lunes, 24 de octubre de 2011

El Demonio y sus Detalles (VI)

No puedo evitarlo. Los nervios me están matando. Las técnicas de relajación que nos dieron en la sesión en grupo son basura. Espero que no fuese yo el que las inventase y no pueda recordarlo. Siento que alguien me observa, quieren volverme loco. Saben que hay algo en mi mente que ni yo conozco. Pero quieren sacármelo a la fuerza. Hoy he descubierto algo en mi cuerpo, algo que no es mío. Al tocarlo ha vuelto ese olor. Ese olor...
Mi cabeza va a estallar si sigo intentando recordar.
Para colmo, hoy me he encontrado con Hugo Zarzos, el paciente gordo. Me ha contado algo sobre un proyecto. ¿"Rosetta"? Ese es el nombre de la institución, pero no puedo evitar pensar que hay algo de cierto en lo que dice. ¿Controlar a la gente? Debo ahondar más en el tema, buscar los retazos de cordura que le queden. 
Sé que este no es mi lugar. No debo sentirme cómodo en este sitio. Tengo que aferrarme a ese pensamiento, a esa incomodidad. Eso será mi salvavidas en este océano de sinsentidos. En esta cacería de polvo.
Un día fui grande... ahora sólo quiero ser libre. Cueste lo que...


"PUM PUM PUM" Un aporreo en la puerta hizo que Matías escondiese violentamente su diario (un endeble cuaderno de tapa blanda) y se levantase agitado aunque intentando aparentar normalidad. Igual que un niño que acaba de romper una ventana. 
-¿Quién es? -preguntó con voz grave. 
Al no haber respuesta acudió a abrir la puerta despacio. Lo primero que vio fue un traje gris formal que se ceñía a un hombre de alta estatura. Después reconoció ese gesto huraño de pobladas cejas que un día le pareció entrañable. 
-Max... -murmuró abriendo la puerta del todo con gesto estupefacto- ¿qué... haces aquí?
-¡Matías! -el hombre de alta talla alargó su mano esgrimiendo su mejor sonrisa- ¿cómo estás? ¿puedo pasar? 
-Verás, -habiendo recobrado la compostura, Matías ahora sonaba lacónico- no nos dejan recibir visitas después de las nueve... aunque supongo que eso no será un impedimento para el recientemente nombrado director.
-Lo siento, quería venir a visitarte antes, amigo. Pero ya sabes como van estas cosas.
-¿Amigo? -rugió Matías asiendo el pomo de la puerta con fuerza hasta hacerse daño- Me vendiste Max. Sabes que yo no debería estar aquí. Me tendieron una trampa y no lo quisiste ver. ¿Cómo puedes llamarme amigo?
-Matías, por favor, tranquilízate. Sabes perfectamente que te ocurre algo. Yo sólo me encargué de que te acogieran aquí para así poder evaluar, diagnosticar y tratar tu caso debidamente. ¿Qué mejor lugar que este, eh? -dijo dándole unas palmaditas en la espalda a Matías y entrando en la pequeña y lúgubre habitación- Vamos... sabes que me encargaré de supervisarlo todo personalmente.
Matías no dijo nada. Seguía asiendo el pomo de su puerta mientras su viejo amigo y suplantador de puesto recorría la habitación con la mirada con un gesto de suficiencia. 
-Te han dado una buena habitación -dijo Max oteando por el ventanuco- puedes ver todo el parque de Aurora. Venga, pero qué haces ahí parado... mira, te he traído tu té favorito: verde con vainilla ¿cierto? ¿Por qué no preparas un par de tazas y hablamos de los viejos tiempos? -preguntó sentándose en una de las dos sillas de madera que presidían una minúscula mesa redonda. 

Veinte minutos después, la tensión reinante había desaparecido. Matías y su ex-compañero conversaban de temas insustanciales. El antiguo director flotaba en una nube de satisfacción perturbadora. Se había reencontrado con su colega y había bebido su té favorito, nada más en el mundo le importaba.
-Y dime -dijo Max haciendo un punto y aparte- ¿hay algún paciente con el que hayas podido entablar amistad últimamente?
-Lo cierto es que estoy bastante solo -dijo Matías con la mirada perdida- me limito a pasear por el parque día tras día.
-Lo preguntaba porque se te ha visto hablando con un paciente llamado Hugo Zarzos. ¿Te dice algo su nombre?
-Hemos hablado esta mañana. Él barría como parte de su estudio. Ha sido agradable. 
-¿Habéis hablado de algo en particular?
-Ha dicho que estaba trabajando en el proyecto Rosetta. Ha dicho que deberíamos estudiarlo juntos. Yo sólo pensaba en decirle que cambiase de dieta... 
-Matías, ¿qué quieres decir con proyecto Rosetta? ¿A qué se refería el señor Zarzos?
-Lo de la dieta lo digo porque está tremendamente gordo ¿sabes? sería indecoroso decírselo, pero lo he pensado mientras me tapaba el sol y yo empezaba a tener frío y... -no se pudo entender el resto del razonamiento de Matías. Un estruendoso ataque de risa le hizo cerrar los ojos, golpear la mesa y patear el suelo. La voz de Max se confundió con las carcajadas y con el absurdo. Todo se volvió borroso, oscuro. Todo desapareció.

Al día siguiente, Matías se despertó en su cama al sonar la alarma que, metódicamente, programaba cada noche. Tenía el pijama puesto y en la habitación reinaba la calma del amanecer. Mesó su cabello intentando recordar. Tenía un sabor agradable almacenado en su mente y creía haber hablado con alguien, pero no podía viajar más allá en su memoria desde la tarde anterior, mientras escribía...
Se levantó directo al pequeño escritorio del rincón y abrió uno de los cajones. Cogió su diario y lo hojeó con ansiedad, quizá obtuviera alguna respuesta. Sin embargo, alguien había arrancado todas las páginas que llevaba escritas hasta ahora. Petrificado, dejó caer el cuaderno al suelo, permitiendo que un pequeño papel se escurriese de su interior hasta tocarle un pie. Era una nota. 
"Si quieres saber la verdad sobre el "Proyecto Rosetta", ven a media noche al almacén del pabellón D." Firmado: "Paciente A."



lunes, 17 de octubre de 2011

El Demonio y sus detalles (V)

Por lo poco que le habían contado, Matías era consciente de que en los últimos días, Hugo había sido entrevistado por unos hombres ajenos al centro psíquico. Aunque no sabía ni la procedencia ni la intención de dichos individuos, infería que la inofensiva esquizofrenia del bueno de Hugo supondría una barrera a la hora de establecer una comunicación fructífera .

Antes del incidente que le privó de sus derechos como director de su centro, Matías recordaba que solía ser bastante común el ir y venir de numerosos funcionarios del Gobierno en aquel psiaquiátrico que con tanto orgullo él dominaba. Como el supuesto amo y señor de un territorio ajeno a la influencia de un rey lejano, ejercía un dominio total sobre cada uno de los súbditos y peones que trabajaban para él. Era normal, pues, que fuera el primero en saber absolutamente todo lo que acontecía dentro de su feudo. Sin embargo, el poder de aquel rey lejano se hacía notar de vez en cuando, y la jerarquía establecida exigía que allanara el camino y lo limpiara de obstáculos facilitando así el trabajo de los funcionarios del Gobierno. Nada de problemas, nada de preguntas. Nada de peros. El poder del Gobierno estaba por encima del suyo, y él conocía bien las reglas del juego. De esta manera, no le quedaba otra que agachar la cabeza y actuar en consecuencia.

Además, el papeleo que ello acarreaba nunca le agradó lo más mínimo, y por si fuera poco, los documentos que debía firmar, así como las autorizaciones de última hora, nunca arrojaban ni una sola pista sobre la misión de aquellos inspectores, detectives, y toda aquella retahíla de gente. Invasores de su tierra y de su propiedad privada, debían pagar un tributo, un pago invisible del cual ni ellos mismos eran conscientes. Y es que en sitios tan herméticos como en un centro psíquico, hasta las paredes hablan. Sólo había que dejar hacer su trabajo a los funcionarios, tenerles contentos durante su estancia allí, y después, cuando ya se hubieran marchado, preguntar en los lugares adecuados. Buscar las frases perdidas por los rincones, preguntar a la persona que jamás escuchó ni vió nada. Pan comido.

Era bien sabido por todos; director, psiquiatras, psicólogos, enfermeras, cocineros y hasta el personal de limpieza, que muchos de los pacientes que allí recibían su tratamiento contenían información privilegiada en sus insanas mentes. Se podría decir que hasta los propios pacientes lo sabían. Por lo tanto, tampoco era díficil deducir que aquel pulular de agentes del gobierno, estaba justificado en la persecución de dicha información retenida y codificada en la cabeza de los dementes ingresados en el centro. Y nadie conocía mejor a sus pacientes que el director. Era fácil, en aquella época dorada, que Matías pudiera saber el objeto de dichas investigaciones, y aunque nunca llegara a conocer perfectamente qué datos habían conseguido extraer de sus pacientes, sí podía hacerse una idea de por dónde iban los tiros.

Pero ahora todo había cambiado, estaba en Aurora, y los pacientes que allí estaban  portaban información tanto o más valiosa.  A pesar de recibir un trato condescendiente del personal del centro psiquiátrico, no tenia ninguna potestad sobre aquel magnífico paraíso de locura y demencia. Esta vez, si quería enterarse bien de qué era lo que estaba ocurriendo, tendría que empezar desde abajo, no le quedaba otro remedio que remangarse los pantalones y meterse de lleno en el fango.
-Proyecto Rossetta ¿eh?- Dijo Matías mientras empujaba con el dedo índice la hoja muerta en dirección al montón que con precisión había acumulado Hugo durante toda la mañana.
 -Así es. Pero no puedes decir nada. Es un secreto. Ellos no deben saberlo.
-¿Ellos?
-Sí. Nunca le gustaron, ¿verdad? A mí tampoco, y usted sabe que un loco no es lo mismo que un tonto. Ellos piensan que sí. Por eso no pueden acceder al Proyecto Rossetta. En fin, qué me dice, señor Director, ¿quiere participar?-Hugo abrió la boca y le mostró un apenas perceptible tatuaje que tenía en la cara interna del labio inferior.

La hoja bailó una danza invisible con un pequeño remolino antes de caer de nuevo sobre sus rodillas. Matías dudó un instante, en realidad no tenía ni idea de qué demonios podría ser el Proyecto Rossetta, ni del significado de ese tatuaje, pero por un lado seguía picado con la enorme curiosidad de saber qué ocurría en este nuevo macrocomplejo tan distinto del centro psiquiátrico que antaño gobernó (se cuestionaba si al ser mucho más grande Aurora sería capaz su director de controlar todo lo que allí ocurría) y por otro, su olfato de perro viejo le decía que de alguna manera, aunque parecieran sucesos aislados, todo aquel asunto podría tener algo que ver con el paciente A...

-Sí.
-Bien sr. Director, está dentro. De todas formas, aunque no lo supiera, ya lo estaba antes de darme su consentimiento.Ahora si es tan amable, me gustaría seguir con mi experimento.

Matías se levantó del banco y comenzó a alejarse hacía el pabellón C mientras Hugo continuaba barriendo con esmero el patio. Ya era la hora en la que se repartía el almuerzo y sabía que la conversación había terminado y que sería imposible tratar de averiguar nada más por el momento. No obstante, no podía enteder a qué se refería con aquello de que estaba dentro del Proyecto Rossetta de antemano, si no sabía siquiera de su existencia.

Antes de recoger su almuerzo decidió subir al cuartucho que le habían asignado para dormir y asearse con el objetivo de lavarse las manos. No era una habitación lujosa y acogedora como cualquiera de las salas que existían en la vieja mansión que había en su centro psiquiátrico, y que antaño fue su hogar. Claro que por otro lado, estaba mejor que una de aquellas horribles salas acolchadas para pacientes con agresividad. Lavarse las manos antes de comer era más que un hábito sano, una obsesión. Siempre sentía que miles de bacterias, virus y hongos campaban a sus anchas por la superficie más externa de su epidermis, esperando con paciencia a adherirse a cualquier alimento para entrar por su boca y viajar por su tubo digestivo hasta encontrar el lugar propicio donde causarle una grave infección. 

Cuandó acabó de aclarse el jabón de las manos, cerró el grifo y levantó la mirada hacia el espejo. Conocía esos ojos negros a la perfección, una mirada inteligente que subrayaba una frente amplia con varios surcos arados por el paso de los años. La nariz, a diferencia de la boca, era sobresaliente en tamaño y forma, daba la impresión de atraer toda la atención de aquellas personas que veían su cara por primera vez, pero esa mirada profunda...Había algo raro en ella para cualquier persona ajena que se aventurara a descifrar su contenido. 

Mientras pasaba lista a sus rasgos faciales, y sin razón aparente, Matías se llevó la mano a la nuca. Las yemas de sus dedos percibieron un relieve extraño. De repente, un olor acre cruzó su conciencia como si un pequeño rayo hubiera entrado por su oreja izquierda y hubiera salido por la derecha, y perdió el equilibrio durante unos segundos. Cuando recobró el aliento, volvió a palpar con cuidado el revés de su cuello. 

En efecto, se trataba de una pequeña marca, y aunque él no podía verlo, parecía un tatuaje.


martes, 4 de octubre de 2011

El demonio y sus detalles (IV)

Era gordo. Inmensamente gordo. Siempre le veía barriendo en la calle con rabia, buscando problemas con las hojas secas y la suciedad. Vivía en una de las zonas más cercanas a los límites del complejo. "Villa Aurora", magnífico lugar para superar una agradable demencia. El gordo era uno de los que no tenía constancia de estar en un manicomio; especial y grande, pero no dejaba de ser lo que era. Para él tan sólo estaba en un pueblo apartado ejerciendo de barrendero como parte de algún tipo de proyecto secreto. O algo así. A Matías tampoco le importaba demasiado, pero le resultaba curioso cómo Hugo parecía tener varias capas de locura: cuando era el barrendero dejaba aparcado al ex agente del gobierno y era una persona cualquiera en su trabajo soñado, pero cuando hablaba con los médicos volvía a introducir esa parte de su personalidad y la encajaba con el proyecto que en las sesiones le obsesionaba. Matías sabía todo esto porque tenía una buena relación con el personal de aquel sitio. Muchas veces se pasaba por la mansión que había en lo alto de la colina, donde se encontraban las habitaciones de los médicos, enfermeros, mozos y demás, y estaba un rato charlando con alguno de ellos. Sentían cierta empatía hacia él porque también fue médico, así que eran algo más permisivos con él que con el resto de los internos.

Matías recordaba bien la época en la que era él el que internaba a los demás. Todo un director de psiquiátrico, decidiendo quién estaba sano y quién no, y cómo debían ser tratados. Era un poco como ser Dios. De hecho, si no fuese por esa sensación probablemente hubiera odiado el puesto, ya que estaba muy alejado de lo que solían pintar en las películas. Suena manido, pero era un trabajo principalmente administrativo. La mayor parte del tiempo se hubiese sentido igual administrando una granja. Sin embargo la sensación de poder compensaba todo lo demás. No destacaba por ser especialmente cruel en sus métodos, o por implantar novedosas técnicas psiquiátricas, pero la cantidad de personas que mejoraban estaba por encima de la media. Quizá una mera cuestión de suerte, pero eso le aseguraba continuar en el puesto. No era una persona cuya personalidad resaltase. Se integraba bien, sin sobresalir, y no tenía ninguna deficiencia social: había tenido varias relaciones estables con mujeres, con las que había tenido problemas más o menos serios pero dentro de lo común, había mantenido siempre un número considerable de amigos, mantenía a su familia cerca, tenía un perro al que trataba como si fuese un hijo... Nada hacía sospechar lo que le ocurriría.

Para Matías, la noche en la que le robaron los recuerdos del paciente A... (era incapaz de recordar su nombre por mucho que los médicos de la villa se lo dijesen) lo cambió todo. Estaba dormido en su casa, con Will echado a los pies de su cama. No oyó ningún ruido ni sintió nada extraño, pero se despertó de golpe. No lo hizo sobresaltado, simplemente sus párpados se levantaron y pasó de dormir profundamente a estar completamente despierto. Miró a su alrededor y no vio nada extraño, pero al incorporarse pudo percibir una sombra moviéndose rápido y un olor muy intenso. Tras eso, sólo recuerda levantarse al día siguiente mareado. La sorpresa legó cuando en el psiquiátrico le dijeron que se había saltado su cita con el paciente A... y que éste, en un ataque de rabia, había matado a los dos cuidadores que estaban con él y luego se había suicidado. Miró su ficha y no supo reconocerle. Todo el mundo aseguraba que él había estado tratándole durante los últimos meses, pero era incapaz de encontrar en su memoria el más mínimo fragmento de aquella persona.

Al principio los trabajadores del psiquiátrico lo tomaron por el efecto de alguna intoxicación, que era la que le había causado esa desorientación, pero comenzó a obsesionarse con ello y a abandonar el resto de sus obligaciones.  Matías sabía que era una conspiración de algún poder oculto para extraer a A... de su mente. Seguramente hubiese desvelado información importante en alguna de las sesiones y querían hacerse con ella y que nadie más la conociera. Pero nadie le creía, y mientras se encerraba en su despacho a deshilar los eventos de aquella noche y a descubrir sus implicaciones, su mejor amigo (y subdirector) y el resto del personal habían estado preparándolo todo para internarle. Cuando le vio entrar por la puerta junto a un cuidador se sintió como Julio César en el senado. La traición le nubló la mente y le llevó a atacarle, lo que hizo que le categorizasen como peligroso. Sabía que había cometido un error llevado por el momento, por lo que intentó calmarse y comportarse adecuadamente, lo que surtió efecto, pues en unas semanas determinaron que había sido un simple ataque de ira puntual por la situación; lo cual era verdad. Matías sabía que no estaba loco, por mucho que le dijesen, y seguía siendo la misma persona aunque ya nadie le tratase igual. Jamás se le ocurriría hacer daño de verdad a un amigo.

Desde entonces su vida había transcurrido en el psiquiátrico hasta que un día unas personas con identificación del gobierno se lo llevaron diciéndole que estaban interesados en lo que sabía de A... y que le ayudarían. Al principio creyó que al fin se daba credibilidad a su versión de lo ocurrido, pero al traspasar la enorme valla de Aurora comprendió que no era así. Ellos, como todo el mundo, pensaban que estaba loco, aunque al menos allí le trataban mejor que en el otro lugar. Además, a él también le interesaba recordar el tiempo que estuvo tratando a aquel paciente, pero hasta entones todo lo que habían intentado no había dado ningún resultado. Sin embargo Matías no se impacientaba. Tenía esperanza en que la información siguiese en su mente a pesar de lo que le hicieron y que, al recordarla, tuviese alguna pista más sobre quién se lo hizo.

Ensimismado en sus pensamientos, cuando quiso darse cuenta el gordo de Hugo estaba barriendo alrededor de su banco. Su barriga temblaba como gelatina con cada enérgico movimiento de sus brazos. Comenzó a golpearle suavemente en la pierna con el barredor, y cuando Matías le observó supo que en aquel momento no era sólo el barrendero. Le estaba mirando fijamente, evaluándole. Como si estuviese deseando decir algo pero no estuviese seguro de confiar en él lo suficiente para decírselo.

- ¿Hugo?.- preguntó Matías.
- Creo que serías una valiosa incorporación al Proyecto Rossetta.

Del montón de hojas otoñales que había detrás del banco, el viento levantó una y la hizo danzar aleatoriamente hasta cansarse. Entonces, la dejó caer sobre las piernas de Matías, lo que pareció desencadenar una media sonrisa en su boca en una caprichosa ilusión causa-efecto.