miércoles, 17 de abril de 2013

Cadáveres. Octavo suspiro.


Despertó.

Ella fumaba lentamente.
El humo no tenía ninguna prisa por salir de su boca. Supongo que nada en este mundo podría querer huir de sus labios, ni siquiera las palabras más fáciles. Lo curioso es que a mí me resultaban indiferentes, por muy borracho que estuviera.

-¿Quieres seguir durmiendo?

-No lo sé. Creo que sí.

-Ya veo.

-¿Con qué edad empezaste a fumar?

No se me ocurrió nada mejor que preguntar, y a decir verdad, sentía curiosidad por saber cuándo fue la primera vez que le dio una calada a un cigarrillo. Me la imaginaba sujetando el pitillo con miedo, sin saber aspirar el humo,  y tosiendo bruscamente una vez inhalado el gas. Me gustaba crear imágenes, falsos recuerdos ajenos a mí en personas que no conocía de nada. Era nuestro juego favorito. Ella tenía más imaginación que yo, pero le faltaba dar solidez a sus historias, yo sin embargo no podía dejar que ninguno de los detalles recién creados careciera de coherencia.  Éramos un buen equipo.

-¿Qué? No me acuerdo la verdad. Supongo que de niña, como todos.

-Ya.

-¿Por qué me preguntas eso?

-Parece que el humo del tabaco y tu seáis dos buenos amigos de toda la vida.

Siempre inventaba alguna buena respuesta cuando no quería responder la verdad. Después de todo no era mentir, a nadie hacía daño. A ella le llevaban los demonios cuando hacía eso, pensaba que era demasiado hermético. Yo pensaba que siempre podría crear una respuesta mucho más divertida y adecuada que la verdad. No siempre era fácil pensar qué sería más “adecuado” que la verdad, pero cualquier cosa que me alejara de lo real me acercaba más a ella, el problema era que nunca lo supo ver. Y discutíamos.

-…Me gusta fumar, no sé.

Pensé que el humo era una capa protectora; que ella también quería mantener cierta distancia con su interlocutor. Una barrera física sutil donde las palabras pudieran quedar atrapadas y ascender hasta el techo sin herirla. Pensé que era tan hermética como yo, sólo que la sensualidad que la rodeaba te invitaba, precisamente, a invadirla.

-¿No te preocupa tu salud?

-No mucho.

-Yo detesto verme más viejo que en las fotos de hace años. No quiero vivir para siempre, pero quiero ser siempre joven hasta morir.

Ella sonrió. Había conseguido sacar más de mí que yo de ella, sin ni siquiera preguntar. Marte no la había puesto a mi lado por casualidad.

-¿Cuándo vamos a conseguir tu recipiente?-Preguntó mientras expulsaba el humo con calma.

-No lo sé. Mi mejor contacto me ha dejado tirado y no tengo la cabeza como para pensar.

El ambiente cargado de la habitación empezaba a marearme y el sueño aún pesaba demasiado en mi pensamiento, sólo quería dejarme llevar por el humo lo más lejos posible. Lejos de la mujer que conseguía sacarme la verdad como sin querer,  pero con crueldad.

-Sabes de sobra cual es el siguiente paso. No hace tanto del funeral, y su cuerpo aún es susceptible de ser empleado.

-Ella no…Por favor.

miércoles, 3 de abril de 2013

Cadáveres. Séptimo suspiro.

El silencio que siguió a las palabras de Marte fue largo y penoso. El significado de la frase fue abriéndose paso entre otros cientos de pensamientos en la cabeza de Delfos. Sus implicaciones iban asaltándole según asimilaba aquéllo. Pero Marte retomó la conversación y sintió que necesitaba más tiempo antes de volver a funcionar con normalidad. Mucho más.

- Supongo que alguna vez se habrá preguntado cómo, o por qué, tiene usted esta... "habilidad".-dijo con cierto tono de disgusto en la voz.- Quizá se plantease, como huérfano que es, si su padre tenía la misma capacidad. ¿Cuándo se dio cuenta de que la tenía? ¿Se acuerda de cómo aprendió a usarla? ¿No, verdad? Es más, quiero que intente responderme a esta pregunta, ¿qué recuerda antes de aquella mañana primaveral en la que uno de los otros huérfanos se desplomó, muerto, en medio del dormitorio principal?

Otro silencio siguió a estas preguntas, y Delfos supuso que su interlocutor realmente esperaba una respuesta. Aún estaba comprendiendo la magnitud de lo que antes le había dicho, encajándola en su razón como unas manos grandes y torpes en unos guantes pequeños, pero intentó despejarse brevemente y pensar en su infancia. La mañana a la que Marte hacía referencia la recordaba perfectamente: los gritos de los demás niños, el olor de la cocina preparando el desayuno, su curiosidad por el cadáver, su ausencia de miedo, los cuidadores corriendo para ver qué había ocurrido. Le resultaba casi divertido el dramatismo con el que todo el mundo se había tomado aquella muerte, como si fuese algo extraordinario que a duras penas entrase en los cánones de nuestra naturaleza. Pensándolo a posteriori, su reacción no había sido la más normal. Pero, ¿y antes de aquel día? No había nada. Desde entonces su memoria era casi perfecta, llena de imágenes y momentos nítidos y ricos en detalles. En cierto modo, era como si hubiera nacido esa mañana.

- No...-consiguió balbucear.

- ¿Creía que alguien como usted, con un "poder" tan particular, no sería monitorizado? Alguien debe asegurarse de que cumple su función y no comete ningún error que pudiese ponerlo en compromiso. Usted tiene su cometido y yo el mío, y ninguno lo eligió, pero vivimos guiados por ello. Afortunadamente, yo recibí algo más de formación sobre mi función en el mundo que usted.

Delfos quería que se callase, que las palabras dejasen de brotar con su voz quebradiza y grave. Parecía estar quitándose algún peso de encima, como si hubiese esperado mucho tiempo para decirle todo aquéllo. Apenas respiraba, siempre al borde del ahogo, y su incesante charla hacía mella en la cordura de Delfos. Su mente comenzó a gritar, pero Marte continuaba.

- Si piensa en mí como en su ángel de la guarda es divertido. Es una pena que no hayamos podido contactar antes, pero era necesario que se criase en contacto con el mundo para que fuese un fiel reflejo de su época. Es el problema de su función, que varía con la sociedad, que debe amoldarse y transformarse continuamente. Pero no se preocupe, está llegando al final del camino. Como todos los que fueron como usted, ha ido contaminándose con la infelicidad de su entorno y ha sucumbido a ella, poniéndose en esta lastimosa posición en la que se encuentra; buscando a tientas la tragedia hasta encontrarla. Llegados a este punto...

- ¡BASTA! ¡Deje de hablar! ¡¿Acaba de insinuar que yo tengo algo que ver con la muerte de Talía?! ¡¿Que lo he buscado?! ¡¿De qué coño va esto?!

Colgó el teléfono y se dio cuenta de hasta qué punto había perdido su autocontrol. No se reconocía en sí mismo, y eso le hizo comprender que lo que Marte le había contado no era ninguna invención. Palabras así sólo afectan cuando cuando contienen algo de verdad, quizá subconsciente. Pero ahora no tenía ánimo para pensar en ello, se sentía bloqueado.

Cuando volvió a ver no sabía dónde estaba. Había caminado mientras hablaba y estaba en alguna callejuela tan igual a tantas otras de la ciudad que eran prácticamente indistinguibles. Había un cartel luminoso al final de la calle con la forma de una jarra de cerveza; la espuma desbordándose y deshaciéndose en partículas. Pensó que la mejor forma de asentar lo que había escuchado era con alcohol, y pasó.

La atmósfera enrarecida le golpeó al entrar, y se fijó en que era un lugar oscuro y tétrico, con viejo terciopelo rojo en ajados sillones. La barra era un mueble equivocado de época con oxidados remates en volutas. Se sentó en un taburete  y un decrépito camarero con chaleco y pajarita se acercó para atenderle. Pidió un old fashioned sólo por no sentirse fuera de lugar y dio vueltas en su cabeza a Marte. Una persona que le vigilaba, que conocía sus vivencias y todo lo que le había pasado, que sabía más sobre él que sí mismo. Que ahora venía a aliviarle de su peso, a contarle una historia más increíble aún que la suya propia. No tenía ningún sentido, y sin embargo sabía que era cierto; aunque quizá sólo fuese una ilusa creencia, un querer más que un saber. Decidió que no tenía sentido seguir intentando darle algún sentido a lo que había ocurrido. Si era cierto, Marte volvería a contactar con él y entonces, más sereno, le haría las preguntas pertinentes. Acompañando su decisión, el camarero le trajo su copa y empezó a sorber mueca a mueca.

Se perdió en los segundos y horas que pasaron. En el whisky, en las arrugas del camarero y en la ebriedad. Y perdido en busca de su minotauro se encontró con una mujer alta, de curvas imposibles y piernas largas con un vestido negro que se ceñía a sus formas. Se sentó en el taburete adyacente y pidió un whisky solo. Doble. Le miró intensamente y le dijo:

- Hola, Delfos.

- ¿Cómo sabes mi nombre?

La mujer sacó un móvil pequeño y se lo entregó, mientras miraba con suspicacia la fila de copas que había sobre la barra.

- La mujer que tienes sentada a tu lado ahora mismo se llama Venus. Ella trabaja conmigo, contigo. Pensé que te mostrarías más receptivo recibiendo la información de alguien más... agradable.-dijo Marte, colgando inmediatamente después.

- ¿Venus?

- Ésa soy yo. ¿Es muy evidente el patrón en nuestros nombres? Bueno, digamos que Marte y yo no tenemos mucho tiempo para la imaginación. Eres una persona muy inquieta. Y ahora mismo estás demasiado borracho para mantener ninguna conversación. Ven conmigo, tenemos preparada una habitación en un hostal cercano.

Cuando salió a la calle, con Venus sujetándole a duras penas, el suelo estaba lleno de charcos y las luces se reflejaban en todas las superficies. Lo único que veía eran rojos, amarillos, narajas y azules difuminándose en oleosos suelos y paredes. Tenía ganas de vomitar, pero aún más ganas de dormir. Cuando se dio cuenta estaba tumbado en una cama y Venus estaba sentada en una silla, observándole mientras fumaba. La noche iluminaba sus ojos y parte de su rostro, y sus labios se contraían con sensualidad cuando expulsaban el humo por la ventana abierta. Delfos cerró los párpados y se limitó a dormir.