Hugo Zarzos
miró fijamente sus manos apoyadas en la mesa. Respiró hondo tres veces y
continuó.
-Tras
varios meses de observación de dichos sujetos, empezamos a notar cierta
homogeneidad en sus cambios de actitud. La pequeña e inesperada alteración en
lo banal o en lo rutinario desataba el estrés y se perdía la noción de orden en
lo familiar. Pero lo realmente importante no reside en la respuesta inicial del
sujeto; si es un estallido colérico, un derrumbe emocional… eso queda en
segundo plano. El resultado sustancial del experimento reside en que dicho
estudio, llevado a cabo de una determinada forma, crea un estado de obediencia
total en el sujeto. En otras palabras, y dicho sin adornos, se puede llegar a controlar a las personas a
través de los detalles, ¿me entiende?
-Está
bien –respondió el hombre de gris
mirando su carpeta-. Me gustaría ahondar en eso. Hábleme de los detalles.
-Mire…
-farfulló el señor Zarzos ahora obtuso- ya es el tercer supervisor diferente al
que pongo al día. ¿No existe una burocracia detrás de este sistema? ¿No puede
leer los informes de sus compañeros? Me gustaría tener la sensación de que
avanzamos en nuestro estudio. Y no veo más que formalidades inútiles que
retrasan los resultados. Estamos en un punto clave de la investigación. Hace
una semana, yo mismo me ofrecí para ejercer como sujeto de experimentos y,
desde luego, estos "protocolos" no me ayudan a adquirir el rol por completo.
-Señor
Zarzos, no pretendíamos…
Hugo Zarzos
interrumpió con un fuerte golpe en la mesa. –¡Esta conversación ha terminado!
¿Acaso piensan en la Universidad Hermana que contratando supervisores cada vez
más jóvenes ayudan en algo? ¡No soy la niñera de nadie! Tengo un importante
papel que llevar a cabo y no tengo tiempo que perder con sus preguntas o con su
condescendencia de manual. Soy un científico, no me trate como si supiera más
que yo. Buenos días. –Se levantó bruscamente, recogió aquello con lo que había
entrado y abandonó la sala de baldosines blancos con rapidez.
Cuando bajó
las escaleras y atravesó la puerta de cristal se dio cuenta de que había dejado
de nevar y un sol invernal de mediodía jugaba reflejarse en la nieve cuajada
del jardín. El amplio patio estaba lleno de transeúntes caminando en calma y
sin rumbo. Esto tranquilizó a Hugo, aunque aun le hervía la sangre al recordar
al tipo de gris y su educación de libro.
Pero no
había tiempo que perder. Tenía un importante trabajo que realizar. Si los
supervisores eran unos inútiles, ya monitorizaría él mismo los resultados. Se
embozó todo lo que pudo en su mono de trabajo azul, agarró con fuerza la vara
de madera con ambas manos y comenzó a barrer como si no hubiese hecho otra cosa
en la vida. Para eso se había levantado esa mañana. Al menos, esa era la idea.
Hugo Zarzos
intentaba ser una corriente mancha azul en la blanca nieve bajo los ojos del
Sol Invernal. Y lo conseguía… salvo por algo pequeño y metálico que brillaba a
la altura de su corazón. Una pequeña placa metálica en la que se podía leer “Residencia mental Rossetta”. Aunque
nadie de los allí presentes -Hugo incluido- se hubiese parado a leer lo que
allí ponía.
Desde el
alto ventanal, el hombre de gris observaba la mancha azul que con ímpetu
apartaba la nieve del camino con su escoba.
-¿Todavía
nada? –dijo una voz tras él.
-No está
siendo fácil –respondió sin apartar la mirada- no podemos adentrarnos en su
pasado mientras siga tan volcado en este
“Proyecto Rossetta” como él lo llama.
Ya es la tercera vez que me asigna una personalidad diferente. Si no es capaz
de reconocerme de una sesión a otra, ¿cómo va a ser capaz de darnos lo que
queremos?
-Tranquilo
–susurró la voz apoyando su mano en el hombro del traje gris- si el “Proyecto Rossetta” consiste en llegar a
controlar la voluntad humana, hagamos que así sea… convirtamos la locura en realidad. ¿No le parece?