Mi cabeza va a estallar si sigo intentando recordar.
Para colmo, hoy me he encontrado con Hugo Zarzos, el paciente gordo. Me ha contado algo sobre un proyecto. ¿"Rosetta"? Ese es el nombre de la institución, pero no puedo evitar pensar que hay algo de cierto en lo que dice. ¿Controlar a la gente? Debo ahondar más en el tema, buscar los retazos de cordura que le queden.
Sé que este no es mi lugar. No debo sentirme cómodo en este sitio. Tengo que aferrarme a ese pensamiento, a esa incomodidad. Eso será mi salvavidas en este océano de sinsentidos. En esta cacería de polvo.
Un día fui grande... ahora sólo quiero ser libre. Cueste lo que...
"PUM PUM PUM" Un aporreo en la puerta hizo que Matías escondiese violentamente su diario (un endeble cuaderno de tapa blanda) y se levantase agitado aunque intentando aparentar normalidad. Igual que un niño que acaba de romper una ventana.
-¿Quién es? -preguntó con voz grave.
Al no haber respuesta acudió a abrir la puerta despacio. Lo primero que vio fue un traje gris formal que se ceñía a un hombre de alta estatura. Después reconoció ese gesto huraño de pobladas cejas que un día le pareció entrañable.
-Max... -murmuró abriendo la puerta del todo con gesto estupefacto- ¿qué... haces aquí?
-¡Matías! -el hombre de alta talla alargó su mano esgrimiendo su mejor sonrisa- ¿cómo estás? ¿puedo pasar?
-Verás, -habiendo recobrado la compostura, Matías ahora sonaba lacónico- no nos dejan recibir visitas después de las nueve... aunque supongo que eso no será un impedimento para el recientemente nombrado director.
-Lo siento, quería venir a visitarte antes, amigo. Pero ya sabes como van estas cosas.
-¿Amigo? -rugió Matías asiendo el pomo de la puerta con fuerza hasta hacerse daño- Me vendiste Max. Sabes que yo no debería estar aquí. Me tendieron una trampa y no lo quisiste ver. ¿Cómo puedes llamarme amigo?
-Matías, por favor, tranquilízate. Sabes perfectamente que te ocurre algo. Yo sólo me encargué de que te acogieran aquí para así poder evaluar, diagnosticar y tratar tu caso debidamente. ¿Qué mejor lugar que este, eh? -dijo dándole unas palmaditas en la espalda a Matías y entrando en la pequeña y lúgubre habitación- Vamos... sabes que me encargaré de supervisarlo todo personalmente.
Matías no dijo nada. Seguía asiendo el pomo de su puerta mientras su viejo amigo y suplantador de puesto recorría la habitación con la mirada con un gesto de suficiencia.
-Te han dado una buena habitación -dijo Max oteando por el ventanuco- puedes ver todo el parque de Aurora. Venga, pero qué haces ahí parado... mira, te he traído tu té favorito: verde con vainilla ¿cierto? ¿Por qué no preparas un par de tazas y hablamos de los viejos tiempos? -preguntó sentándose en una de las dos sillas de madera que presidían una minúscula mesa redonda.
Veinte minutos después, la tensión reinante había desaparecido. Matías y su ex-compañero conversaban de temas insustanciales. El antiguo director flotaba en una nube de satisfacción perturbadora. Se había reencontrado con su colega y había bebido su té favorito, nada más en el mundo le importaba.
-Y dime -dijo Max haciendo un punto y aparte- ¿hay algún paciente con el que hayas podido entablar amistad últimamente?
-Lo cierto es que estoy bastante solo -dijo Matías con la mirada perdida- me limito a pasear por el parque día tras día.
-Lo preguntaba porque se te ha visto hablando con un paciente llamado Hugo Zarzos. ¿Te dice algo su nombre?
-Hemos hablado esta mañana. Él barría como parte de su estudio. Ha sido agradable.
-¿Habéis hablado de algo en particular?
-Ha dicho que estaba trabajando en el proyecto Rosetta. Ha dicho que deberíamos estudiarlo juntos. Yo sólo pensaba en decirle que cambiase de dieta...
-Matías, ¿qué quieres decir con proyecto Rosetta? ¿A qué se refería el señor Zarzos?
-Lo de la dieta lo digo porque está tremendamente gordo ¿sabes? sería indecoroso decírselo, pero lo he pensado mientras me tapaba el sol y yo empezaba a tener frío y... -no se pudo entender el resto del razonamiento de Matías. Un estruendoso ataque de risa le hizo cerrar los ojos, golpear la mesa y patear el suelo. La voz de Max se confundió con las carcajadas y con el absurdo. Todo se volvió borroso, oscuro. Todo desapareció.
Al día siguiente, Matías se despertó en su cama al sonar la alarma que, metódicamente, programaba cada noche. Tenía el pijama puesto y en la habitación reinaba la calma del amanecer. Mesó su cabello intentando recordar. Tenía un sabor agradable almacenado en su mente y creía haber hablado con alguien, pero no podía viajar más allá en su memoria desde la tarde anterior, mientras escribía...
Se levantó directo al pequeño escritorio del rincón y abrió uno de los cajones. Cogió su diario y lo hojeó con ansiedad, quizá obtuviera alguna respuesta. Sin embargo, alguien había arrancado todas las páginas que llevaba escritas hasta ahora. Petrificado, dejó caer el cuaderno al suelo, permitiendo que un pequeño papel se escurriese de su interior hasta tocarle un pie. Era una nota.
"Si quieres saber la verdad sobre el "Proyecto Rosetta", ven a media noche al almacén del pabellón D." Firmado: "Paciente A."