“La infelicidad es solo una ilusión”.
Delfos llevaba despierto más de veinte minutos, pero la
mañana, recién parida, le mantenía atrapado en el colchón. Descansaría boca
arriba un rato más.
“Un artificio
bastante fácil de conseguir en la
actualidad”,
El sol aún se encontraba muy por debajo de la línea de
horizonte que dibujaban los rascacielos de la ciudad, que como un serrucho de
filo irregular, cortaban el frío cielo casi ya vacío por completo de noche. El
mecanismo de la metrópoli nunca descansaba, pero era a primera hora de la
mañana, cuando se notaba el aumento de actividad más notable. La noche seguía
siendo un pequeño refugio de descanso para la gran mayoría.
“Es irónico, es muy posible que yo sea un portador de
infelicidad ahora mismo”,
La fuerza de la costumbre le llevó a girarse bruscamente
para buscar su calor al otro lado de la cama. Sin embargo, no encontró nada
aparte de la estela de su propio calor que se extinguía dulcemente hasta el
borde mismo del colchón. A Thalía solía gustarle pasar las noches frías muy
arrimada a él para recibir su calor. Ahora que ella no estaba, esa energía se
perdía, precipitándose sin ser aprovechada por su piel. Su piel…
“Conocer a fondo la infelicidad humana tiene sus ventajas, y
después de tantos años, creo que comencé a imaginar que no podría alcanzarme, pero
resulta que sí…Soy uno más”,
Salió de la cama y acompañó sus estiramientos matinales de
varios bostezos, la mañana aún estaba muy presente en él. La terminaría de
matar con una ducha y un buen café. La
ducha podría tomarla en casa, el café, al no tener cafetera, debería esperar
hasta estar completamente vestido y aseado. Le apasionaba el expresso de la
cafetería que había en la acera de enfrente de su edificio. Cuando no tenía
encargos, le gustaba pasarse la mañana observando el ir y venir de la gente a
través de los cristales, con una buena tacita de café como única compañía.
Por desgracia, estaba a punto de comenzar un trabajo, y es
al principio del mismo cuando menos tiempo tenía que perder. No dejaría que
todo aquello le sobrepasara, haría un trabajo limpio y perfecto, como siempre,
y después, después es posible que abandonara esa vida para siempre. Viviría sin
miedo a la infelicidad, abandonaría la superficie para sumergirse en lo
profundo y sucio de vivir solo.
No era el único en la historia, es más, se podría decir que
su siniestra labor llevaba acometiéndose desde los albores de la humanidad.
“Y seguirá así hasta que el mundo deje de existir”,
…
No solían ser recelosos con el cuerpo. De hecho, no solían
poner ningún pero, tan sólo era importante que el contenido fuera el acordado.
Ni más, ni menos. Curiosamente esa no era la peor parte, lo más costoso era
encontrar al portador. Hoy en día, es prácticamente imposible colarse en un
cementerio. La época de los profanadores había pasado a mejor vida. Tampoco era
sencillo colarse en las morgues y salir con un cadáver de allí sin ser visto
por nadie, borrar los registros, no dejar huella.
Cuando llegó a la morgue del Hospital Santa Teresa, aún
tenía cierto regusto del café abrazado a la lengua. Era allí donde uno de sus
contactos le había dicho que podría conseguirle algo. En efecto, Oriol llevaba
trabajando en la morgue más de veinte años, y aunque cuando le conseguía un
cuerpo era de los buenos, nunca podías saber si te dejaría plantado en el
último momento.
“Ese es el problema de las personas ignorantes. La duda siempre lo retrasa todo”,
Sí. Oriol desconocía lo que Delfos hacía, pero quería pensar
que no era nada perverso. Parecía un tipo tranquilo, sin embargo su frialdad a
la hora de llevar ese tipo de asuntos era precisamente lo que en ciertas
ocasiones, le llegaba a turbar. Entonces sus principios morales echaban el
candado y cancelaban el favor. Aquel hombre que recogía cadáveres como el que
intercambia cromos en un parque, le causaba un enorme desconcierto. Los ojos
siempre fijos en lo que hacía, sin mostrar la menor grieta por la que se colase
un sentimiento oscuro o depravado.
Sí. Estaba decidido, no volvería a cogerle el teléfono nunca
más. Ya no podía preguntarle qué hacía con los cuerpos, se sentiría demasiado
estúpido después de permitir que se los llevara sin más durante años y años.
Esta sería la última vez que lo viera. Qué demonios, ni siquiera tenía por qué
ayudarle esta última vez. No sería la primera vez que le dejaba plantado. Sería
la última.
Tras más de una hora y media de retraso, las sospechas de
Delfos acerca del plantón se convirtieron en verdad irrefutable. Conocía a
Oriol, era un buen tipo, uno de esos que dejan que la vida les arrastre sin dar
el mínimo golpe de remo.
“Pobre Oriol, está claro que se ha vuelto a arrepentir. Me
hubiera gustado despedirme de él. Qué
demonios, que se pudra, no tengo ganas de ver a nadie. Me pregunto si seré yo
una de esas personas, si tan solo me dejo llevar por las circunstancias…”,
Estaba harto.