domingo, 10 de marzo de 2013

Cadáveres. Sexto suspiro.


La tarde caía y Delfos se quedaba sin opciones. Puede que tan sólo hubiese agotado su mejor baza hasta ahora, sí, pero carecía del ímpetu de buscar otros medios. Hacía tanto tiempo que no caminaba por las calles que se sorprendió dejándose llevar por sus pasos a los lugares desconocidos de la ciudad. Eligió los recodos que en cualquier otro momento hubiera ignorado y sorteó el tráfico de las grandes avenidas para dirigirse allí a donde no fuese nadie más. A las partes tranquilas. 
En toda gran metrópolis que se precie hay y habrá siempre un rincón de paz. Un lugar donde parezca que el tiempo descanse sentado en un banco. Quizá junto a unas palomas. Allí acabó Delfos su paseo. En una pequeña plaza donde una iglesia semi-asfixiada entre las espaldas de los rascacielos se resistía a desplomarse. Allí se detuvo a pensar qué sería lo siguiente. Sin referirse a nada en concreto. Mirando las largas líneas en sus manos. Una parte más de su cuerpo que no se salvó de sus caricias.
El silencio se vio interrumpido por unos pasos. La-mujer-más-bella-del-mundo llegaba tarde a algún punto de su distraída mente. Tan poco le importaba el ametrallador sonido de sus pasos que no se percató de que una grieta en el asfalto había atrapado uno de sus tacones hasta que hubo pisado el suelo con el pié descalzo. Delfos se removió incómodo al saberse partícipe del accidente, pues era el único en la plaza y La-mujer-más-bella-del-mundo notaría su presencia. 
Y así fue.
En uno de esos pocos momentos en los que ciertas cosas se mueven con especial lentitud a la vista, La-mujer-más-bella-del-mundo se agachó a liberar su zapato del adoquinado, se calzó, y al alzarse, mientras conducía su cabello negro a su lugar de origen, tras su oreja... sonrió. Su sonrisa se clavó en ese hombre que hacía de espectador sin quererlo. Delfos sostuvo esa sonrisa sin miedo. Delfos sostuvo la sonrisa de La-mujer-más-bella-del-mundo durante un instante y después apartó la mirada lo justo como para parecer distraído con cualquier otra cosa. Rostro hierático. Aura triste. Nada había cambiado. No vio a Thalía en la sonrisa de La-mujer-más-bella-del-mundo. Tan sólo la verdad de que jamás volvería a amar a nadie.

La oscuridad del ocaso le recordó que debía trabajar y que estaba solo de nuevo. Manoseó en su bolsillo hasta encontrar lo que buscaba; se acercó el teléfono tras pulsar una serie de botones. El tono se vio interrumpido, aunque sin respuesta alguna.
-¿...Marte? -titubeó Delfos, decidiendo si continuar hablando o no-. Escuche, he tenido ciertos contratiempos para encontrar su recipiente. Necesitaré algo más de margen. Ya sé que me dijo que le llamase cuando estuviese listo pero...

Una risa sutil le interrumpió al otro lado de la línea. No las carcajadas de quien se sorprende con el tartazo del payaso, sino con el repetitivo soniquete de quien escucha un chiste que ya esperaba oír.
-Señor Delfos -masculló la voz del curioso cliente cuando se calmó-, puede que no me entendiese cuando nos encontramos. Lo achaco quizá a que fui demasiado incisivo a la vez que breve: el "recipiente" no es para mí. 
-Oh -rectificó Delfos-, tiene razón. En cualquier caso, necesitaré más tiempo. Es algo inesperado, pero puede ocurrir. Le llamaba para que disculpase las...
-De nuevo le interrumpo señor Delfos -insistió Marte; esta vez con solemne seriedad en la voz-. No quisiera parecer rudo pero ahora me doy cuenta de que quizá debo explicarle algo antes de que entremos en las futilidades rutinarias de su trabajo. Verá, hay algo que me concierne muy mucho de esta... "sociedad moderna" en la que vivimos. Y ese algo es la muerte. Ese pequeño defecto inherente a toda existencia que hemos decidido casi obviar a base de químicos y... magia negra  futurista. La muerte, señor Delfos, se ha convertido en una broma. En un guijarro lanzado al aire con la mala suerte de que puede caer sobre alguien, aunque no tenga porqué. Pero usted sabe tan bien como yo que no existe tal broma. Que no hay nada divertido en la muerte. Que no nacimos para reírnos de lo desconocido. ¿Ve? Este es el mundo que heredó usted un día. Lo recibió en este estado. No pudo hacer nada por cambiarlo. Ni podrá. Pero hay una cosa que sí puede hacer, señor Delfos. Y eso es encontrar un recipiente. Perdón: "el" recipiente. Y con esto sabe a lo que me refiero. Creo que usted sabe tan bien como yo dónde se encuentra ese recipiente. Ese cuerpo -su voz se deslizó casi sugerente sobre esa última palabra-.
Delfos no entendía nada. O quizá no quería entender. ¿"El" recipiente? El silencio en la oscura plaza se había multiplicado. Delfos aguantaba la respiración. Escuchando.
-Creo que voy a tener que aclarar un poco los términos del contrato -dijo el joven-hombre-joven-. Cuando dije que el recipiente no era para mí debí haber aclarado para quién era.
"El recipiente es para usted, señor Delfos."


Foto: Edwin L. Wisherd