lunes, 26 de septiembre de 2011

El Demonio y Sus Detalles (III)


Hugo Zarzos miró fijamente sus manos apoyadas en la mesa. Respiró hondo tres veces y continuó.
-Tras varios meses de observación de dichos sujetos, empezamos a notar cierta homogeneidad en sus cambios de actitud. La pequeña e inesperada alteración en lo banal o en lo rutinario desataba el estrés y se perdía la noción de orden en lo familiar. Pero lo realmente importante no reside en la respuesta inicial del sujeto; si es un estallido colérico, un derrumbe emocional… eso queda en segundo plano. El resultado sustancial del experimento reside en que dicho estudio, llevado a cabo de una determinada forma, crea un estado de obediencia total en el sujeto. En otras palabras, y dicho sin adornos,  se puede llegar a controlar a las personas a través de los detalles, ¿me entiende?
-Está bien –respondió el hombre de gris mirando su carpeta-. Me gustaría ahondar en eso. Hábleme de los detalles.
-Mire… -farfulló el señor Zarzos ahora obtuso- ya es el tercer supervisor diferente al que pongo al día. ¿No existe una burocracia detrás de este sistema? ¿No puede leer los informes de sus compañeros? Me gustaría tener la sensación de que avanzamos en nuestro estudio. Y no veo más que formalidades inútiles que retrasan los resultados. Estamos en un punto clave de la investigación. Hace una semana, yo mismo me ofrecí para ejercer como sujeto de experimentos y, desde luego, estos "protocolos" no me ayudan a adquirir el rol por completo.
-Señor Zarzos, no pretendíamos…
Hugo Zarzos interrumpió con un fuerte golpe en la mesa. –¡Esta conversación ha terminado! ¿Acaso piensan en la Universidad Hermana que contratando supervisores cada vez más jóvenes ayudan en algo? ¡No soy la niñera de nadie! Tengo un importante papel que llevar a cabo y no tengo tiempo que perder con sus preguntas o con su condescendencia de manual. Soy un científico, no me trate como si supiera más que yo. Buenos días. –Se levantó bruscamente, recogió aquello con lo que había entrado y abandonó la sala de baldosines blancos con rapidez.
 
Cuando bajó las escaleras y atravesó la puerta de cristal se dio cuenta de que había dejado de nevar y un sol invernal de mediodía jugaba reflejarse en la nieve cuajada del jardín. El amplio patio estaba lleno de transeúntes caminando en calma y sin rumbo. Esto tranquilizó a Hugo, aunque aun le hervía la sangre al recordar al tipo de gris y su educación de libro.
Pero no había tiempo que perder. Tenía un importante trabajo que realizar. Si los supervisores eran unos inútiles, ya monitorizaría él mismo los resultados. Se embozó todo lo que pudo en su mono de trabajo azul, agarró con fuerza la vara de madera con ambas manos y comenzó a barrer como si no hubiese hecho otra cosa en la vida. Para eso se había levantado esa mañana. Al menos, esa era la idea.
Hugo Zarzos intentaba ser una corriente mancha azul en la blanca nieve bajo los ojos del Sol Invernal. Y lo conseguía… salvo por algo pequeño y metálico que brillaba a la altura de su corazón. Una pequeña placa metálica en la que se podía leer “Residencia mental Rossetta”. Aunque nadie de los allí presentes -Hugo incluido- se hubiese parado a leer lo que allí ponía.

Desde el alto ventanal, el hombre de gris observaba la mancha azul que con ímpetu apartaba la nieve del camino con su escoba.
-¿Todavía nada? –dijo una voz tras él.
-No está siendo fácil –respondió sin apartar la mirada- no podemos adentrarnos en su pasado  mientras siga tan volcado en este “Proyecto Rossetta” como él lo llama. Ya es la tercera vez que me asigna una personalidad diferente. Si no es capaz de reconocerme de una sesión a otra, ¿cómo va a ser capaz de darnos lo que queremos?
-Tranquilo –susurró la voz apoyando su mano en el hombro del traje gris- si el “Proyecto Rossetta” consiste en llegar a controlar la voluntad humana, hagamos que así sea… convirtamos la locura en realidad. ¿No le parece?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

El Demonio y Sus Detalles (II)

-Nombre y edad, por favor.
-¿Acaso no lo sabe?

El hombre con traje gris se aflojó con calma fingida el nudo de su corbata. Después se inclinó ligeramente para apagar la grabadora que con impostada neutralidad se situaba en el centro de la mesa.

-No complique más las cosas. Los dos sabemos perfectamente quién es usted en realidad… y por qué se encuentra aquí. El cuestionario es puro protocolo.

La mesa metálica reflejaba la fría luz emitida por dos bombillas que colgaban del techo. Sorprendía la pulcritud de su superficie y el olor fuerte a lejía que emanaba. En un extremo de la mesa se encontraba el hombre con traje gris, que tras toser con sequedad, volvió a inclinarse para pulsar el botón REC de la grabadora y continuar así con el “cuestionario”. En el otro extremo se hallaba su interlocutor.

-Nombre y edad, por favor.
-Hugo Zarzos Darín, 47 años.
- Tengo entendido que trabajó para el Gobierno durante unos cuantos años, ¿es eso cierto?
-Sí.
-¿Puede ser algo más explícito?

Tanto el suelo, como las cuatro paredes de la sala, estaban cubiertas por baldosines de un blanco inmaculado. Al entrar en la sala, el Señor Zarzos buscó un falso espejo, o algo que le recordara a las salas de interrogatorios que había visto en las películas, sin embargo, lo único que pudo encontrar en aquel cuartucho eran dos sillas, una enorme mesa de disección, y dos bombillas desnudas sujetas al techo por el propio cable que las alimentaba. ¿Se trataba en realidad de una sala de disección?

Ahora se encontraba frente a frente con aquel hombre desconocido, a solas, y la esterilidad de aquel lugar no podía ser más siniestra. Se agitó en su silla, nervioso.

-Bien. Yo…formé parte de una de las secciones del Proyecto Rossetta. Mi trabajo era simple: crear eufemismos para que el discurso de los miembros del Partido fuera más fácilmente asimilado por el pueblo.
-¿Su trabajo era crear eufemismos?
-Exacto. Se trataba de retocar la realidad, es una cuestión de poner atención en los detalles a la hora de comunicar un mensaje determinado. Le sorprendería la flexibilidad que presenta el lenguaje.
¿Usted no sabía que “reajuste de plantilla” lo creamos nosotros? No es de los mejores lo sé, pero sí de los más famosos. No se puede decir alegremente que va a haber despidos, no. Es mejor disfrazar la realidad, cambiar estos pequeños detalles en el discurso es fundamental.
-Ya veo. ¿Cuánto tiempo estuvo trabajando en dicho proyecto?
-Hará unos siete años que abandoné el proyecto.
-¿Se cansó de crear eufemismos para el discurso del Partido?
-Me ofrecieron un trabajo mejor.
-Hábleme de ese nuevo trabajo, señor Zarzos.
-Algunos de mis antiguos compañeros y yo recibimos una oferta de la Universidad Hermana para abandonar el Proyecto Rossetta y unirnos inmediatamente a un experimento sociológico. En un principio la información que nos facilitaron fue limitada, pero como parecía que las condiciones de trabajo eran mucho mejores, todos aceptamos. Nos unimos a un equipo formado por neurólogos, psicólogos, sociólogos… y  bueno, en realidad ya sabe, todo tipo de científicos.
-¿De qué tipo de experimento está hablando?
-Pues era muy similar a mi antiguo trabajo, pero ya no se trabajaba en términos de emisor-receptor, el mensaje y posibles formas de interpretarlo. No obstante, los detalles seguían siendo fundamentales ¿Sabe?
Se trataba de observar de manera continua, si es que eso es posible claro, el comportamiento de algunos individuos, en ciertas condiciones controladas, que a medida que los diversos parámetros se…

-Sea claro conmigo señor Zarzos, ya no tiene que crear más eufemismos ni andarse por las ramas.
-Está bien. El experimento buscaba analizar el comportamiento de algunos individuos bajo situaciones de mínimo estrés. Por supuesto los sujetos de estudio eran personas profanas, o como se suele decir “gente corriente”. No me mire así, no torturamos jamás a nadie. Tenían agua y comida de sobra, era sólo tratar de modificar muy levemente su entorno. 
 -Está bien, continúe.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El Demonio y Sus Detalles (I)

Se despertó un cuarto de hora más tarde de a lo que estaba acostumbrado. El reloj estaba encendido y en hora, por lo que no se había ido la luz, y sin embargo la alarma no había sonado. Tendría que volver al bazar donde lo compró a quejarse, pues lo adquirió una semana antes precisamente para evitar llegar tarde a su nuevo trabajo. Ser barrendero era una de sus mayores aspiraciones, y no podía fallar en sus primeros días. Se levantó rápido y decidió prescindir de la ducha y pasar directamente al desayuno, después de todo siempre había considerado que más de dos duchas a la semana no son estrictamente necesarias. Cogió el cartón de leche del frigorífico y procedió a verter su contenido en el vaso, pero para su sorpresa no quedaba nada, lo que le resultaba extraño ya que recordaba haber sacado un cartón nuevo de la despensa para meterlo en el frigorífico y tener leche fría por la mañana; pero su sorpresa fue mayor aún cuando al ir a la despensa vio que se había quedado sin reservas. Hubiese jurado que hace un par de días se acercó a comprar un pack entero, pero comenzaba a no estar seguro de lo que había hecho y lo que no. Visto esto, decidió solucionar la problemática de su desayuno con algo de zumo de naranja y un par de cruasanes, pues se le estaba haciendo tarde, y volvió a su habitación para vestirse.

Al entrar en su dormitorio comprobó que toda la ropa estaba en el cesto para lavar, y que sólo le quedaba lo que se había puesto el día anterior, así que lo cogió sin preocuparse demasiado, se lo puso (dando un poco de sí la camiseta al intentar meter la cabeza por las mangas), cogió el mono de trabajo y abrió el cajón de las llaves. Para ser fieles a la realidad, no se sorprendió al comprobar que estaba vacío. Ya no. Intentó recordar, o imaginar, o deducir de alguna manera dónde podían estar, pero no tenía ni la más mínima pista. Se encogió de hombros, aceptando por completo que aquel no era su mejor día, y cogió su abrigo para salir a la calle. Al hacerlo, oyó un leve tintineo y al introducir la mano en uno de los bolsillos se encontró las llaves dentro. Algo que tenía sentido por fin. Se puso las zapatillas y abrió la puerta de su casa, la cual chirrió como nunca lo había hecho, y la cerró tras de si dejando un ambiente cargado en todas las habitaciones.

Por supuesto, cuando salió a la calle estaba nevando y él no tenía botas, ni bufanda, ni paraguas. Tampoco le importó.