lunes, 26 de diciembre de 2011

El Demonio y sus Detalles (X -y final-)

El niño se acurrucaba contra la esquina tembloroso, sabedor de los horrores que acababa de cometer. El hombre grande se alzaba imponente ante él, e imaginó que si alguna vez veía a Dios debía parecérsele mucho. En su cara había una lucha manifiesta entre el triunfalismo y el miedo. Como si aún no hubiese procesado lo que realmente acababa de ocurrir y en su mente siguiese fija la idea de que su experimento había funcionado. El niño sabía todo aquello porque no era tan estúpido como creían, y en el tiempo que llevaba encerrado había madurado mucho más de lo debería. Pero nada le preparó para aquello. Levantó la mirada y por primera vez se fijó en la chapita que relucía en el pecho del hombre grande. Entre la sangre salpicada pudo leer su nombre: Hugo Zarzos. El hombre que le había convertido en un autómata asesino.


El agente Gómez casi sintió pena por la masa informe que como una tortuga dada la vuelta se revolvía en el suelo. El Gobierno nunca se andaba con minucias a la hora de asegurar sus activos, prueba de lo cual era el cepo que se había cerrado sobre las piernas de Hugo. Éste gemía mientras se iba dando cuenta de que cuanto más se movía, más daño le hacía el cepo, por lo que finalmente decidió quedarse quieto. En sus ojos había un brillo nuevo, en su rostro gestos que desde que Gómez lo vigilaba no habían tenido cabida. Algo importante había cambiado en él.

- Lo recuerdas, ¿verdad?

- Recuerdo que soy un barrendero.

- Sé que me estás engañando. Ya no tienes la mirada perdida como antes.

- ¿Y qué si lo recuerdo? Si me borré la memoria era para que nadie lo supiese, ni siquiera yo. ¿Crees que te contaré lo que descubrí?

El principio era el centro de todo. La "A" que te permitía recitar el resto del abecedario, que daba pie a la cancioncilla que para aprenderlo nos metían en la cabeza de pequeños. El comportamiento de las personas sólo podía modificarse hasta cierto nivel a través de las pequeñas alteraciones en su entorno, y los resultados no eran suficientes. Tenían que conseguir más. Lo que Hugo no pensó hasta que llegó Matías es que la consecuencia de su estancamiento no era el proceso en sí, no era una incorrecta elección de los elementos que debían ser trastocados, si no que era la persona. Para que toda la personalidad cayese ante los detalles, para poder programarla y controlarla, había que irse al principio. Al comienzo de la canción.

Matías corrió confuso detrás del agente Gómez hasta que tropezó con la escoba que Hugo había dejado caer poco antes. Seguía sin acordarse de lo que significa el paciente "A", pero la idea de que fuese una vía de investigación dentro del proyecto XXY tenía mucho sentido para él. Sentía que por primera vez no le habían mentido, que no había nada extraño en su pasado. Que nadie le había robado los recuerdos mientras dormía. Se levantó y cogió la escoba, y caminó hasta la silueta de Gómez, que se encontraba de pie con la pistola en la mano, apuntando a la mole de Hugo en el suelo, ambos iluminados por los deslumbrantes focos de vigilancia. El frío jugueteaba con el vaho que el aliento de ambos desprendía.

- Mírate, en el suelo, atrapado con un cepo, ¿crees que no tengo el permiso del Gobierno para hacer TODO lo que sea necesario para que hables?

- No tienes ni idea. Si supieses todo lo que se puede hacer con esta información, lo que supondría... Si quisiese podría hacer que me liberasen a cambio de la promesa de que lo contaría todo, y después podría escapar y que no me encontrasen jamás.

- Si eso fuera así, ¿por qué no lo haces entonces?

- Porque no debería caminar libre.

La célula Alevín debía ser secreta. Lo que allí se arriesgaba jamás se entendería dentro de la burocracia estatal. Por supuesto, si los experimentos funcionaban todos estarían encantados de oír las buenas noticias, pero si algo salía mal podía imaginarse a la perfección los rostros horrorizados, los aspavientos y la fingida indignación por haber usado a niños como ratas de laboratorio. Sólo necesitaban el permiso del jefe del departamento de investigación gubernamental. A partir de ahí todo sería extraoficial.

Los resultados fueron concluyentes desde el principio. Bajo la supervisión de Matías, Alevín I progresaba de la manera esperada. Su obediencia iba siendo cada vez mayor y comenzaba a no necesitar razones para acatar determinadas órdenes. Los pequeños objetos cotidianos cambiados de sitio, los conceptos cuyo significado parecía variar de la noche a la mañana, las modificaciones en los nombres, en los lugares; todo ello notas de una bella sinfonía que se desarrollaba sin imperfecciones. El control de la voluntad se desplegaba inexorablemente.

Matías se puso detrás de Hugo para poder ver la cara del agente Gómez. Estaba tranquilo a pesar de la situación. Creía tener todo el control, con su presa atrapada y la información que quería en la punta de los dedos. Pero Matías sabía, sin razón alguna, que eso no era así. Que Hugo estaba justo donde quería estar.

- ¿Quieres saber lo que sé? ¿Quieres que te cuente el gran descubrimiento que Matías y yo hicimos mientras trabajaba en la célula Alevín? No es más que un refinamiento de lo que ya sabíamos.

Un día Matías apareció en casa de Hugo con el pelo revuelto y oliendo a alcohol. "Lo he descubierto, he descubierto el por qué. Generar stress mediante la manipulación de los detalles ayuda, pero no es la clave. Todo este tiempo íbamos a ciegas. Estábamos acertando, pero sin saber realmente cómo acertábamos. Era pura suerte. He visto lo que hace. El control absoluto. Nadie debería poder hacer esto, es horrible." Entró en la casa tambaleante y se tiró sobre el sofá. "No quiero saberlo. Quiero olvidarlo."


- ¿Y decidistéis borraros la memoria, sin más, en vez de utilizar ese conocimiento? No tiene sentido. Sabes algo más que no me estás contando.


- Está bien, si tanto te interesa te lo diré. Pero te costará muy caro.


Matías comenzaba a ver formas borrosas en el fondo de su mente, palabras que se agrupaban y daban sentido poco a poco a su pasado. Lo primero que recordó fue la casa de Hugo.


Hugo se sorprendió de que Matías quisiese activar el protocolo Olvido. Se había creado para casos extremos en los que algún componente del equipo de investigación de Alevín filtrase información al exterior. Todos tenían implantes camuflados como tatuajes que eventualmente podrían activarse para hacer que perdiesen todos sus recuerdos desde la fecha en la que entraron a formar parte de la célula. Pero antes de activar el implante de Matías necesitaba saber qué había descubierto. "Está bien, pero antes necesito que me cuentes tu gran revelación." "Trato hecho, pero te aviso de que después de ver lo que hace tú también querrás olvidar." Por los ojos de Hugo pasó un atisbo de duda que Matías no supo ver, y el gesto afirmativo que hizo con la cabeza le pareció lo suficientemente convincente. "Verás, la clave es la debilidad. Un error de diseño."


- Un error de diseño que tenemos todos los seres humanos. Una grieta en nuestra mente, en nuestra personalidad, que permite acceder a nuestra capacidad de decisión. Mediante los detalles se debilita a la persona, se hace más vulnerable, y después se usan ciertos estímulos, enfocados, que nos permiten tomar el control.


El agente Gómez tardó un poco en entender lo que le estaba diciendo. El Gobierno no le había informado de alcance real de las investigaciones de Hugo, y por supuesto no le había dicho nada sobre la participación de Matías. Ahora un abismo de incertidumbre se abría ante él. Recordó los rumores que hablaban sobre espías perfectos, sobre la obsesión del Presidente por asestar un golpe definitivo a la reducida oposión a su partido. Rápidamente sobrevoló las implicaciones, las consecuencias. Si todo aquello era verdad...


Debía probar que lo que Matías le había dicho era cierto. Que efectivamente se cumplía tal y como le había asegurado. El protocolo Olvido ya estaba en marcha y los agentes acababan de llevarse a un Matías en coma para dejarlo en su hogar. Aprovechando que se había quedado solo, cogió un abrigo y volvió a las instalaciones del proyecto XXY. Según Matías, Alevín I estaba preparado; sin querer habían convertido la cancioncilla del abecedario en su disparador. Hasta ahora no se habían dado cuenta porque la usaban (variándola ligeramente cada vez) como un elemento más de sus experimentos.


De camino al laboratorio Hugo se saltó todos los semáforos, superó todos los límites de velocidad, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo. El sudor corría por su frente en gordas gotas de obsesión y su mente estaba fija en la idea de demostrar lo que ahora sabía. Cuando llegó no quedaba nadie del personal y la seguridad automática estaba encendida. La desactivó y corrió hasta la habitación de Alevín I. Encendió los altavoces y la melodía comenzó a sonar. Ahora debía decidir qué acto le convencería de que el control no tenía excepciones.


El agente Gómez, perplejo, no estaba convencido con las explicaciones.


- ¿Y no había un registro de lo que fuisteis haciendo? ¿En ningún sitio quedaron grabados los resultados de los experimentos?


- Claro que sí, pero el protocolo Olvido lo borró todo. Lo planificamos a la perfección para que así fuera.


- ¿El protocolo Olvido?


En uno de los anexos aún quedaban algunos chimpancés con los que habían estado probando diferentes sustancias estimulantes que ayudasen a acelerar el proceso del dominio de la voluntad. Los habían ido sacrificando después de darse cuenta de que sus efectos eran muy limitados, pero un par de ellos todavía seguían vivos. Sacó a uno de la jaula y lo llevó hasta la habitación de Alevín I. De fondo, la canción del abecedario sonaba por segunda vez. Sin pensar, Matías ordenó al niño que matase al mono.


- Es el protocolo en el que se detallaba el proceso de borrado de la memoria. Y cuando se activaba sobre el jefe del proyecto, es decir, sobre mí, también incluía la destrucción de cualquier evidencia sobre las investigaciones que se habían llevado a cabo. Después de todo, si algo salía mal la célula no había existido nunca.


A partir de la casa de Hugo, de la noche en la que había descubierto la clave del proceso, Matías había reconstruido el resto de su vida desde su entrada al proyecto XXY. La obsesión que se apoderó de él, las noches sin dormir, la excitación que le dominaba. Lo recordó todo. Y comprendió que cuando Hugo contó sus descubrimientos al agente Gómez había trazado una línea perfectamente definida uniendo los eventos que debían ocurrir aquella noche.


El niño, desapareciendo todo atisbo de inocencia de su mirada y sus gestos, se abalanzó sobre el chimpancé, mordiéndole el cuello.


Matías levantó la escoba y la dirigió con fuerza hacia la cabeza del agente Gómez. Éste, demasiado fijo en Hugo, no pudo esquivarla. Se rompió al chocar y le tumbó. Su pistola cayó al suelo, y Matías ya estaba esperándola cuando llego allí. La cogió y apuntó a la cabeza del agente.


El chimpancé se debatía entre chillidos agudos, frenéticos, pero el niño parecía haber desarrollado una fuerza sobrenatural sin previo aviso. Mordió y desgarró repetidas veces la peluda piel del animal hasta alcanzar la carne. La sangre manaba a borbotones del cuerpo del animal, salpicando a un Hugo de ojos intensamente perturbados.


Los guardas apostados en la torre de vigilancia, que habían ido perdiendo el interés paulatinamente por lo que abajo ocurría al ver que el agente tenía la situación controlada, reaccionaron al ruido demasiado tarde. Alcanzaron a ver cómo Matías disparaba a Gómez en la cabeza y se giraba para apuntar a Hugo. Sacaron sus armas y dispararon también.


- Menos mal que te acordaste a tiempo, no sé que habría hecho si no.-dijo Hugo con una sonrisa en la cara, consciente de que aquellas eran sus últimas palabras.


Cuando el animal cayó al suelo, inerte, su cuello destrozado, Hugo comenzó a comprender lo que acababa de pasar. Y entendió a Matías. Lo que había hecho era inhumano, un control así sólo inspiraba los más abyectos actos de aprovechamiento y vileza. Tenía que activar el protocolo Olvido en toda su extensión. Todo debía desaparecer. Mirar a los siniestros ojos de Alevín I le convenció de ello.


Los disparos de los guardas se produjeron al mismo tiempo que el de Matías, por lo que cuando éste se desplomó, a su alrededor sólo quedaron dos cadáveres.


Sacó su móvil y accedió al servidor de emergencia. Inició la secuencia de destrucción del complejo y después el borrado de su memoria. Si sobrevivía no quería recordar nada. "Quédate aquí", dijo a Alevín I mientras cerraba la puerta.


Un hombre grande y gordo, desorientado, salió del recinto y miró a su alrededor, sin saber qué estaba ocurriendo. La música del abecedario sonaba aún cuando la explosión comenzó, empujando al hombre y lanzándolo contra el suelo.


Ahora sí, el protocolo Olvido se había completado.

jueves, 8 de diciembre de 2011

El Demonio y Sus Detalles (IX)

Las manos de Hugo dolían de tanto barrer. Había llegado un punto en el que barrer hojas, nieve o sus propias pisadas era imposible de distinguir. Cuando empezó a hacerse de noche ya había empezado a gruñir al son de las cerdas que arañaban el suelo mientras su oronda barriga se bamboleaba a un lado y al otro. Fue el sudor enfriándose en su frente lo que le indicó que ya no estaba moviendo los brazos con sentido alguno. Se quedó parado y miró a su alrededor como si acabase de materializarse en un lugar desconocido. Se encontraba en frente de una serie naves de un solo piso -cinco, para ser más exactos- con las primeras letras del alfabeto repartidas en cada uno de ellos.
La noche era ahora cerrada y la visión era espeluznante. Lo único que se distinguía con claridad eran esas letras rojas iluminadas por unas pequeñas e indicativas farolas. El resto era noche, silencio e invierno.
El sonido de la madera de la escoba al chocar contra el suelo fue atronador y pareció querer resonar eternamente, aunque Hugo no le hizo caso. Era uno de esos momentos de claridad en los que recordaba quién era. O quién creía ser.
Intrigado, se acercó al edificio que mostraba con timidez la letra A. Acarició el frío metal de la puerta y empezó a caminar de lado a los edificios rozándolos con los dedos. Acariciando algo nuevo y desconocido. Como un recuerdo olvidado que la mente se empeña en rescatar. Algo detuvo su avance. Justo cuando sentía la puerta metálica bajo la letra D creyó oír algo en el silencio de la noche. Quizá una voz. Alguien preguntaba algo, detectó el tono, pero no las palabras; por lo que decidió rodear la nave en busca de algún resquicio por el que hurgar. Pues ese era su deber como científico.  
Siempre hay una rendija, y esta vez no iba a ser diferente, la pared trasera del edificio consistía en gruesos cristales translúcidos que deformaban la visión de lo que quiera que hubiese dentro. En este caso eran dos figuras; dos personas hablaban a la luz de una tenue bombilla. Afortunadamente, uno de los pequeños cristales cuadrados que cubrían la pared se había fragmentado por una esquina, por lo que pudo oír la conversación.

VOZ 1: 
Señor Beloussov, tranquilícese. No estoy aquí para hacerle daño. (por el sonido de la voz, parece sonreír con fuerza, quizá nervioso) ¿Puedo llamarle Matías? Yo soy el agente Gómez. Trabajo para el gobierno. Le pido que se calme.

MATÍAS:
¿Que me calme? (casi gritando, con voz nerviosa) ¿Dónde está el paciente A? ¿Quién es usted? ¿Por qué me apunta con una pistola?

AGENTE GÓMEZ:
Matías... escuche: nadie va a salir herido de aquí si contesta una serie de preguntas. Estamos juntos en esto, créame. Usted ha venido aquí buscando al paciente A. Yo tengo las respuestas. Pero necesito que se calme y se siente. Entonces guardaré la pistola.

MATÍAS:
(silencio largo, se oyen jadeos de uno de los dos hombres, las figuras permanecen estáticas tras el cristal) Está bien. (una figura se mueve y se sienta despacio, la otra empieza a relajar un brazo) ¿Qué quiere de mí?  

AGENTE GÓMEZ:
Colaboración. Quiero que me diga todo lo que sepa y pueda recordar de un paciente.

MATÍAS:
¿Qué paciente?

AGENTE GOMEZ:
Hugo Zarzos Darin.

MATÍAS:
(silencio meditabundo) Es... un paciente de Rossetta. Un buen hombre. Se le reconoce por ir barriendo sin ton ni son... y por la visible gordura. Aún hace el esfuerzo de llamarme Director. Un buen hombre... si.

AGENTE GÓMEZ:
(con insistencia) ¿Nada más?

MATÍAS:
No entiendo por qué todo el mundo está tan obstinado con sacarme información de ese hombre.

AGENTE GÓMEZ:
Verá... hace algún tiempo, el señor Zarzos nos arrebató algo que pertenecía legítimamente a mis sup... al gobierno. Tan solo tratamos de recuperarlo. Y creemos que su pasada relación con este señor nos puede ser de gran ayuda.

MATÍAS:
¿Nuestra relación en el pasado? ¿De qué me habla? No conozco demasiado a Hugo, ni siquiera le traté cuando yo pertenecía al equipo profesional.

AGENTE GÓMEZ: 
No le hablo del internamiento del señor Zarzos... sino a cuando trabajaba con usted. 

MATÍAS: 
¿De qué habla? No entiendo nada.

AGENTE GÓMEZ:
Señor Beloussov... (el tono de voz cambia, de lo oficial a lo íntimo) debo informarle de que antes de pasar a residir en este complejo como paciente mental, su memoria fue modificada. Por su propia petición expresa, he de añadir. Mi trabajo consiste en recabar esa información. Es de vital importancia que recuerde, necesitamos los detalles que nos hagan conocer al señor Zarzos, ya que los procedimientos rudimentarios no funcionan...

MATÍAS:
(guarda silencio, aunque la figura que estaba sentada se levanta a base de ridículos estertores)

AGENTE GÓMEZ:
Matías, puede que en algún momento descubriese una marca extraña en alguna parte de su cuerpo. Es todo parte del proyecto. El paciente A que esperaba encontrar esta noche... no existe. 

MATÍAS:
(la figura que se acaba de levantar corre hacia la otra y la empuja contra la cristalera haciéndola chocar con un estruendo) ¿¡Que clase de broma es esta!? ¿Han estado vigilándome? ¿Por qué me están haciendo esto? ¡Yo era una persona normal! Ni siquiera quiero recuperar mi antiguo puesto.  ¡Que se lo quede el hijo de perra de Max! Sólo quiero salir de aquí, ¿entiende? ¿Con quién tengo que hablar? ¿Por qué no paran de relacionarme con ese gordo paranoico? 

AGENTE GÓMEZ:
(con esfuerzo, como si estuviese siendo agarrado por el cuello) Señor Beloussov... ¡Matías! Suélteme... ¡le juro que no es por usted! Usted es sólo la pieza clave del rompecabezas. ¡El que nos interesa es Hugo! Es... por... Alevín...

MATÍAS:
¿Cómo dice? ¡Repíta eso!

AGENTE GÓMEZ:
Ale... ¡Alevín! La célula Alevín. ¿Le dice algo ese nombre?

MATÍAS:
(parece irse liberando la tensión del forcejeo, empieza a balbucear, pero algo le detiene) ¿Qué ha sido eso?

Ambas figuras se dieron la vuelta hacia el cristal. Quietas. Escuchando. 
Hugo no se había dado cuenta, pero en el transcurso de la conversación sus uñas habían empezado a arañar la cristalera y sus dientes estaban rechinando con ira. Hasta el punto de hacerse sangre en los dedos, hasta el punto de hacerse oír. Ahora lo recordaba todo. Todo lo que había borrado de su mente hacía años había vuelto en un instante. Como un chasquido. Con esa palabra... "Alevín". Él lo sabía todo.
Y ahora dos figuras borrosas empezaban a alejarse para salir por la puerta y atraparle. Y tenía que impedirlo. 
Echó a correr en dirección opuesta, hacia una gran planicie de hierba nevada que se perdía en la oscuridad. Nunca había corrido tan rápido. Nunca había usado su resistencia física para proteger algo tan valioso: sus recuerdos. Aunque, al parecer, no corría tan rápido. "¡Es él! ¡Es Zarzos!" Oyó a su espalda. "¡Deténgase!". Pero siguió corriendo hasta poner a prueba su corazón. Hasta que el vaho que vomitaba hizo a sus ojos llorar. Hasta que empezó a ver la blanca luz al final de la oscuridad. Esa luz que le atraía como si fuese un insecto. Un moscardón fatigado añorando la eléctrica muerte de la lámpara mata-mosquitos. "ATENCIÓN, SE ESTÁ ACERCANDO DEMASIADO A LA VALLA, DÉ LA VUELTA" pero Hugo no podía escuchar mas allá de sus latidos redoblando "AVISO, SI SIGUE AVANZANDO SERÁ INMOVILIZADO, DETÉNGASE" pero Hugo sólo sentía el frío abrazo de la nieve en sus pies y pensaba que debía seguir moviéndolos. 

Entonces algo golpeó el aire como un latigazo. Entonces algo mordió su pierna. Algo pintó de rojo el blanco. Su cuerpo cayó como una montaña derrumbada y llenó su boca de hielo hasta la garganta. 
Entonces no pudo hacer más que escuchar los pasos crujientes en la nieve que se acercaban con urgencia hacia él. 



jueves, 24 de noviembre de 2011

El Demonio y sus Detalles (VIII)


-Tú no eres el paciente A.


El almacén del pabellón D estaba completamente a oscuras. Reinaba la calma en un vasto imperio de bultos y cajas amontonadas con desorden, creando una extraña topografía de caprichosos promontorios y pasillos estrechos sólo explorados por los gatos callejeros que vivían allí. Ése era su hogar, y aquellas dos figuras humanas eran consideradas por la manada como intrusos.

Espantarían a las ratas.

Tras leer aquella misteriosa nota, Matías no dudó ni un instante en esperar a que cayera la noche para acercarse al lugar citado en aquel pedazo de papel. El ansia se había apoderado de él, al igual que un pulpo extiende sus tentáculos y rodea a su presa antes de devorarla viva.
¿Realmente existía ese tal paciente A? Ya no sabía si todo aquello era tan sólo un parche que su cerebro había puesto sin permiso para justificar su demencia, o realmente había una vida detrás de la letra A. Un corazón que impulsaría la sangre oxigenada en el pulmón a todas y cada una de las células que conformarían un cuerpo. Pupum, Pupum.

No. Igual todo era alguna bromita de Max. Lo cierto es que el nuevo director del centro Alfa era un tipo con exceso de soberbia, él lo sabía bien, y lo peor de todo,  tenía total impunidad para actuar dentro de aquel maldito manicomio como le diera la gana.  Después de todo, la última persona a la que había visto antes de que la cita llegara a él había sido Max, pero ¿por qué iba Max a jugar a las adivinanzas con él?  ¿Por qué romper varias de las hojas de su diario? Maldita sea, la cabeza empezaba a darle vueltas.

El tiempo se había hecho denso y circulaba lento a través del espacio estrecho de su habitación. Desde que se vio relegado a ser un “paciente” más, la idea de recuperar sus recuerdos le había martirizado por completo. Daba igual que le hubieran sacado del centro Alfa. Seguía encerrado en la residencia mental Rosetta, ya no era su casa ni su lugar de trabajo, era una prisión. Sentía que toda su vida se había ido a pique. Estaba hundido en aquel manicomio como un pecio que descansa en el fondo del mar, y el paciente A, podría ser el culpable de que el barco naufragara. Sin embargo, ahora que tenía al alcance de la mano descubrir la verdad, sentía pánico. Era ese pánico que acompaña al conocimiento de los rincones más profundos de nuestro ser. Por un lado sería liberador corroborar que efectivamente, alguien le robó algunos de los recuerdos sobre un paciente concreto. Pero, ¿y si aquello nunca hubiera sucedido? Si realmente su mente había traicionado su conciencia solo podía significar una cosa. Y no quería pensar en ello. No hasta que llegara el momento de encontrarse en el almacén.

Sus pensamientos trazaban círculos como buitres que planean alrededor de un cadáver. Una y otra vez su mente volvía a enfrentar el mismo miedo, era incapaz de evadirse, en su cabeza estaba proyectado el mapa de una obsesión.


-Tú no eres el paciente A. ¿Qué quieres de mi?



¡Riiiiiiiing! ¡Riiiiiiiing!

El estridente sonido que despedía el teléfono, rebotó en las paredes de la habitación que habían arreglado para acoger al agente Gómez mientras durase su investigación. Éste, sobresaltado, saltó de la cama de inmediato y se abalanzó sobre el aparato, cogiendo con torpeza el auricular.

-Gómez al habla.
-Soy Max. ¿Se alegra de oír mi voz? Estoy seguro de que sí. Todo ha ido según lo previsto, agente. El plan está en marcha.
-Perfecto. ¿Arrancó algunas de las hojas de su diario?
-Tal y como me comentó. Aunque sigo pensando que era totalmente innecesario.
-Era necesario. Ahora Matías estará aun más nervioso, en los pequeños detalles se encuentra la clave del comportamiento de las personas. Gracias de todos modos. ¿Qué ocurre con la información acerca del paciente A?
-El fichero está abajo, en la recepción. Pregunte a la secretaria por él. Intente ser amable, debe saber que la señorita Folder es un poco antipática con la gente, bueno, en realidad con todo el mundo menos conmigo, claro.
-Ya. En fin, lo dicho, muchas gracias Max. Le mantendré informado. Adiós.
-Adiós.

Aunque pensaba usar a Matías para manejar la mente de Hugo, Gómez se preguntaba qué relación podría existir entre ambos. Aparentemente, presentaban dos perfiles completamente distintos, muy alejados el uno del otro. No obstante, incluso los elementos en apariencia más inconexos pueden tener un origen común, y su trabajo justo en ese momento era tratar de reconstruir el puzzle. Para eso le pagaban.

Súbitamente,  se vio sentado en su viejo pupitre, escuchando a su profesora de geología hablar sobre aquel meteorólogo alemán, un tal Wegener. Por lo visto, buscando la explicación de la formación de los orógenos, había observado que los continentes, tal y como los conocemos en la actualidad, encajaban a la perfección si se unían por sus bordes, desarrollando una teoría que se conoce como Deriva Continental. Fantástico. Resultaba que hace millones de años, en el Carbonífero, todos los continentes habían estado unidos formando Pangea.  Aunque Wegener nunca fue capaz de explicar cómo había ocurrido con exactitud, lo cierto es que adivinó un origen común para algo tan aparentemente inamovible como semejantes masas titánicas de rocas. Pues bien, ahora Gómez se encargaría de encontrar de qué manera encajaban Matías y Hugo, crearía su propia teoría, y al fin descubriría algo más sobre el Proyecto Rosetta.


Había una pieza más que podría ser determinante a la hora de terminar el puzzle: el paciente A. Si era verdad que existía un fichero oculto sobre dicho individuo, era indispensable que investigara todo lo posible sobre él. Se calzó sus zapatos negros, se puso su impoluta americana gris, y bajó decidido a recoger la información que Max había dejado para él en la recepción. Por el camino, el agente Gómez recordó su último encuentro con  la recepcionista. Lo cierto es que Max tenía razón, no era precisamente la mujer más simpática del mundo, aunque analizando la situación pasada, tampoco Gómez supo tener mucho tacto con ella. Se lamentó de haber sido tan brusco con ella, lo cierto es que cuando la prisa apremiaba, no era capaz de pensar con claridad, y mucho menos de hacer esfuerzos de empatía.

-Hola señorita.
-Buenas, señor Gómez.
-¿Qué tal todo? Parece que hoy está realmente ocupada.
-Pues sí. Aquí siempre hay mucho que hacer, y por lo que parece soy yo la se acaba comiendo los marrones.
-¿A qué se refiere?
-Ya sabe, aquí todo el mundo gusta de trabajar de cara a las personas, pero yo además de atender llamadas y visitas, tengo que lidiar con todos estos papeles. Pura burocracia. Apasionante. Así que si no le importa, me gustaría no perder más tiempo hablando con usted. Tome, aquí está la carpeta que está buscando. Parece confidencial, y el señor director del centro Alfa insistió mucho en que debía entregársela en mano.
-Vaya. Yo…Gracias.
-De nada. Adiós.
-Hasta luego.

Gómez subió rápidamente las escaleras hasta su estrecha habitación. El día seguía avanzando a toda velocidad y debía darse prisa en leer todo lo que había en la carpeta acerca de ese tal paciente A.


-Tú no eres el paciente A.  ¿Qué quieres de mí?  ¿Vas a matarme?


De haber sabido lo que contenía esa carpeta, Gómez jamás la habría abierto. Con esa pequeña acción, había encendido la mecha, y debía de seguir la chispa con rapidez antes de que se aproximara a la dinamita y se produjera la explosión. Ahora no podía volver atrás, al fin había logrado juntar los continentes, pero Pangea resultó ser un lugar poco acogedor.


Número de archivo: WDC447XQ                            Calificado como Top Secret.

Resumen ejecutivo del informe final:

Tras haber sido marcado en la nuca, y una vez se hubo incorporado al proyecto XXY, el director de Alfa, Matías Beloussov, se encargó de una rama de dicho proyecto, conocida como célula Alevín. Debido a la carga emocional que acarrea trabajar con pacientes menores de edad, el Sr. Beloussov comenzó a desarrollar un comportamiento agresivo y perjudicial para el correcto funcionamiento de dicho proyecto.

Después de  varias entrevistas aseguró que no tenía fuerzas para continuar. Citando palabras textuales; “Las muertes de aquellos muchachos me están quitando las ganas de vivir. Ya no encuentro la razón por la que comencé con este experimento. Quiero salir”. 

Finalmente, el director del proyecto XXY; Hugo Zarzos Darín, decidió dejarle fuera debido a su incapacidad para continuar asumiendo las responsabilidades como coordinador de la célula Alevín. Dado el carácter secreto del experimento, se procedió a borrar de la mente del Sr. Beloussov todo recuerdo acerca de la célula Alevín y permitir así que  pueda continuar con su otra labor de Director del centro Alfa en la residencia mental Rosetta.


D/M/A                               Fdo: Hugo Zarzos Darín. Director jefe del proyecto XXY












miércoles, 9 de noviembre de 2011

El Demonio y sus Detalles (VII)

En la cabeza del agente Gómez aún resonaba la idea que había tenido tras la última entrevista con Hugo: usar el delirio del Proyecto Rossetta en su favor. Pero no era una de estas revelaciones que se muestran como un conjunto cohesionado, en las que todas las piezas están ya encajadas y sólo queda enmarcar el puzzle; esta vez había partido de un puzzle sin referencias y gracias a esta idea al menos tenía la imagen que debía conseguir. Aún estaba intentando localizar las esquinas. Con su diminuto escritorio en su diminuta habitación prestada de la enorme mansión de la colina lleno de papeles, apenas era capaz de pensar. Demasiada presión. Querían resultados ya. Querían información. Pero él sólo llevaba allí una semana, ¿de verdad esperaban que un paciente que llevaba más de un año en el centro Beta recuperase su cordura por arte de magia con su mera presencia?

Gómez era un especialista en sujetos con problemas psicológicos. A pesar de carecer de estudios, por sus contactos logró entrar como asesor a un hospital de mala muerte, donde su buena mano con los pacientes "difíciles" le granjeó rápidamente muy buena reputación entre los doctores. Estos supieron ver la habilidad innata que poseía para comprender cómo funcionaba la mente de las personas y gracias a su insistencia y recomendaciones pudo asistir a la Universidad Hermana, donde consiguió una modesta beca que junto con el sueldo de su trabajo en el hospital le permitió costearse la carrera de psicología. Aquellos años siempre los recordaba con nostalgia; nunca en su vida supo ni volvería a saber con tanta claridad qué quería hacer y hacia dónde se dirigía. No era un estudiante brillante, pero durante su periodo de prácticas pudo demostrar su gran capacidad para tratar con pacientes. Esperaba que su buen trabajo le consiguiese un puesto en aquel psiquiátrico, pero el Gobierno tenía planes distintos para él. Volvía a estar a la deriva.

No le apetecía recordar los años que siguieron hasta llegar a la Residencia Mental Rossetta hacía escasos días, así que se concentró una vez más en la universidad. Los compañeros, el estudio, las banales preocupaciones. Se dio a sí mismo unos minutos de tregua mientras navegaba en calma, oyendo las olas de los árboles, la brisa de las tardes de otoño. Cuando regresó a la habitación seguía sin tener nada claro, pero aún así ya no sentía la presión. Ya podía pensar. Desde su ingreso en Rossetta, Hugo había sido destinado directamente a la zona de apartamentos cerca de los límites del enorme complejo, conocida oficialmente como Centro Psiquiátrico Beta. Por la información que desde arriba le habían proporcionado, dentro de aquel lugar había cuatro zonas o centros principales: Alfa, Beta, Gamma y Delta; en cada una destinaban a los pacientes en función de su importancia. El día que llegó no pudo comprender lo que veía cuando sus ojos le comunicaron que estaba ante un pueblo amurallado, en cuya puerta principal podía observarse una placa con las palabras "Residencia Mental Rossetta". "¿Aquéllo? ¿Un pueblo? ¿Lleno de médicos, enfermeras, celadores, cuidadores y, sobre todo, enfermos mentales?" Una vez que estabas dentro el efecto de enormidad disminuía, probablemente debido a que mirases a donde mirases podías ver el muro que te recordaba que aquello no era un sitio cualquiera. La primera zona por la que pasó fue la zona de apartamentos, situada justo a la entrada. Tras ella, en el centro del complejo, había una gran plaza de la que surgía un poste con altavoces. A un lado de la plaza se encontraba el edificio blanco, que era el centro Alfa, el de mayor seguridad, y recordaba a una prisión; al otro, Villa Aurora, el centro Gamma, rodeado por un parque y con varios edificios parecidos a albergues rurales; y al frente una especie de zona residencial de casas bajas y pequeñas, el centro Delta, donde los pacientes normalizados de larga residencia terminaban su vida. A él le llevaron por el camino de subida a Villa Aurora, situada en lo alto de una colina, y a través del parque hasta una mansión que se alzaba imponente por encima de los árboles. Desde allí podía observarse todo el complejo, y le resultó curioso cómo en el extremo contrario había una mansión gemela, como si un cristal reflejase aquella en la que se encontraba y existiese allí otro agente Gómez sobrecogido por lo que veía. En cuanto se hubo instalado y hubo pasado las tediosas formalidades que le requirieron salió a uno de los balcones comunes y, mientras fumaba un cigarro, contempló el monstruo que entre los muros se desplegaba.

Sentía escalofríos cada vez que pensaba en esa primera tarde en la residencia. El caos que se aspiraba en cada rincón, lo irreal de aquel lugar, todo parecía pensado para aumentar la locura de los pacientes que allí vivían; de hecho había varios casos de directores de alguno de los centros psiquiátricos de Rossetta que habían terminado perdiendo también el juicio. El último de ellos había sido un tal Matías... no lograba recordar su apellido. Se lo comentaron cuando preguntó que qué hacía un paciente merodeando por la mansión del personal. Por lo visto un día se despertó sin recordar nada sobre uno de sus pacientes y desde entonces estaba convencido de que alguien le había robado los recuerdos. Era una persona normal, un buen administrativo, que hacía la mayor parte de su vida fuera del complejo y sólo volvía para trabajar y dormir. Al principio le internaron en el edificio blanco, ya que consideraron que mantenerle en el mismo centro en el que fue director sería positivo, pero finalmente el Gobierno decidió que no era tan importante como para seguir ocupando sitio en el centro Alfa, por lo que le trasladaron a Villa Aurora, que era donde la mayoría de los internos se encontraban. Gómez, a pesar de ser tan bueno con la mente de los demás, era incapaz de comprender los mecanismos que movían la suya, y uno de sus mayores miedos era acabar loco. Miró por la ventana que tenía encima del escritorio y pensó en Matías, en la locura imprevista, en cómo se encontraba en esos momentos sentado en el banco, hablando con Hugo, jugando con las hojas de... ¿Matías y Hugo? Cogió unos prismáticos que guardaba en el cajón del escritorio y volvió a mirar para cerciorarse de que eran ellos. Su cerebro estaba intentando comunicarse con él, pero al agente Gómez le costaba entender la idea que se estaba gestando. Matías estaba de espaldas a él, pero podía ver la cara de Hugo perfectamente. Dando gracias al entrenamiento que recibió de parte del Gobierno, se concentró en leer sus carnosos labios. Pasaron unos segundos en los que el agente creyó que su cercanía no implicaba conversación alguna, pero entonces la boca de Hugo comenzó a moverse, y gracias a su pausada cadencia al hablar pudo entender perfectamente: "Creo que serías una valiosa incorporación al Proyecto Rossetta". Ya lo tenía. Matías acababa de convertirse en la clave para controlar a Hugo.


Salió apresuradamente de la habitación y bajó las escaleras hasta la recepción. Necesitaba hablar con el director del edificio blanco.


- ¡Disculpe, señorita!.- gritó el agente Gómez, exaltado, a la recepcionista.
- ¿En qué puedo ayudarle?.- le respondió ésta de una forma demasiado pausada para él.
- Necesito hablar con el director del centro Alfa.
- ¿Cuál es el motivo de su llamada?.- comenzaba a desesperarse.
- Por favor, es urgente. Es una consulta sobre uno de sus pacientes. Soy el agente Gómez.-sacó su placa para intentar hacer entender a la señora lo importante de la llamada. No podía perder el tiempo. No ahora.- Necesito hablar ya.


La recepcionista sopesó sus gafas de gruesa montura y cuando determinó que el peso era el esperado se las volvió a colocar. Miró cada centrímetro de la placa, y cuando decidió que ya había hecho esperar lo suficiente a aquel hombre tan maleducado le dijo que fuese a la cabina número nueve. El agente Gómez, inmerso en el plan que su cabeza iba urdiendo, no se dio cuenta de que la recepcionista estaba intentando castigarle. Fue hasta la cabina nueve sin despedirse y descolgó el teléfono.


- ¿Es usted el director del centro Alfa? Soy el agente Gómez.-de tanto usar su apellido y su rango estaba empezando a sonarse extraño.
- Sí, lo soy, dígame.-respondió Max.
- Necesito que me diga el nombre del paciente que Matías, el ex director de su centro, es incapaz de recordar.
- ¿Por qué quiere esa información?
- Creo que Matías puede serme útil para ayudar a otro paciente.
- Mire, el caso de Matías me interesa especialmente; hace tiempo, antes de que se volviese loco, fuimos amigos. Yo fui el que decidió que debía ser ingresado y apartado del puesto de director. Así que si pretende usarle de algún modo, me gustaría saber qué piensa hacer.


Gómez valoró la nueva información. El hecho de que Max fuese amigo de Matías podía ayudarle, así que lo mejor era tener su apoyo. Decidió que merecía la pena quedar con él y ver hasta qué punto estaba dispuesto a prestar ayuda. Por supuesto, tendría que presentarle el plan como algo positivo también para Matías, lo cual no debería ser muy complicado. Max pareció satisfecho cuando el agente le comunicó que le esperaba en la cafetería de la mansión en quince minutos.


La primera impresión que tuvo de Max cuando le vio entrar cinco minutos tarde en la cafetería era de ligera prepotencia. Probablemente tuviese un gran ego, lo que explicaría en cierta medida la rapidez con la que tomó la decisión de ingresar a su amigo en el centro Alfa y hacerse con el control de ese lugar. De ser así, el mero hecho de disponer de la información sobre lo que Gómez pretendía hacer con Matías sería suficiente para convencerle de que debía ayudarle. Una taza de café después, el agente confirmó que efectivamente ése era el caso.


- Así que de momento lo único que necesito es llamar la atención de Matías para tenerle, en cierto modo, controlado.-dijo Gómez mientras se encendía un cigarro.
- ¿Le importa?.-preguntó molesto Max, señalando el humo con la cabeza. Gómez, contrariado, apagó el cigarro con cuidado y lo volvió a guardar en el paquete.- Gracias. Y pretende usar al paciente con el que tan obsesionado está para ello, ¿verdad? Es una buena idea.
- Verá, sé que es un hombre ocupado; el centro Alfa no es precisamente el más sencillo de administrar, pero realmente podría venirme bien su ayuda.-podía ver cómo el ego de Max se inflaba cual pez globo.
- Entiendo. Supongo que si realmente me necesita, podría ayudarle. Al fin y al cabo esto es casi como un juego. Un poco de diversión nunca viene mal.


Cuando el agente Gómez volvió a su habitación, seguro de que por fin había montado el puzzle, arrancó un trozo de hoja de un cuaderno, cogió un bolígrafo y escribió: "Si quieres saber la verdad sobre el "Proyecto Rosetta", ven a media noche al almacén del pabellón D. Firmado: Paciente A." Llevarle a los almacenes era la mejor manera de hacer creíble la historia. Estaban cerca de los apartamentos, y por lo tanto cerca de la entrada, y por allí sólo pasaban los mozos, los cuales cambiaban cada poco tiempo y no vivían dentro del complejo. En cuanto a la muerte del paciente, si Matías era capaz de creer que le habían robado los recuerdos, también sería capaz de creer que dicha muerte no existió y formaba parte de alguna conspiración. Ya sólo faltaba darle la nota a Max y que él se la dejase en su habitación con la excusa de retomar el contacto con su antiguo amigo. Qué puzzle más bello.

lunes, 24 de octubre de 2011

El Demonio y sus Detalles (VI)

No puedo evitarlo. Los nervios me están matando. Las técnicas de relajación que nos dieron en la sesión en grupo son basura. Espero que no fuese yo el que las inventase y no pueda recordarlo. Siento que alguien me observa, quieren volverme loco. Saben que hay algo en mi mente que ni yo conozco. Pero quieren sacármelo a la fuerza. Hoy he descubierto algo en mi cuerpo, algo que no es mío. Al tocarlo ha vuelto ese olor. Ese olor...
Mi cabeza va a estallar si sigo intentando recordar.
Para colmo, hoy me he encontrado con Hugo Zarzos, el paciente gordo. Me ha contado algo sobre un proyecto. ¿"Rosetta"? Ese es el nombre de la institución, pero no puedo evitar pensar que hay algo de cierto en lo que dice. ¿Controlar a la gente? Debo ahondar más en el tema, buscar los retazos de cordura que le queden. 
Sé que este no es mi lugar. No debo sentirme cómodo en este sitio. Tengo que aferrarme a ese pensamiento, a esa incomodidad. Eso será mi salvavidas en este océano de sinsentidos. En esta cacería de polvo.
Un día fui grande... ahora sólo quiero ser libre. Cueste lo que...


"PUM PUM PUM" Un aporreo en la puerta hizo que Matías escondiese violentamente su diario (un endeble cuaderno de tapa blanda) y se levantase agitado aunque intentando aparentar normalidad. Igual que un niño que acaba de romper una ventana. 
-¿Quién es? -preguntó con voz grave. 
Al no haber respuesta acudió a abrir la puerta despacio. Lo primero que vio fue un traje gris formal que se ceñía a un hombre de alta estatura. Después reconoció ese gesto huraño de pobladas cejas que un día le pareció entrañable. 
-Max... -murmuró abriendo la puerta del todo con gesto estupefacto- ¿qué... haces aquí?
-¡Matías! -el hombre de alta talla alargó su mano esgrimiendo su mejor sonrisa- ¿cómo estás? ¿puedo pasar? 
-Verás, -habiendo recobrado la compostura, Matías ahora sonaba lacónico- no nos dejan recibir visitas después de las nueve... aunque supongo que eso no será un impedimento para el recientemente nombrado director.
-Lo siento, quería venir a visitarte antes, amigo. Pero ya sabes como van estas cosas.
-¿Amigo? -rugió Matías asiendo el pomo de la puerta con fuerza hasta hacerse daño- Me vendiste Max. Sabes que yo no debería estar aquí. Me tendieron una trampa y no lo quisiste ver. ¿Cómo puedes llamarme amigo?
-Matías, por favor, tranquilízate. Sabes perfectamente que te ocurre algo. Yo sólo me encargué de que te acogieran aquí para así poder evaluar, diagnosticar y tratar tu caso debidamente. ¿Qué mejor lugar que este, eh? -dijo dándole unas palmaditas en la espalda a Matías y entrando en la pequeña y lúgubre habitación- Vamos... sabes que me encargaré de supervisarlo todo personalmente.
Matías no dijo nada. Seguía asiendo el pomo de su puerta mientras su viejo amigo y suplantador de puesto recorría la habitación con la mirada con un gesto de suficiencia. 
-Te han dado una buena habitación -dijo Max oteando por el ventanuco- puedes ver todo el parque de Aurora. Venga, pero qué haces ahí parado... mira, te he traído tu té favorito: verde con vainilla ¿cierto? ¿Por qué no preparas un par de tazas y hablamos de los viejos tiempos? -preguntó sentándose en una de las dos sillas de madera que presidían una minúscula mesa redonda. 

Veinte minutos después, la tensión reinante había desaparecido. Matías y su ex-compañero conversaban de temas insustanciales. El antiguo director flotaba en una nube de satisfacción perturbadora. Se había reencontrado con su colega y había bebido su té favorito, nada más en el mundo le importaba.
-Y dime -dijo Max haciendo un punto y aparte- ¿hay algún paciente con el que hayas podido entablar amistad últimamente?
-Lo cierto es que estoy bastante solo -dijo Matías con la mirada perdida- me limito a pasear por el parque día tras día.
-Lo preguntaba porque se te ha visto hablando con un paciente llamado Hugo Zarzos. ¿Te dice algo su nombre?
-Hemos hablado esta mañana. Él barría como parte de su estudio. Ha sido agradable. 
-¿Habéis hablado de algo en particular?
-Ha dicho que estaba trabajando en el proyecto Rosetta. Ha dicho que deberíamos estudiarlo juntos. Yo sólo pensaba en decirle que cambiase de dieta... 
-Matías, ¿qué quieres decir con proyecto Rosetta? ¿A qué se refería el señor Zarzos?
-Lo de la dieta lo digo porque está tremendamente gordo ¿sabes? sería indecoroso decírselo, pero lo he pensado mientras me tapaba el sol y yo empezaba a tener frío y... -no se pudo entender el resto del razonamiento de Matías. Un estruendoso ataque de risa le hizo cerrar los ojos, golpear la mesa y patear el suelo. La voz de Max se confundió con las carcajadas y con el absurdo. Todo se volvió borroso, oscuro. Todo desapareció.

Al día siguiente, Matías se despertó en su cama al sonar la alarma que, metódicamente, programaba cada noche. Tenía el pijama puesto y en la habitación reinaba la calma del amanecer. Mesó su cabello intentando recordar. Tenía un sabor agradable almacenado en su mente y creía haber hablado con alguien, pero no podía viajar más allá en su memoria desde la tarde anterior, mientras escribía...
Se levantó directo al pequeño escritorio del rincón y abrió uno de los cajones. Cogió su diario y lo hojeó con ansiedad, quizá obtuviera alguna respuesta. Sin embargo, alguien había arrancado todas las páginas que llevaba escritas hasta ahora. Petrificado, dejó caer el cuaderno al suelo, permitiendo que un pequeño papel se escurriese de su interior hasta tocarle un pie. Era una nota. 
"Si quieres saber la verdad sobre el "Proyecto Rosetta", ven a media noche al almacén del pabellón D." Firmado: "Paciente A."



lunes, 17 de octubre de 2011

El Demonio y sus detalles (V)

Por lo poco que le habían contado, Matías era consciente de que en los últimos días, Hugo había sido entrevistado por unos hombres ajenos al centro psíquico. Aunque no sabía ni la procedencia ni la intención de dichos individuos, infería que la inofensiva esquizofrenia del bueno de Hugo supondría una barrera a la hora de establecer una comunicación fructífera .

Antes del incidente que le privó de sus derechos como director de su centro, Matías recordaba que solía ser bastante común el ir y venir de numerosos funcionarios del Gobierno en aquel psiaquiátrico que con tanto orgullo él dominaba. Como el supuesto amo y señor de un territorio ajeno a la influencia de un rey lejano, ejercía un dominio total sobre cada uno de los súbditos y peones que trabajaban para él. Era normal, pues, que fuera el primero en saber absolutamente todo lo que acontecía dentro de su feudo. Sin embargo, el poder de aquel rey lejano se hacía notar de vez en cuando, y la jerarquía establecida exigía que allanara el camino y lo limpiara de obstáculos facilitando así el trabajo de los funcionarios del Gobierno. Nada de problemas, nada de preguntas. Nada de peros. El poder del Gobierno estaba por encima del suyo, y él conocía bien las reglas del juego. De esta manera, no le quedaba otra que agachar la cabeza y actuar en consecuencia.

Además, el papeleo que ello acarreaba nunca le agradó lo más mínimo, y por si fuera poco, los documentos que debía firmar, así como las autorizaciones de última hora, nunca arrojaban ni una sola pista sobre la misión de aquellos inspectores, detectives, y toda aquella retahíla de gente. Invasores de su tierra y de su propiedad privada, debían pagar un tributo, un pago invisible del cual ni ellos mismos eran conscientes. Y es que en sitios tan herméticos como en un centro psíquico, hasta las paredes hablan. Sólo había que dejar hacer su trabajo a los funcionarios, tenerles contentos durante su estancia allí, y después, cuando ya se hubieran marchado, preguntar en los lugares adecuados. Buscar las frases perdidas por los rincones, preguntar a la persona que jamás escuchó ni vió nada. Pan comido.

Era bien sabido por todos; director, psiquiatras, psicólogos, enfermeras, cocineros y hasta el personal de limpieza, que muchos de los pacientes que allí recibían su tratamiento contenían información privilegiada en sus insanas mentes. Se podría decir que hasta los propios pacientes lo sabían. Por lo tanto, tampoco era díficil deducir que aquel pulular de agentes del gobierno, estaba justificado en la persecución de dicha información retenida y codificada en la cabeza de los dementes ingresados en el centro. Y nadie conocía mejor a sus pacientes que el director. Era fácil, en aquella época dorada, que Matías pudiera saber el objeto de dichas investigaciones, y aunque nunca llegara a conocer perfectamente qué datos habían conseguido extraer de sus pacientes, sí podía hacerse una idea de por dónde iban los tiros.

Pero ahora todo había cambiado, estaba en Aurora, y los pacientes que allí estaban  portaban información tanto o más valiosa.  A pesar de recibir un trato condescendiente del personal del centro psiquiátrico, no tenia ninguna potestad sobre aquel magnífico paraíso de locura y demencia. Esta vez, si quería enterarse bien de qué era lo que estaba ocurriendo, tendría que empezar desde abajo, no le quedaba otro remedio que remangarse los pantalones y meterse de lleno en el fango.
-Proyecto Rossetta ¿eh?- Dijo Matías mientras empujaba con el dedo índice la hoja muerta en dirección al montón que con precisión había acumulado Hugo durante toda la mañana.
 -Así es. Pero no puedes decir nada. Es un secreto. Ellos no deben saberlo.
-¿Ellos?
-Sí. Nunca le gustaron, ¿verdad? A mí tampoco, y usted sabe que un loco no es lo mismo que un tonto. Ellos piensan que sí. Por eso no pueden acceder al Proyecto Rossetta. En fin, qué me dice, señor Director, ¿quiere participar?-Hugo abrió la boca y le mostró un apenas perceptible tatuaje que tenía en la cara interna del labio inferior.

La hoja bailó una danza invisible con un pequeño remolino antes de caer de nuevo sobre sus rodillas. Matías dudó un instante, en realidad no tenía ni idea de qué demonios podría ser el Proyecto Rossetta, ni del significado de ese tatuaje, pero por un lado seguía picado con la enorme curiosidad de saber qué ocurría en este nuevo macrocomplejo tan distinto del centro psiquiátrico que antaño gobernó (se cuestionaba si al ser mucho más grande Aurora sería capaz su director de controlar todo lo que allí ocurría) y por otro, su olfato de perro viejo le decía que de alguna manera, aunque parecieran sucesos aislados, todo aquel asunto podría tener algo que ver con el paciente A...

-Sí.
-Bien sr. Director, está dentro. De todas formas, aunque no lo supiera, ya lo estaba antes de darme su consentimiento.Ahora si es tan amable, me gustaría seguir con mi experimento.

Matías se levantó del banco y comenzó a alejarse hacía el pabellón C mientras Hugo continuaba barriendo con esmero el patio. Ya era la hora en la que se repartía el almuerzo y sabía que la conversación había terminado y que sería imposible tratar de averiguar nada más por el momento. No obstante, no podía enteder a qué se refería con aquello de que estaba dentro del Proyecto Rossetta de antemano, si no sabía siquiera de su existencia.

Antes de recoger su almuerzo decidió subir al cuartucho que le habían asignado para dormir y asearse con el objetivo de lavarse las manos. No era una habitación lujosa y acogedora como cualquiera de las salas que existían en la vieja mansión que había en su centro psiquiátrico, y que antaño fue su hogar. Claro que por otro lado, estaba mejor que una de aquellas horribles salas acolchadas para pacientes con agresividad. Lavarse las manos antes de comer era más que un hábito sano, una obsesión. Siempre sentía que miles de bacterias, virus y hongos campaban a sus anchas por la superficie más externa de su epidermis, esperando con paciencia a adherirse a cualquier alimento para entrar por su boca y viajar por su tubo digestivo hasta encontrar el lugar propicio donde causarle una grave infección. 

Cuandó acabó de aclarse el jabón de las manos, cerró el grifo y levantó la mirada hacia el espejo. Conocía esos ojos negros a la perfección, una mirada inteligente que subrayaba una frente amplia con varios surcos arados por el paso de los años. La nariz, a diferencia de la boca, era sobresaliente en tamaño y forma, daba la impresión de atraer toda la atención de aquellas personas que veían su cara por primera vez, pero esa mirada profunda...Había algo raro en ella para cualquier persona ajena que se aventurara a descifrar su contenido. 

Mientras pasaba lista a sus rasgos faciales, y sin razón aparente, Matías se llevó la mano a la nuca. Las yemas de sus dedos percibieron un relieve extraño. De repente, un olor acre cruzó su conciencia como si un pequeño rayo hubiera entrado por su oreja izquierda y hubiera salido por la derecha, y perdió el equilibrio durante unos segundos. Cuando recobró el aliento, volvió a palpar con cuidado el revés de su cuello. 

En efecto, se trataba de una pequeña marca, y aunque él no podía verlo, parecía un tatuaje.


martes, 4 de octubre de 2011

El demonio y sus detalles (IV)

Era gordo. Inmensamente gordo. Siempre le veía barriendo en la calle con rabia, buscando problemas con las hojas secas y la suciedad. Vivía en una de las zonas más cercanas a los límites del complejo. "Villa Aurora", magnífico lugar para superar una agradable demencia. El gordo era uno de los que no tenía constancia de estar en un manicomio; especial y grande, pero no dejaba de ser lo que era. Para él tan sólo estaba en un pueblo apartado ejerciendo de barrendero como parte de algún tipo de proyecto secreto. O algo así. A Matías tampoco le importaba demasiado, pero le resultaba curioso cómo Hugo parecía tener varias capas de locura: cuando era el barrendero dejaba aparcado al ex agente del gobierno y era una persona cualquiera en su trabajo soñado, pero cuando hablaba con los médicos volvía a introducir esa parte de su personalidad y la encajaba con el proyecto que en las sesiones le obsesionaba. Matías sabía todo esto porque tenía una buena relación con el personal de aquel sitio. Muchas veces se pasaba por la mansión que había en lo alto de la colina, donde se encontraban las habitaciones de los médicos, enfermeros, mozos y demás, y estaba un rato charlando con alguno de ellos. Sentían cierta empatía hacia él porque también fue médico, así que eran algo más permisivos con él que con el resto de los internos.

Matías recordaba bien la época en la que era él el que internaba a los demás. Todo un director de psiquiátrico, decidiendo quién estaba sano y quién no, y cómo debían ser tratados. Era un poco como ser Dios. De hecho, si no fuese por esa sensación probablemente hubiera odiado el puesto, ya que estaba muy alejado de lo que solían pintar en las películas. Suena manido, pero era un trabajo principalmente administrativo. La mayor parte del tiempo se hubiese sentido igual administrando una granja. Sin embargo la sensación de poder compensaba todo lo demás. No destacaba por ser especialmente cruel en sus métodos, o por implantar novedosas técnicas psiquiátricas, pero la cantidad de personas que mejoraban estaba por encima de la media. Quizá una mera cuestión de suerte, pero eso le aseguraba continuar en el puesto. No era una persona cuya personalidad resaltase. Se integraba bien, sin sobresalir, y no tenía ninguna deficiencia social: había tenido varias relaciones estables con mujeres, con las que había tenido problemas más o menos serios pero dentro de lo común, había mantenido siempre un número considerable de amigos, mantenía a su familia cerca, tenía un perro al que trataba como si fuese un hijo... Nada hacía sospechar lo que le ocurriría.

Para Matías, la noche en la que le robaron los recuerdos del paciente A... (era incapaz de recordar su nombre por mucho que los médicos de la villa se lo dijesen) lo cambió todo. Estaba dormido en su casa, con Will echado a los pies de su cama. No oyó ningún ruido ni sintió nada extraño, pero se despertó de golpe. No lo hizo sobresaltado, simplemente sus párpados se levantaron y pasó de dormir profundamente a estar completamente despierto. Miró a su alrededor y no vio nada extraño, pero al incorporarse pudo percibir una sombra moviéndose rápido y un olor muy intenso. Tras eso, sólo recuerda levantarse al día siguiente mareado. La sorpresa legó cuando en el psiquiátrico le dijeron que se había saltado su cita con el paciente A... y que éste, en un ataque de rabia, había matado a los dos cuidadores que estaban con él y luego se había suicidado. Miró su ficha y no supo reconocerle. Todo el mundo aseguraba que él había estado tratándole durante los últimos meses, pero era incapaz de encontrar en su memoria el más mínimo fragmento de aquella persona.

Al principio los trabajadores del psiquiátrico lo tomaron por el efecto de alguna intoxicación, que era la que le había causado esa desorientación, pero comenzó a obsesionarse con ello y a abandonar el resto de sus obligaciones.  Matías sabía que era una conspiración de algún poder oculto para extraer a A... de su mente. Seguramente hubiese desvelado información importante en alguna de las sesiones y querían hacerse con ella y que nadie más la conociera. Pero nadie le creía, y mientras se encerraba en su despacho a deshilar los eventos de aquella noche y a descubrir sus implicaciones, su mejor amigo (y subdirector) y el resto del personal habían estado preparándolo todo para internarle. Cuando le vio entrar por la puerta junto a un cuidador se sintió como Julio César en el senado. La traición le nubló la mente y le llevó a atacarle, lo que hizo que le categorizasen como peligroso. Sabía que había cometido un error llevado por el momento, por lo que intentó calmarse y comportarse adecuadamente, lo que surtió efecto, pues en unas semanas determinaron que había sido un simple ataque de ira puntual por la situación; lo cual era verdad. Matías sabía que no estaba loco, por mucho que le dijesen, y seguía siendo la misma persona aunque ya nadie le tratase igual. Jamás se le ocurriría hacer daño de verdad a un amigo.

Desde entonces su vida había transcurrido en el psiquiátrico hasta que un día unas personas con identificación del gobierno se lo llevaron diciéndole que estaban interesados en lo que sabía de A... y que le ayudarían. Al principio creyó que al fin se daba credibilidad a su versión de lo ocurrido, pero al traspasar la enorme valla de Aurora comprendió que no era así. Ellos, como todo el mundo, pensaban que estaba loco, aunque al menos allí le trataban mejor que en el otro lugar. Además, a él también le interesaba recordar el tiempo que estuvo tratando a aquel paciente, pero hasta entones todo lo que habían intentado no había dado ningún resultado. Sin embargo Matías no se impacientaba. Tenía esperanza en que la información siguiese en su mente a pesar de lo que le hicieron y que, al recordarla, tuviese alguna pista más sobre quién se lo hizo.

Ensimismado en sus pensamientos, cuando quiso darse cuenta el gordo de Hugo estaba barriendo alrededor de su banco. Su barriga temblaba como gelatina con cada enérgico movimiento de sus brazos. Comenzó a golpearle suavemente en la pierna con el barredor, y cuando Matías le observó supo que en aquel momento no era sólo el barrendero. Le estaba mirando fijamente, evaluándole. Como si estuviese deseando decir algo pero no estuviese seguro de confiar en él lo suficiente para decírselo.

- ¿Hugo?.- preguntó Matías.
- Creo que serías una valiosa incorporación al Proyecto Rossetta.

Del montón de hojas otoñales que había detrás del banco, el viento levantó una y la hizo danzar aleatoriamente hasta cansarse. Entonces, la dejó caer sobre las piernas de Matías, lo que pareció desencadenar una media sonrisa en su boca en una caprichosa ilusión causa-efecto.

lunes, 26 de septiembre de 2011

El Demonio y Sus Detalles (III)


Hugo Zarzos miró fijamente sus manos apoyadas en la mesa. Respiró hondo tres veces y continuó.
-Tras varios meses de observación de dichos sujetos, empezamos a notar cierta homogeneidad en sus cambios de actitud. La pequeña e inesperada alteración en lo banal o en lo rutinario desataba el estrés y se perdía la noción de orden en lo familiar. Pero lo realmente importante no reside en la respuesta inicial del sujeto; si es un estallido colérico, un derrumbe emocional… eso queda en segundo plano. El resultado sustancial del experimento reside en que dicho estudio, llevado a cabo de una determinada forma, crea un estado de obediencia total en el sujeto. En otras palabras, y dicho sin adornos,  se puede llegar a controlar a las personas a través de los detalles, ¿me entiende?
-Está bien –respondió el hombre de gris mirando su carpeta-. Me gustaría ahondar en eso. Hábleme de los detalles.
-Mire… -farfulló el señor Zarzos ahora obtuso- ya es el tercer supervisor diferente al que pongo al día. ¿No existe una burocracia detrás de este sistema? ¿No puede leer los informes de sus compañeros? Me gustaría tener la sensación de que avanzamos en nuestro estudio. Y no veo más que formalidades inútiles que retrasan los resultados. Estamos en un punto clave de la investigación. Hace una semana, yo mismo me ofrecí para ejercer como sujeto de experimentos y, desde luego, estos "protocolos" no me ayudan a adquirir el rol por completo.
-Señor Zarzos, no pretendíamos…
Hugo Zarzos interrumpió con un fuerte golpe en la mesa. –¡Esta conversación ha terminado! ¿Acaso piensan en la Universidad Hermana que contratando supervisores cada vez más jóvenes ayudan en algo? ¡No soy la niñera de nadie! Tengo un importante papel que llevar a cabo y no tengo tiempo que perder con sus preguntas o con su condescendencia de manual. Soy un científico, no me trate como si supiera más que yo. Buenos días. –Se levantó bruscamente, recogió aquello con lo que había entrado y abandonó la sala de baldosines blancos con rapidez.
 
Cuando bajó las escaleras y atravesó la puerta de cristal se dio cuenta de que había dejado de nevar y un sol invernal de mediodía jugaba reflejarse en la nieve cuajada del jardín. El amplio patio estaba lleno de transeúntes caminando en calma y sin rumbo. Esto tranquilizó a Hugo, aunque aun le hervía la sangre al recordar al tipo de gris y su educación de libro.
Pero no había tiempo que perder. Tenía un importante trabajo que realizar. Si los supervisores eran unos inútiles, ya monitorizaría él mismo los resultados. Se embozó todo lo que pudo en su mono de trabajo azul, agarró con fuerza la vara de madera con ambas manos y comenzó a barrer como si no hubiese hecho otra cosa en la vida. Para eso se había levantado esa mañana. Al menos, esa era la idea.
Hugo Zarzos intentaba ser una corriente mancha azul en la blanca nieve bajo los ojos del Sol Invernal. Y lo conseguía… salvo por algo pequeño y metálico que brillaba a la altura de su corazón. Una pequeña placa metálica en la que se podía leer “Residencia mental Rossetta”. Aunque nadie de los allí presentes -Hugo incluido- se hubiese parado a leer lo que allí ponía.

Desde el alto ventanal, el hombre de gris observaba la mancha azul que con ímpetu apartaba la nieve del camino con su escoba.
-¿Todavía nada? –dijo una voz tras él.
-No está siendo fácil –respondió sin apartar la mirada- no podemos adentrarnos en su pasado  mientras siga tan volcado en este “Proyecto Rossetta” como él lo llama. Ya es la tercera vez que me asigna una personalidad diferente. Si no es capaz de reconocerme de una sesión a otra, ¿cómo va a ser capaz de darnos lo que queremos?
-Tranquilo –susurró la voz apoyando su mano en el hombro del traje gris- si el “Proyecto Rossetta” consiste en llegar a controlar la voluntad humana, hagamos que así sea… convirtamos la locura en realidad. ¿No le parece?