus ojos le comunicaron que estaba ante un pueblo amurallado, en cuya puerta principal podía observarse una placa con las palabras "Residencia Mental Rossetta". "¿Aquéllo? ¿Un pueblo? ¿Lleno de médicos, enfermeras, celadores, cuidadores y, sobre todo, enfermos mentales?" Una vez que estabas dentro el efecto de enormidad disminuía, probablemente debido a que mirases a donde mirases podías ver el muro que te recordaba que aquello no era un sitio cualquiera. La primera zona por la que pasó fue la zona de apartamentos, situada justo a la entrada. Tras ella, en el centro del complejo, había una gran plaza de la que surgía un poste con altavoces. A un lado de la plaza se encontraba el edificio blanco, que era el centro Alfa, el de mayor seguridad, y recordaba a una prisión; al otro, Villa Aurora, el centro Gamma, rodeado por un parque y con varios edificios parecidos a albergues rurales; y al frente una especie de zona residencial de casas bajas y pequeñas, el centro Delta, donde los pacientes normalizados de larga residencia terminaban su vida. A él le llevaron por el camino de subida a Villa Aurora, situada en lo alto de una colina, y a través del parque hasta una mansión que se alzaba imponente por encima de los árboles. Desde allí podía observarse todo el complejo, y le resultó curioso cómo en el extremo contrario había una mansión gemela, como si un cristal reflejase aquella en la que se encontraba y existiese allí otro agente Gómez sobrecogido por lo que veía. En cuanto se hubo instalado y hubo pasado las tediosas formalidades que le requirieron salió a uno de los balcones comunes y, mientras fumaba un cigarro, contempló el monstruo que entre los muros se desplegaba.

Sentía escalofríos cada vez que pensaba en esa primera tarde en la residencia. El caos que se aspiraba en cada rincón, lo irreal de aquel lugar, todo parecía pensado para aumentar la locura de los pacientes que allí vivían; de hecho había varios casos de directores de alguno de los centros psiquiátricos de Rossetta que habían terminado perdiendo también el juicio. El último de ellos había sido un tal Matías... no lograba recordar su apellido. Se lo comentaron cuando preguntó que qué hacía un paciente merodeando por la mansión del personal. Por lo visto un día se despertó sin recordar nada sobre uno de sus pacientes y desde entonces estaba convencido de que alguien le había robado los recuerdos. Era una persona normal, un buen administrativo, que hacía la mayor parte de su vida fuera del complejo y sólo volvía para trabajar y dormir. Al principio le internaron en el edificio blanco, ya que consideraron que mantenerle en el mismo centro en el que fue director sería positivo, pero finalmente el Gobierno decidió que no era tan importante como para seguir ocupando sitio en el centro Alfa, por lo que le trasladaron a Villa Aurora, que era donde la mayoría de los internos se encontraban. Gómez, a pesar de ser tan bueno con la mente de los demás, era incapaz de comprender los mecanismos que movían la suya, y uno de sus mayores miedos era acabar loco. Miró por la ventana que tenía encima del escritorio y pensó en Matías, en la locura imprevista, en cómo se encontraba en esos momentos sentado en el banco, hablando con Hugo, jugando con las hojas de... ¿Matías y Hugo? Cogió unos prismáticos que guardaba en el cajón del escritorio y volvió a mirar para cerciorarse de que eran ellos. Su cerebro estaba intentando comunicarse con él, pero al agente Gómez le costaba entender la idea que se estaba gestando. Matías estaba de espaldas a él, pero podía ver la cara de Hugo perfectamente. Dando gracias al entrenamiento que recibió de parte del Gobierno, se concentró en leer sus carnosos labios. Pasaron unos segundos en los que el agente creyó que su cercanía no implicaba conversación alguna, pero entonces la boca de Hugo comenzó a moverse, y gracias a su pausada cadencia al hablar pudo entender perfectamente: "Creo que serías una valiosa incorporación al Proyecto Rossetta". Ya lo tenía. Matías acababa de convertirse en la clave para controlar a Hugo.


Salió apresuradamente de la habitación y bajó las escaleras hasta la recepción. Necesitaba hablar con el director del edificio blanco.


- ¡Disculpe, señorita!.- gritó el agente Gómez, exaltado, a la recepcionista.
- ¿En qué puedo ayudarle?.- le respondió ésta de una forma demasiado pausada para él.
- Necesito hablar con el director del centro Alfa.
- ¿Cuál es el motivo de su llamada?.- comenzaba a desesperarse.
- Por favor, es urgente. Es una consulta sobre uno de sus pacientes. Soy el agente Gómez.-sacó su placa para intentar hacer entender a la señora lo importante de la llamada. No podía perder el tiempo. No ahora.- Necesito hablar ya.


La recepcionista sopesó sus gafas de gruesa montura y cuando determinó que el peso era el esperado se las volvió a colocar. Miró cada centrímetro de la placa, y cuando decidió que ya había hecho esperar lo suficiente a aquel hombre tan maleducado le dijo que fuese a la cabina número nueve. El agente Gómez, inmerso en el plan que su cabeza iba urdiendo, no se dio cuenta de que la recepcionista estaba intentando castigarle. Fue hasta la cabina nueve sin despedirse y descolgó el teléfono.


- ¿Es usted el director del centro Alfa? Soy el agente Gómez.-de tanto usar su apellido y su rango estaba empezando a sonarse extraño.
- Sí, lo soy, dígame.-respondió Max.
- Necesito que me diga el nombre del paciente que Matías, el ex director de su centro, es incapaz de recordar.
- ¿Por qué quiere esa información?
- Creo que Matías puede serme útil para ayudar a otro paciente.
- Mire, el caso de Matías me interesa especialmente; hace tiempo, antes de que se volviese loco, fuimos amigos. Yo fui el que decidió que debía ser ingresado y apartado del puesto de director. Así que si pretende usarle de algún modo, me gustaría saber qué piensa hacer.


Gómez valoró la nueva información. El hecho de que Max fuese amigo de Matías podía ayudarle, así que lo mejor era tener su apoyo. Decidió que merecía la pena quedar con él y ver hasta qué punto estaba dispuesto a prestar ayuda. Por supuesto, tendría que presentarle el plan como algo positivo también para Matías, lo cual no debería ser muy complicado. Max pareció satisfecho cuando el agente le comunicó que le esperaba en la cafetería de la mansión en quince minutos.


La primera impresión que tuvo de Max cuando le vio entrar cinco minutos tarde en la cafetería era de ligera prepotencia. Probablemente tuviese un gran ego, lo que explicaría en cierta medida la rapidez con la que tomó la decisión de ingresar a su amigo en el centro Alfa y hacerse con el control de ese lugar. De ser así, el mero hecho de disponer de la información sobre lo que Gómez pretendía hacer con Matías sería suficiente para convencerle de que debía ayudarle. Una taza de café después, el agente confirmó que efectivamente ése era el caso.


- Así que de momento lo único que necesito es llamar la atención de Matías para tenerle, en cierto modo, controlado.-dijo Gómez mientras se encendía un cigarro.
- ¿Le importa?.-preguntó molesto Max, señalando el humo con la cabeza. Gómez, contrariado, apagó el cigarro con cuidado y lo volvió a guardar en el paquete.- Gracias. Y pretende usar al paciente con el que tan obsesionado está para ello, ¿verdad? Es una buena idea.
- Verá, sé que es un hombre ocupado; el centro Alfa no es precisamente el más sencillo de administrar, pero realmente podría venirme bien su ayuda.-podía ver cómo el ego de Max se inflaba cual pez globo.
- Entiendo. Supongo que si realmente me necesita, podría ayudarle. Al fin y al cabo esto es casi como un juego. Un poco de diversión nunca viene mal.


Cuando el agente Gómez volvió a su habitación, seguro de que por fin había montado el puzzle, arrancó un trozo de hoja de un cuaderno, cogió un bolígrafo y escribió: "Si quieres saber la verdad sobre el "Proyecto Rosetta", ven a media noche al almacén del pabellón D. Firmado: Paciente A." Llevarle a los almacenes era la mejor manera de hacer creíble la historia. Estaban cerca de los apartamentos, y por lo tanto cerca de la entrada, y por allí sólo pasaban los mozos, los cuales cambiaban cada poco tiempo y no vivían dentro del complejo. En cuanto a la muerte del paciente, si Matías era capaz de creer que le habían robado los recuerdos, también sería capaz de creer que dicha muerte no existió y formaba parte de alguna conspiración. Ya sólo faltaba darle la nota a Max y que él se la dejase en su habitación con la excusa de retomar el contacto con su antiguo amigo. Qué puzzle más bello.