miércoles, 13 de septiembre de 2017

Yo. I


Identificación, por favor.

Digo mi nombre, alto y claro. Nunca lo había pronunciado mejor. 

Error de reconocimiento. Por favor, repita su nombre, alto y claro.

La ironía me hace sonreír. No mucho, alguien podría verme y se preguntaría de qué me estoy riendo. Alguien de dentro del edificio. Quizá podrían no dejarme entrar. Saldrían con palos duros de goma a preguntarme qué estoy haciendo. La fila de gente se impacienta detrás de mi. Borro la sonrisa y vuelvo a probar. 

Error de reconocimiento. Pasando a escáner visual. Por favor, manténgase quieto ante la cámara.

Siento un frío intenso ante la oscura esfera de cristal que me evalúa en silencio. Por un momento noto como si detrás del visor me observasen con atención y curiosidad. No un programa que tenga que decidir si dejarme entrar o no; tampoco una persona encargada de ese sistema secundario de reconocimiento de caras tristes y sin color en una vieja pantalla, en una vieja habitación. Algo fuera de lo mecánico y lo humano que ha interferido con la máquina. Entonces soy consciente por un instante del silencio en el que ha quedado todo envuelto durante un fragmento de mi tiempo... para luego continuar con los pitidos de los coches y los impacientes miembros de la cola que chistan y comentan en voz queda.

Con cariño, para los cuellos de sus abrigos: la masa inquieta.

Tiendo a pensar en este tipo de cosas a menudo, sobre fuerzas invisibles e inexplicables que me observan allá donde esté, haga lo que haga. Pero nunca lo había pensado -ni sentido- con tanta intensidad como en este momento; un momento en el que me hallo en absoluta tensión. Intentando acceder a un lugar del que he olvidado para qué vine en primer lugar. ¿Qué estoy haciendo aquí?
La máquina se ha cansado de hablar y escribir en la pantalla. Ahora oigo un estridente sonido que indudablemente indica a voces que algo va mal. El alarido artificial es continuo y hace que tarde en reparar sobre lo que aparece en pantalla.
Entonces miro y observo el rostro en blanco y negro de alguien que no soy yo, que fija su mirada en la mía ausente de sentimientos... o quizá desbordado de ellos. Por un momento el rostro me resulta familiar, como si me hubiese acompañado toda la vida, al siguiente segundo pienso que no lo he visto nunca y por último siento que si apartase la vista de él lo olvidaría para siempre. Y entonces, como si estas tres sensaciones no quisieran ocupar el mismo espacio, la imagen empieza a desdibujarse. La cara se desenfoca y lentamente empieza a dividirse en tres, tomando diferentes caminos. Tres gestos estáticos que parten en direcciones desconocidas. Despacio. Sin molestar. Cuesta apartar la vista.

Y entonces, todo acaba.
La pantalla duerme. Se acaba el chirrido de la máquina. Cesan los pitidos y las quejas. Las puertas se abren. Los guardas dan la espalda. Ya nada importa. La gente calla mientras cuida sus asuntos. Sin hacer ni un ruido. Siento la inevitable invitación de seguir adelante. Todas las piezas se han colocado para dejarme paso. Solo el eco de mis pisadas en el suelo de mármol rompen la paz. Pero a nadie parece importarle.
El enorme vestíbulo no ofrece indicación alguna pero una puerta de madera oscura me hace pensar que me dirijo al cuarto de baño. Necesito secar el sudor de mi frente con urgencia. 
Meto la cabeza bajo el grifo tras asegurarme que no hay nadie más en la aséptica y perfumada estancia. Niego, vuelvo a sonreír. Quizá esté soñando. Pero es todo demasiado real. Tanto, como si todo tuviese al fin sentido. 
Mi gesto se tuerce cuando me yergo. No puedo creer lo que veo. Ante mi, en el espejo que ocupa toda la pared: el rostro extraño. Ese que no soy yo me mira y se mueve en perfecta sincronía con mis gestos. Copia mi mirada de horror incrédula. Siento las gotas frías recorrer mis mejillas al mismo tiempo que las suyas son recorridas. Ocupamos el mismo espacio y el mismo tiempo. Pero no somos la misma persona. No podemos serlo. 
Me tiemblan la barbilla y las manos. Le tiemblan la barbilla y las manos. Nos tiemblan las barbillas y las manos. Cuando pensaba que no podía ocurrir nada más extraño veo lo que antes me pareció un efecto óptico en una pantalla artificial: esa imagen de esa persona en mi reflejo que se empieza a separar en tres espectros lentamente.
"¡No!" grito cerrando los ojos y dándome cuenta que alguien ha podido oírme. ¿Qué clase de pesadilla es esta?

Y al abrir los ojos. Repetición. Otra vez. Exactamente lo mismo. Reflejo, sorpresa, lenta separación en tres caminos desde el origen.
No quiero saber lo que ocurre si aguanto demasiado la mirada. Abandono ese lugar corriendo, sin saber a dónde ir. Decido escapar del edificio. Abandonar las calles, la ciudad, el país, el planeta... no lo sé.
-¿Caballero? -increpa alguien cuando voy a atravesar la puerta en busca de libertad. -Se le ha caído esto.

¿Caballero?

Entonces... es real. Ha ocurrido. Es demasiado constante y certero como para ser un mal sueño. Admito lo imposible. Por algún motivo absurdo e inexplicable..


He dejado de ser una mujer.