Despertó.
Ella fumaba lentamente.
El humo no tenía ninguna prisa por salir de su boca. Supongo
que nada en este mundo podría querer huir de sus labios, ni siquiera las
palabras más fáciles. Lo curioso es que a mí me resultaban indiferentes, por
muy borracho que estuviera.
-¿Quieres seguir durmiendo?
-No lo sé. Creo que sí.
-Ya veo.
-¿Con qué edad empezaste a fumar?
No se me ocurrió nada mejor que preguntar, y a decir verdad,
sentía curiosidad por saber cuándo fue la primera vez que le dio una calada a
un cigarrillo. Me la imaginaba sujetando el pitillo con miedo, sin saber
aspirar el humo, y tosiendo bruscamente
una vez inhalado el gas. Me gustaba crear imágenes, falsos recuerdos ajenos a
mí en personas que no conocía de nada. Era nuestro juego favorito. Ella tenía
más imaginación que yo, pero le faltaba dar solidez a sus historias, yo sin
embargo no podía dejar que ninguno de los detalles recién creados careciera de
coherencia. Éramos un buen equipo.
-¿Qué? No me acuerdo la verdad. Supongo que de niña, como
todos.
-Ya.
-¿Por qué me preguntas eso?
-Parece que el humo del tabaco y tu seáis dos buenos amigos
de toda la vida.
Siempre inventaba alguna buena respuesta cuando no quería
responder la verdad. Después de todo no era mentir, a nadie hacía daño. A ella
le llevaban los demonios cuando hacía eso, pensaba que era demasiado hermético.
Yo pensaba que siempre podría crear una respuesta mucho más divertida y
adecuada que la verdad. No siempre era fácil pensar qué sería más “adecuado”
que la verdad, pero cualquier cosa que me alejara de lo real me acercaba más a
ella, el problema era que nunca lo supo ver. Y discutíamos.
-…Me gusta fumar, no sé.
Pensé que el humo era una capa protectora; que ella también
quería mantener cierta distancia con su interlocutor. Una barrera física sutil
donde las palabras pudieran quedar atrapadas y ascender hasta el techo sin
herirla. Pensé que era tan hermética como yo, sólo que la sensualidad que la
rodeaba te invitaba, precisamente, a invadirla.
-¿No te preocupa tu salud?
-No mucho.
-Yo detesto verme más viejo que en las fotos de hace años.
No quiero vivir para siempre, pero quiero ser siempre joven hasta morir.
Ella sonrió. Había conseguido sacar más de mí que yo de
ella, sin ni siquiera preguntar. Marte no la había puesto a mi lado por
casualidad.
-¿Cuándo vamos a conseguir tu recipiente?-Preguntó mientras
expulsaba el humo con calma.
-No lo sé. Mi mejor contacto me ha dejado tirado y no tengo
la cabeza como para pensar.
El ambiente cargado de la habitación empezaba a marearme y
el sueño aún pesaba demasiado en mi pensamiento, sólo quería dejarme llevar por
el humo lo más lejos posible. Lejos de la mujer que conseguía sacarme la verdad
como sin querer, pero con crueldad.
-Sabes de sobra cual es el siguiente paso. No hace tanto del
funeral, y su cuerpo aún es susceptible de ser empleado.
-Ella no…Por favor.