¡Espera! No lo cojas todavía.
Sobran las palabras.
Sobra el ruido y sobra la
furia. Sobra el tiempo perdido… aunque no sobra el tiempo por perder.
Sobran las palabras vacías que
este escribe ahora. No cuesta trabajo verlas aparecer una tras otra, una tras
otra. Palabras encadenadas que acariciar con la vista y dejar atrás. Inocentes en
soledad, pero capaces de crear, destruir o sencillamente… dibujar filosofía
barata. Ahí están todas, disponibles, dispuestas: como si esperasen su turno al
otro lado de un lugar sin nombre. Listas para saltar a esta realidad que ahora
lees.
Hubo un tiempo en el que
parecía que sobraban las ideas en esta cabeza. Ahora sobra el vacío. Pero aquí
estamos. Una vez más.
Siempre fuimos tres. Nunca por
elección, ni siquiera por auto convicción. Sencillamente es difícil saber cuál
de nosotros fue el primero y cuál no el último. Justo ahora recuerdo las
palabras “triple trastorno de identidad disociativo”. De pequeño me divertía
canturrearlas. A los doctores no parecía hacerles gracia. Pero qué más da. Sin
las otras dos partes yo no sería quien soy. Y sin estas palabras, vosotros
nunca seríais lo que seréis o dejaréis de ser en algún momento. Se solapan
realidades sobre realidades cada vez que tuerzo un renglón sintáctico o
sináptico. De la nada, el algo. Dividido en tres partes ordenadas. Tal y como
siempre ha sido.
Tal y como debe ser.
Pero todo esto ya se ha
contado antes. Es por eso por lo que digo que sobran las palabras.
Un hecho trivial: Hoy soy yo
el que oye resonar las teclas en las paredes blancas de esta habitación y
dejaré de serlo en el momento en el que pulse la última tecla. Es lo único de
lo que puedo estar absolutamente seguro ahora mismo. Pero no hay vértigo. No
hay caída al vacío. Y es que, entre estas líneas, no existe el vacío
existencial que provoca la palabra muerte en cada mortal. Sí; yo también pienso
en la muerte de vez en cuando. Pero al igual que tantas otras veces, volveré. Y
me gustará saber qué ha pasado mientras no estaba. Mientras uno de los otros
dos haga lo que considere necesario para que esta historia siga adelante.
Yo, de momento, distraigo mis
oídos con el débil gorgoteo de la sangre de ese hombre que se aferra al último
hilo de vida que le queda. Justo detrás de mí. El charco caliente acaba de
tocar mi talón derecho mientras su agonía termina. ¿Quién era? Os preguntaréis
cualquiera de los dos cuando escriba la última palaba y -en lo que dura un
parpadeo -ya no esté aquí y ocupéis este lugar. Me da igual quién de los dos
sea el que siga aquí… Después de mí.
Solo tiemblo de emoción al pensar en ese momento en el que leas estas palabras y mires a tu espalda, en el suelo.
Y veas mi… regalo.
Un cadáver, una habitación
vacía con un viejo ordenador. Tú. Y poco más.
¿Demasiado cruel?
Ah, espera. Un teléfono acaba
de empezar a sonar. Se suma un elemento. El juego se complica. Tengo que avisarte de alguna manera de que no lo cojas
todavía. Antes de leer mis palabras.
Ahora sí. Deja que te diga que
estoy muy contento de volver a tenerte de vuelta. Seas quien seas. No nos hemos
visto nunca y, sin embargo, no puedo ser más sincero al desearte…
Buena suerte, amigo mío.
Ah, y déjame que la escriba una vez más. Porque no hay dos sin tres. ¿Verdad?
Muerte.
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